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Brasilia

En el nombre del padre

Lunes 23 de Agosto 2021

Líderes católicos en Brasil son amenazados y acusados de hacer uso político de la fe por su labor social
Monseñor Vicente, fray Lorrane, padre Júlio, fray José Hélio, padre Lino, padre Leonardo. No pueden quedarse solamente dentro de los muros de la Iglesia. En nombre de Dios, llevan el evangelio a los más pobres y oprimidos. Reparten alimentos y acogen a personas en situación de vulnerabilidad. Su fe trasciende los sacramentos y se convierte en denuncia: contra las desigualdades, los desastres medioambientales, el derecho a la vivienda o la inclusión de las minorías. Son sacerdotes, frailes y obispos impulsados por la Iglesia que el papa Francisco intenta fortalecer desde el Vaticano, una corriente más progresista, cercana a las comunidades, forjada en los principios de la Teología de la Liberación y latinoamericana.
 
Pero esta corriente choca frontalmente con el Brasil conservador y fundamentalista que eligió al presidente ultraderechista Jair Bolsonaro. El presidente que ya calificó de “limosna” el programa de ayuda Bolsa Familia por presuntamente crear una legión de holgazanes, o que dijo que la población de los quilombos (nombre de los antiguos refugios de los esclavizados y sus descendientes) “ya no está en condiciones de procrear”. La confrontación con ideas como estas ha generado turbulencias que exponen la división dentro de la Iglesia católica brasileña, empujada a la autorreflexión a medida que se le van los fieles a las vertientes evangélicas. Según el último censo disponible, en 2010, el 64,6% de los brasileños se declaraba católico, frente al 73,6% del año 2000. Los evangélicos, por su parte, pasaron del 15,4% en 2000 al 22,2% en 2010. Las proyecciones muestran que el avance evangélico continúa, y con él, la predicación conservadora.
 
En nombre del mismo Dios, los líderes religiosos han llegado a ser llamados satánicos, comunistas, izquierdosos. Y se les acusó de hacer un uso político de la fe. Han captado la atención de las milicias digitales y la cultura del odio que asolan el país. Algunos temieron por su vida y tuvieron que recurrir a los tribunales y al Estado para obtener protección.
 
Monseñor Vicente y “la economía que mata”
“Actúan como si estuvieran en posesión de la verdad de nuestra fe. Dicen que en vez de preocuparme por las almas, me preocupo por las cosas de este mundo”, dice monseñor Vicente de Paula Ferreira, de 50 años, nombrado en 2017 obispo auxiliar de la archidiócesis de Belo Horizonte por el papa Francisco. Monseñor Vicente trabaja en la pequeña localidad de Brumadinho, una ciudad de 40.000 habitantes del interior del estado de Minas Gerais. Desde que una presa minera de la compañía Vale se rompió en Brumadinho hace dos años y sepultó cientos de vidas en un mar de lodo, ha estado trabajando con las familias de las víctimas. Incluso se le aplaudió cuando organizó campañas de donación. Pero cuando levantó la voz contra “la economía que mata” en un intento de responsabilizar a los culpables de una de las mayores tragedias medioambientales brasileñas, se convirtió en el centro de las críticas. “¿Por qué?”, se pregunta. “No basta con quedarse en la caridad de ayudar a los demás, es necesario denunciar por qué murió esa gente. No aceptaban esa voz profética de denuncia”.
 
Monseñor Vicente rara vez sale sin compañía y evita conducir solo por la noche. Ya ha escuchado que no merece respeto por estar en contra de Bolsonaro y que será llevado a las puertas del infierno junto con su iglesia progresista. De vez en cuando recibe paquetes con amenazas. “Dicen que soy un comunista, cosa de Satanás, que estoy dividiendo a la Iglesia. Que me vaya a Cuba, a Venezuela. Pero nos centramos en la doctrina social de la Iglesia, en lo que nos pide el propio papa Francisco”, argumenta. Monseñor Vicente calcula bien la repercusión de su voz antes que las palabras le salgan por la boca. Trata de evitar que se le malinterprete en un país en combustión política como Brasil, muchas veces en vano. “¿Tiene usted miedo, monseñor?”, le pregunto. “¡Por supuesto!”, contesta.
 
Las amenazas crecieron cuando monseñor Vicente comenzó a utilizar sus redes sociales para criticar la política de Bolsonaro en la pandemia. Calificó al presidente de “fascista” y, cuando Brasil superó los 550.000 muertos por la covid-19, defendió un impeachment que termine con “el desgobierno de la muerte”. Se burló de la frase del presidente de que solo Dios lo destituiría. “No tardes, Señor”, clamó el religioso en Twitter. No pasó mucho tiempo antes de que su nombre apareciera en el centro de una campaña de desprestigio llevada a cabo por grupos del ala más conservadora de la Iglesia católica.
 
El Centro Dom Bosco –un grupo católico tradicional que, según su propia definición, pretende “rescatar lo que se ha perdido a causa de la modernidad y de las diversas infiltraciones en la estructura eclesiástica”– publicó en junio vídeos que presentan al religioso como un “extremista”. Y clamaba para que los fieles dejaran testimonio de “su insatisfacción” en las redes sociales de monseñor Vicente. Hubo una oleada de amenazas y maldiciones anónimas. El centro tiene un canal de YouTube en el que señalan con el dedo a los sacerdotes progresistas.
 
 .Decenas de entidades religiosas y no religiosas emitieron entonces una nota de solidaridad con monseñor Vicente, a la que el grupo respondió con ironía: “Vuestra Excelencia es un gran defensor de los árboles, de los colectivos LGTB, del MST (...). Esperamos el día en que Vuestra Excelencia se convierta en un defensor acérrimo de Nuestro Señor Jesucristo y de la Santa Iglesia Católica, sin la cual no hay salvación”.
 
Fray Lorrane busca protección en los tribunales
A más de 2.000 kilómetros de distancia, fray Flavio Lorrane Clementino de Almeida, de 27 años, camina por el jardín central de la parroquia de Nuestra Señora de Lourdes, en Fortaleza, capital del estado de Ceará. Se pone en la cabeza un estilizado sombrero de cuero que llama la atención junto al hábito marrón con los tres nudos de sus votos religiosos: nada propio, castidad y obediencia. Nacido en Triunfo, en el interior del estado de Pernambuco, Lorrane es un fraile que no quiere ser sacerdote ni celebrar misa. Es como la antítesis de lo que defiende un ala conservadora del catolicismo.
 
Inspirado por San Francisco, trabaja con inmigrantes, personas sin hogar y recicladores. “He elegido una vida de entrega para que el amor que tengo pueda ser compartido”, dice. Por eso, una vez al mes participa en encuentros religiosos con la comunidad LGTB+, siempre en lugares no revelados por temor a represalias y ataques, ya que actúa en el país de América que más mata a esta población, según una encuesta del Grupo Gay de Bahía (GGB), que contabilizó al menos 237 muertes por violencia LGTBfóbica en 2020. “Somos presencia para quienes solo quieren trabajar su espiritualidad. Cuando un religioso está con ellos, se dan cuenta de que Dios también está con ellos”, explica.
 
El mes pasado, el fraile decidió participar en la ocupación de un centro de referencia LGTB en Fortaleza. Acabó acosado en las redes sociales. Las páginas religiosas más conservadoras comenzaron a publicar imágenes suyas y a cuestionar si incluso su nombre –Lorrane– no era demasiado femenino para un fraile. En Instagram, donde es más activo, se multiplican los mensajes de odio y las amenazas, muchas de ellas utilizando pasajes de la Biblia. “Ahora son más agresivos”, dice.
 
Fray Lorrane recibe a menudo mensajes de este tipo: “Ten cuidado. Muchos ya han muerto” o “Quiero encontrarte para mostrarte la verdad. Conoceréis la verdad y la verdad os hará libres”. También son habituales las llamadas al despacho parroquial preguntando por los horarios y días en que celebrará las misas. “No me van a encontrar porque yo no celebro misa, pero lo que está pasando es muy grave. Y lo que es peor: también viene de dentro de la iglesia”, critica.
 
Fray José Hélio Vieira da Silva, de 26 años, actúa junto a fray Lorrane, pero trata de mantenerse al margen de las redes sociales. “Insinúan que somos tontos y nos quieren dar una clase de doctrina. Pero somos seguidores del Evangelio”, dice. Los dos frailes se hicieron virales en internet con una fotografía en una manifestación contra Bolsonaro en la que sostenían una pancarta “Si Bolsonaro está en lo cierto, Jesús estaba equivocado”. Compartida hasta la extenuación en las redes sociales, la imagen no fue planeada: posaron con el cartel a petición de la pareja que lo había escrito. Pero llegó a ser compartido por famosos con muchos seguidores como el cantante Tico Santa Cruz y la presentadora de televisión Xuxa. “Me convertí en trending topic”, bromea fray Lorrane. “Intentan dar la idea de que la opción correcta del cristiano es ser bolsonarista conservador. Estamos aquí para decir no”, asegura José Hélio con firmeza.
 
Dice que el tono de los ataques cobró fuerza hace más tiempo, cuando publicaron una foto con una bandera del Movimiento de los Sin Tierra (MST). El grupo ha mantenido históricamente vínculos con religiosos y sectores de la Iglesia que trabajan para ayudar a los más pobres. En las redes sociales les acusaron de ser comunistas . Fray José Hélio sostiene que el país no puede rendirse al odio y que el pontificado de Francisco es bueno para la iglesia brasileña, ahora inmersa en una disputa de discursos a flor de piel. “La gente busca religiones alternativas. ¿Por qué? Tenemos que preguntarnos por qué abandonan el catolicismo si tenemos una cultura tan fuerte”, dice.
 
El padre Lino y la guerra en la Iglesia de la paz
El padre Lino Allegri se estaba quitando la sotana después de la misa un domingo por la mañana cuando una decena de militares y empresarios entraron en la sacristía de la Iglesia de la Paz, una parroquia situada en un reducto bolsonarista de Fortaleza. Llegaban gritando, quejándose por el sermón del sacerdote de 82 años, con críticas a la estrategia sanitaria de Bolsonaro. “Usted ha faltado al respeto a nuestro presidente, que fue elegido por nosotros y es cristiano, honesto y bueno”, bramó una mujer. Querían que este italiano con ciudadanía brasileña volviera a su país y lo acusaban de ser “izquierdoso”.
 
A la semana siguiente, Allegri vio cómo se formaba en su contra una especie de patrulla de sus sermones. El grupo empezó a ir a la iglesia con camisetas verdes y amarillas –colores nacionales de Brasil hoy asociados al bolsonarismo–, algunas con el nombre del presidente en la espalda. Todos parecían tan dispuestos a reaccionar si el sacerdote volvía a criticar al gobierno que, en el exterior, la policía militar tuvo que vigilar para evitar que la situación se desbordara.
 
“Estaba lleno de generales, coroneles, todos iban de verde y amarillo. No apareció ninguno de los rojos. Los curas se rindieron”, alardeaba un integrante del grupo luego de que lograsen las suspensión de una misa. “Obligamos a los comunistas a salir por patas”, añade en el mismo audio.
 
“El presidente ha creado una situación de antagonismo y odio”, dice Allegri. El vocabulario utilizado por los cristianos más conservadores contra los sacerdotes progresistas es amplio: “satánico”, “comunista sinvergüenza”, “embustero”, “imbécil”, “disgregador”, “comunista con sotana”. Pero hay amenazas más graves que han empujado a los padres Lino Allegri y Oliveira al programa de protección de los defensores de los derechos humanos en Ceará. Ambos han necesitado recurrir al Estado para protegerse.
 
Las amenazas llegan al padre Leonardo en Roma
“El primer paso para entender este contexto es recordar que América Latina ha producido su propia teología de la liberación. Ha sufrido bajo el papado de Juan Pablo II y Benedicto XVI”, explica el padre Leonardo Lucian Dall Osto, estudiante de doctorado en Teología Dogmática de la Universidad Gregoriana de Roma. Cuando el papa Francisco fue elegido, nombró a varios obispos nuevos y fomentó una visión más crítica de la realidad después de unas tres décadas de deconstrucción de esta teología. Surgió en los años sesenta, reinterpreta la fe cristiana y predica que la Iglesia debe servir a los más pobres. En Brasil, el mayor exponente de esta corriente, vinculada a la izquierda política y al marxismo, es el teólogo Leonardo Boff. En el período en que fue censurada, durante los pontificados de Juan Pablo II (1978-2005) y Benedicto XVI (2005-2013), se produjo un crecimiento de las iglesias evangélicas neopentecostales y de los grupos pentecostales en la Iglesia católica. Estos últimos se unen ahora al movimiento tradicionalista de la Iglesia que nunca asumió las causas del Concilio Vaticano II, una serie de conferencias celebradas entre 1962 y 1965 para modernizar el catolicismo.
 
El padre Leonardo explica, por teléfono, los meandros internos de estos conflictos mirando su propia trayectoria. Lleva menos de dos años en Roma, pero antes trabajó en la diócesis de Caxias do Sul, en el interior de Río Grande del Sur. Fue allí donde comenzó a sufrir ataques durante el proceso de destitución contra la expresidenta Dilma Rousseff. En ese momento, en 2016, ya criticó los elogios del entonces diputado Jair Bolsonaro al torturador Brilhante Ustra. Desde entonces, los ataques nunca han cesado del todo. “Venimos denunciando esta religiosidad instrumentalizada con fines políticos”, afirma Leonardo. Utilizaron sus frases para pintarlo como un “extremista” y acusarlo de hacer “apología” de la homosexualidad.
 
Si, como dice Leonardo Boff, la Iglesia siempre ha hecho política, pero una política de derechas, ahora los sacerdotes reclaman el derecho a exponer críticas sociales incluso sin hacer necesariamente política partidista. En las elecciones de 2018 se crearon dos agrupaciones para plantar cara al ultraconservadurismo bolsonarista y ya cuentan con unos 250 sacerdotes. “Nos hemos organizado para hacer una denuncia pública contra los proyectos populistas y el discurso que va en contra de los preceptos del Evangelio”, explica el sacerdote de Río Grande del Sur.
 
Padre Julio Lancellotti, amenazado por acoger a los “hermanos sin hogar”
Para el padre Julio Lancellotti (São Paulo, 1948), Jesús no está en la Iglesia, sino “debajo del viaducto”, entre los que viven en la calle y están más necesitados de abrigo. Vicario episcopal para la población sin hogar de la archidiócesis de São Paulo, Lancellotti tiene una percepción del papel de la Iglesia que desde siempre genera amenazas, incluso de muerte, por parte de los grupos más retrógrados de la sociedad. “Son constantes. Hay momentos peores que otros, de amenazas bastante explícitas”, dice. La llegada al poder de Bolsonaro y el auge de la extrema derecha, agrega, han hecho que el ambiente sea “súper amenazante”. A partir de 2018, mensajes como “muerte al curita” se han hecho más frecuentes. La salida fue informar a la Fiscalía y la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA, que en 2019 encargó a las autoridades brasileñas medidas cautelares para proteger al sacerdote.
 
Antes de la pandemia, Lancellotti solía servir un desayuno en la iglesia de San Miguel Arcángel, en la zona este de São Paulo, a cerca de 200 personas. Con el aumento de la demanda, trasladó sus actividades matinales al centro social São Martinho de Lima, adscrito al Ayuntamiento. En su parroquia, una especie de cuartel general, distribuye ropa limpia y cestas de productos básicos, recibidos a través de donaciones. Suele decir que no trabaja con los “hermanos sin hogar”, sino que vive con ellos. También asegura que no puede “vivir la dimensión religiosa sin humanizar la vida”, pero que eso también genera conflictos en una sociedad tan desigual como la brasileña.
 
El año pasado, el sacerdote recibió una llamada del papa Francisco en la que le pidió que “no se desanime” y citó su trabajo en un discurso en el Vaticano. Para este sacerdote de 72 años, el desánimo no es una opción.
Con información de El País

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