Una titánica faena

Por: Jorge Sansó de la Madrid
Lunes 19 de Septiembre 2016

Imágenes del pasado. Recuerdos del lejano año 1991, cuando impensadamente Carlos Alberto Reutemann se convirtió en gobernador de la provincia, tientan a un paralelo con el presente. El desafío del socialismo es conjurar un posible fin de ciclo.

No recuerdo la fecha. Era hacia fines de 1991. Carlos Reutemann era noticia en el país y en el mundo. Había ganado la Gobernación del segundo Estado de la Argentina. El ídolo automovilístico —tan habitué del mundo internacional, jet set incluido, como a andar arando en alpargatas en su campo de Llambi Campbell— sorprendía incursionando en política. Una noticia cuanto menos inesperada. Tanto, que hasta poco tiempo antes existieron en la provincia tres certezas que junto a su nombre se esfumaron sin más y de modo instantáneo.
 
1La candidatura del ex corredor de Fórmula 1 era una humorada supuestamente impulsada por Evaristo Monti. Pasa que fue, efectivamente el legendario periodista rosarino quien lanzó el globo de ensayo, a pedido del vicepresidente de la Nación, Eduardo Duhalde, que fue el verdadero autor intelectual de esa postulación. Carlos Menem aparecería luego como el mentor frente a la tribuna pero sólo después de que el Lole había ganado. Nunca sabremos si, como algunos aseveraron entonces, para el hoy senador nacional amigo del presidente Mauricio Macri fue un mero negocio para que el PJ no perdiera "de modo horroroso". Como cuando se calzaba una campera de una marca de cigarrillos y se hacía ver en las carreras y por ello cobrara (esto me lo contó él) un dineral aunque nunca en su vida hubiere fumado. Entonces el PJ carecía de modo total y absoluto de nombre potable alguno para aspirar a un tercer gobierno sucesivo.
 
2El doctor Horacio Usandizaga era el próximo gobernador. Así. Sin duda alguna. Aun antes de los comicios. Tan así que su principal preocupación era ver cómo neutralizaría la influencia que tendría desde la minoría partidaria su adversario interno, el también radical, Luis Cáceres. El Changui era la izquierda del Vasco en una época en que esas categorías tenían todavía alguna cierta pureza verosímil. Por tal razón, se decía entonces, Raúl Alfonsín, había aceptado ocho años antes que un entonces desconocido y totalmente ajeno a su postura socialdemócrata abogado rosarino fuera candidateado a intendente de Rosario a fin de curarse en salud del peligro de ser corrido por izquierda por quienes cantaban: "Alerta, alerta que camina, el changuicacerismo por América Latina".
 
3La tercera certeza era que el PJ había terminado su ciclo en la provincia. Contrariamente a que luego se instalara la idea de que el suyo fue el peor gobierno de los que habían existido hasta entonces, José María Vernet no abandonó la Casa Gris con mala imagen. Prueba de ello es que se especuló en que sería candidato a vicepresidente en alguna de las fórmulas presidenciales que competirían en la interna peronista de 1988 para desplazar al radicalismo de la Rosada. Su sucesor al confrontar y desarmar la célebre "cooperativa" rosarina del PJ coadyuva a que Vernet adquiriese la mala fama que luego lo acompañó y terminó alcanzando al propio Reviglio. Para 1991 ambos tenían sus índices de popularidad por el suelo y con ellos todo el PJ, con dos ex vicegobernadores presos, como dato de por sí ilustrativo.
 
Ese día Reutemann, autor del milagro y convertido en el impensable tercer gobernador peronista sucesivo desde 1983, fue en calidad de electo a la Casa Gris. Después contaría que Reviglio en esa reunión le puso una mano en el hombro y le dijo: "Pibe, hasta el 10 de diciembre, el gobernador soy yo".
 
Ese día entrevisté al gobernador saliente. Él reivindicaba para sí la autoría del verdadero milagro. Me dictó: "Poné que yo fui el que lo entrampó a Usandizaga con la ley de lemas (con la que el Vasco buscó evitar que el Changui tuviera muchos diputados propios en la Legislatura y le hicieran la vida imposible a su Gobernación) y logré conjurar lo peor que le puede pasar a un partido político. ¿Sabés qué es? Que la ciudadanía se convenza de que le llegó el fin a su ciclo". Yo lo escribí textual y salió publicado en este diario.
 
Por esas paradojas de la política, Reutemann siendo gobernador solía pedir consejos a Cáceres, de quien era amigote desde antes, y no pocas veces lo hizo con Reviglio. Y después cultivaría una buena relación con el Vasco. Jorge Obeid viviría relaciones parecidas con los socialistas Hermes Binner y Héctor Cavallero (aunque con aquél terminarían sin hablarse), incluso mejores en algunos momentos que con Reutemann, que era de su propio partido.
 
Es que a veces la política toma por meandros que son enteramente ajenos a sus protagonistas. Este país lo había vivido en 1983.
 
La salida de la dictadura trajo un gran fervor electoral —todavía no era una conciencia democrática acabada, porque eso llegaría con la docencia que haría Raúl Alfonsín, juicio a las Juntas y Conadep, incluidos— y el Partido Justicialista se preparó para regresar al poder que desde 1946 —siempre que no hubo gobierno de facto o estuvo proscrito, había ejercido en el país— consideraba un derecho propio. Un imperativo categórico.
 
En ese año, la campaña y los comicios para los peronistas eran una formalidad. Casi una distracción. Herminio Iglesias, uno de los caciques mas experimentados y habilidosos que dominaba un distrito como Avellaneda nada menos, quema durante un acto de campaña un féretro con las iniciales UCR como un mero divertimento. Una broma que no tendría consecuencia ninguna. ¿Quién diría algo? ¿Quién haría algo? Ellos serían gobierno en poco más.
 
Por eso el PJ no vio venir la lección de la historia en aquel inolvidable 1983. Sí hubo quienes dijeron e hicieron algo. Les votaron en contra. Muchos peronistas, incluso, votaron por Alfonsín. La ciudadanía había decretado el fin del ciclo del PJ en una sentencia inapelable.
 
"Conjuré un fin de ciclo", me dijo Reviglio en 1991 hablando de una hazaña de cuya dimensión entonces no tuve verdadera noción: el PJ gobernó la provincia durante 16 años más.
 
Todo esto me vino de golpe a la memoria hace pocos días cuando escuché a un analista y a un dirigente socialista advertir, por separado, la necesidad de conjurar un fin de ciclo. Es decir, ese momento en que por algún artilugio del destino pareciera que una inmensa mayoría de la ciudadanía se pusiera de acuerdo en formalizar un cambio. En que, como dicen hoy los adolescentes, les hace el click y a otra cosa mariposa. Como la esposa o esposo que un día se levanta y mientras desayuna leyendo el diario le avisa a su pareja que quiere el divorcio.
 
¿Ese riesgo existe? "No me apurés que en una de esas te termino diciendo que a los socialistas ya le ganamos dos veces la gobernación", me dijo fiel a su estilo Elisa Carrió en un reportaje de algunos meses atrás. Es decir, siempre existe el fin de ciclo. Como también quienes quieren que exista. El santafesino José Corral lanzó días pasados en la capital provincial un centro de estudios propio. "¿Que se requiere para estudiar? Tranquilidad. Aspiramos a poder hacerlo en Santa Fe", comentó alguien con tan irónica como creativa y maliciosa forma, que la inauguración buscó diferenciarse del nerviosismo que por estos días tiene con los pelos de punta a todos en la Casa Gris o el Palacio de los Leones.
 
Al menos en Rosario, a la que —como ayer informó La Capital— el diario inglés The Economist calificó de "letal" mencionando sus índices de homicidios por encima de la media nacional.
 
Distinto es el informe de Jorge Lanata de hace dos domingos en la televisión argentina, aunque diga cosas parecidas, porque como era de esperarse estuvo direccionado a impactar en la figura del santafesino que posee una parva de votos (Antonio Bonfatti) y que —basta repasar su discurso de asunción al frente de la conducción nacional del PS de junio pasado— aspira a construir una alternativa desde la vereda de enfrente al gobierno de Macri.
 
Pero la gente en la calle es aún más diferente a lo que digan los periodistas o los políticos de acá cerca o de allá lejos. ¿Puede que a muchas personas las mueva algún interés opositor al gobierno del Frente Progresista? Puede que sí, y aun así ello no invalidaría que salieran a la calle. Lo que resultaría necio sería pensar que todos estuvieron movidos por alguna razón subalterna. Esto ya lo dije antes.
 
El gobernador Miguel Lifschitz tragó sapos. Su cumbre con el presidente no fue la reunión a solas que se hubiera esperado. Macri lo esperó con sus ministros, Patricia Bullrich, entre ellos, con quien el santafesino había intercambiado dardos filosos y ahora buscaba otro interlocutor para reencauzar la relación.
 
Macri no firmó el acuerdo para el envío de tropas nacionales para lo que no hay todavía ni fecha ni precisión de número, pero respaldó con su presencia. Para Lifschitz, jugado como está, alcanzó y sobró. El gobernador se mostró en Rosario hiperactivo buscando soluciones al reclamo que los rosarinos le exigieron a los gritos en la calle. Fue lo más inmediato que pudo disponer y confía en haberlo transmitido. Después se verá que pasa cuando el resto de las medidas que se anunciaron en preparación empiecen a aplicarse.
 
Lifschitz espera poder decir, como Reviglio hace 25 años, que logró conjurar un fin de ciclo. Una titánica faena.

Con información de LA CAPITAL

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