Sergio Massa y Amado Boudou, el regreso de dos cómicos de la legua

Por: Carlos Pagni
Jueves 06 de Julio 2023

El ministro convocó a su viejo amigo ante la amenaza de Grabois, que esconde un problema mayor: La Cámpora, que aún no digiere el golpe palaciego que derrumbó la candidatura de Wado de Pedro
En la representación teatral del Siglo de Oro español ocuparon un lugar destacado los cómicos de la legua. Se trataba de actores populares, que promovían carcajadas con sus picardías. La característica sobresaliente de estos farsantes es que mudaban de disfraz, pero también de lugar. Eran cómicos itinerantes. De allí derivaba su nombre: por una restricción legal sólo se los dejaba dormir a una legua de la ciudad en la que montaban sus representaciones. La evocación de esos comediantes permite entender mejor los movimientos de dos grandes de la escena política, que acaban de recomponer su viejo dúo. Sergio Massa y Amado Boudou. Ellos también, como aquellos profesionales de las tablas, cambian todo el tiempo de ropaje y de lugar.
 
Massa fue designado por Cristina Kirchner para representar a Unión por la Patria. Conquistó el puesto por varias peculiaridades. Es muy conocido, para bien o para mal; estuvo mucho tiempo distanciado de la expresidenta; expresa posiciones de derecha. Nadie pensaría, por lo tanto, que una derrota de él es una derrota de quien lo designó. Estas capacidades decantan en un defecto: de tan diferente, deja a una franja muy amplia sin representar. Por eso para su tutora fue inevitable levantar la candidatura de Juan Grabois. Había que contener a “los pibes para la liberación”. Hay una lista de unidad, pero dos candidaturas. Literatura fantástica.
 
No es la única extravagancia. Grabois se ofrece como el abanderado del desafiante reformismo kirchnerista. Aunque comparta las listas de legisladores con Massa, lo que significa que en el Congreso los dos prometen iniciativas parecidas. Este ecumenismo, por el cual se puede elegir a Massa o a Grabois sin que los candidatos kirchneristas pierdan un solo voto, crea otra dificultad. Y es que la candidatura de Grabois se puede volver más amenazante. Massa no ignora que ese es uno de los principales riesgos a tener en cuenta hasta las primarias del 13 de agosto. A fin de conjurarlo, convocó a su viejo amigo Boudou, para que recite en los medios de comunicación alineados con el oficialismo los argumentos revolucionarios que demanda su competencia con Grabois.
 
La relación de Massa con Boudou se remonta a la prehistoria. Cuando el actual candidato a presidente dirigía la Anses y detectó en esa burocracia al economista marplatense. Por entonces Boudou era famoso por usar trajes a los que le sobraban varios talles. Había hecho dieta y le faltaban recursos para adaptarlos.
 
Compraba la ropa por kilo. Ambos provenían de la Ucedé. Boudou ya había hecho sus primeros palotes en política trabajando como secretario de Hacienda del Partido de la Costa, donde mucho más tarde fijaría uno de sus numerosos domicilios fantasma: un médano de San Bernardo, mutante como él.
 
La confianza que Massa depositó en su subordinado Boudou durante la gestión en el sistema previsional fue profundísima. A tal punto que le delegó la firma. En reciprocidad, Boudou se hizo simpatizante de Tigre, el club que había adoptado Massa una vez que abandonó la afición por San Lorenzo. Hinchas también itinerantes.
 
El condenado por apropiarse de Ciccone Calcográfica soñó con varios proyectos de poder. Imaginó, por ejemplo, convertirse en intendente de Mar del Plata. Un plan que le inculcó Guillermo Seita, el ya legendario “paseador de perros” descripto por Luis Juez. Tiempos en que, como ahora Horacio Rodríguez Larreta, Boudou comulgaba con Juan Schiaretti. ¿El túnel? Siempre el mismo.
 
Cuando Massa ganó la intendencia de Tigre, Boudou quedó a cargo de la Ansés. Entre ambos hubo una inquebrantable continuidad. Sobre todo, en sospechosas operaciones con bonos que denunció otra celebridad del kirchnerismo: Claudio Lozano. Se entiende que, a los pocos días de llegar al Ministerio de Economía, Massa se empeñara en que Lozano abandonara el cargo de director del Banco Nación en el que lo había designado Alberto Fernández.
 
La relación entre Massa y Boudou se deterioró cuando el discípulo intentó superar al maestro. Boudou se sacó el atuendo ultraliberal y propuso la estatización de las AFJP. De ese modo, conquistó el picaporte de la puerta de Néstor Kirchner, que nunca toleró a Massa, en en aquel momento jefe de Gabinete. Massa no se lo perdonó. El fastidio fue recíproco. Cuando Massa rompió con la señora de Kirchner, Boudou se convirtió el intérprete oficial de sus movimientos. En agosto de 2013, a coro con quien era su más íntimo colaborador desde los tiempos de la Ansés, Juan “Juanchi” Zabaleta, hizo confundir a la Presidenta: “No nos comamos el amague. Sergio no rompe. Sólo quiere sacarte ocho diputados”. Falló.
 
Massa comenzó, como confesó en aquellos días, a sentir “asco por la corrupción”. Recordaba a cada rato que “Juanchi llegó a la Ansés con las zapatillas rotas y ahora vive en Puerto Madero”. Uno de sus blancos preferidos era Boudou, quien ya había alcanzado la vicepresidencia. Ardía la causa Ciccone, por la que el economista fue condenado a cinco años y diez meses de prisión, con inhabilitación perpetua para ocupar cargos públicos. Un caso de proscripción similar al de la vicepresidenta. Para esa época, Boudou fue procesado por falsificación de documento público por Claudio Bonadio, uno de los más cercanos amigos de Massa en Comodoro Py.
 
Del vínculo entre Massa y su actual asesor quedó sólo un hilo: la amistad entre Malena Galmarini y Daniela Andriuolo, la exesposa de Boudou, con la que él desmintió haber estado nunca casado. El juicio de divorcio se hizo célebre cuando el marplatense intentó quedarse con un auto Honda Civic de 12 años de antigüedad, que figuraba como bien ganancial. Boudou pasó por la cárcel, donde radicalizó sus posiciones. Convertido en un paria político, fue acogido por las Madres de Plaza de Mayo y por el grupo Soberanxs, que lideran Alicia Castro y Gabriel Mariotto.
 
Massa, que es fóbico al fracaso ajeno, dejó de verlo, hasta que regresó al kirchnerismo, para las elecciones de 2019. A partir de ese momento retomó el contacto con su viejo colaborador de manera casi clandestina. Los encargados de acercarlos fueron Ezequiel Melaraña, Kelo, la sombra de Massa, y Jorge “Corcho” Rodríguez, el empresario que acrecentó su fama acusado de intermediar coimas de obras públicas gestionadas por Odebrecht. Algún día José Luis Lingeri, conocido como el “espía-gremialista”, deberá hacer pública su gratitud al silencio de Rodríguez.
 
Ahora que volvió a convertirse en aspirante presidencial, Massa resolvió exhumar su amistad con Boudou. Se reunieron en la casa del expresidiario, en Barracas, abrieron los arcones, sacaron las viejas vestimentas y se caracterizaron para esta nueva aventura. A Boudou le asignaron dos tareas que para Massa son incómodas. Una de ellas es denostar a dirigentes de la oposición, como Rodríguez Larreta o Gerardo Morales, que son amigos del candidato. Más todavía: hasta hace pocos meses Morales cogobernaba Jujuy con el Frente Renovador de Massa.
 
Los guiones todavía no están bien ensamblados. Días atrás, en el programa Duro de Domar, la periodista Cynthia García pidió a Boudou la razón por la cual Massa, a diferencia de Grabois, no se pronunció sobre la represión a los manifestantes de Jujuy. Histrión consumado, Boudou pasó de la dulzura a la ira y respondió con una extorsión: “No conviene avanzar por ese camino porque podemos decir cosas para todos lados, y eso no va a ser bueno”.
 
La otra tarea de Boudou es vaticinar una nueva estrategia frente al Fondo Monetario Internacional. Aquí los cómicos de la legua deben apelar a todas sus destrezas. Massa se corre hacia la izquierda, gracias a que Boudou promete que la nueva política oficial es liberar a la Patria del yugo del Fondo. Es decir: a ese organismo se le va a pagar para recuperar de una vez por todas la soberanía. “Como hizo Néstor”. La melodía es tan emocionante que hay que hacer esfuerzos para no caer en la trampa. Lo primero que no hay que olvidar es qué hizo Néstor: tomó reservas del Banco Central para saldar una deuda barata con el Fondo, de 4% anual de tasa de interés, que lo obligó a contraer una mucho más cara con Hugo Chavez, de 15% anual de tasa de interés. Cuando la usura bolivariana se volvió intolerable apareció la solución Boudou: capturar la caja de las AFJP. El objetivo de Kirchner era impedir cualquier auditoría externa a su gestión económica, lo que permitió, entre otras licencias, adulterar las estadísticas oficiales.
 
El Massa de Boudou se parece mucho a Néstor, pero en nada al Massa de la realidad. Porque el ministro y candidato no podría pagar con un solo cheque la gigantesca deuda con el Fondo. Y, por ahora, tampoco piensa entrar en default. Es decir, irá pagando con los recursos que desembolsa el mismo organismo. Para lo cual debe cumplir con un programa de ajustes a los que él, a pesar de los incumplimientos, se va allanando. Sobre todo, en el campo fiscal: en mayo el gasto primario cayó 7,4% en términos reales, y en lo que va de 2023 lo hizo 6,8%. Es la gran diferencia con la gestión de Martín Guzmán. En el primer semestre de 2022 el gasto primario había aumentado 11,3% por encima de la inflación. Y en el segundo semestre, ya con Massa, se redujo 9,5% en términos reales. Cuando Massa debió explicar por primera vez ante las autoridades del Fondo, en Washington, en qué se diferenciaba de su antecesor, fue contundente: “En que yo no prometo, yo hago un ajuste”. En este tema está cumpliendo.
 
Mientras tanto, intenta esconder las tijeras detrás de una cortina de palabras. Es lo que viene haciendo desde que se incorporó al Palacio de Hacienda: prometió aceptar los repo que le habían ofrecido varios bancos internacionales; aseguró que llegaría plata del fondo soberano de Qatar; anunció que el swap con China sería más voluminoso; se entusiasmó con el dinero que le prestaría Lula da Silva, quien se limita a dar muestras de cariño; confió en que el banco de los Brics financiaría importaciones para ahorrarse algunas reservas. Nada de eso se cumplió.
 
Massa se adapta gracias a Boudou al papel de insurrecto. Y Boudou se disfraza de moderado. Ahora dejó el hoody, vuelve a ponerse trajes, esta vez a su medida, y propone pagar al Fondo Monetario. Una pirueta más en su biografía. Porque el 1° de diciembre de 2021, como integrante de la conducción de Soberanxs, Boudou firmó una proclama diciendo no sólo que no había que pagar al FMI, sino que había que someter a sus autoridades a la jurisdicción de la Corte Penal Internacional por las consecuencias que tuvo para la sociedad argentina el préstamo otorgado a la administración de Mauricio Macri. Ese pronunciamiento fue acompañado de una denuncia contra las autoridades de esa administración, que también suscribió Boudou. Ahora Boudou inventa un folclore nestoriano para, al final de cuentas, pagarle al Fondo.
 
Massa se sirve de este hojaldre de simulaciones para contener, a través de su viejo compinche de la Ucedé, a los votantes que puedan irse con Grabois, a quien en su entorno menosprecian como “un Amado sin Ciccone”. Sin embargo, la discordia interna es más compleja. El problema no es Grabois. El problema es La Cámpora. En esa organización no quedaron contentos después de que el ministro de Economía, en un golpe de palacio, volteó la candidatura de Eduardo “Wado” De Pedro. Máximo Kirchner se enteró de la jugada porque el vicejefe de Gabinete, Juan Manuel Olmos, se la informó de buena fe, durante una reunión en el Congreso. Tal vez Kirchner esperaba que fuera Massa quien le adelantara su estrategia.
 
Sobre este telón de fondo se entienden mejor los últimos movimientos. Después de reparar a otras de sus víctimas, como Daniel Scioli y Julián Domínguez, Massa realizó ayer una pomposa ceremonia para teatralizar que el maltratado De Pedro se incorporaba a su equipo como jefe de campaña. A la misma hora, dos mujeres estelares de La Cámpora, Mayra Mendoza, intendenta de Quilmes, y Daniela Vilar, ministra de Ambiente de la provincia de Buenos Aires, recibieron a Grabois en ese municipio para inaugurar una obra destinada al reciclado de basura. Grabois agradeció, diciendo que era una obra de los “hijos de la generación diezmada”. Es decir, del grupo del que surgiría el candidato que había prometido Cristina Kirchner antes de “dejarse imponer” a Massa. Para que se notara con más claridad el sarcasmo, Grabois reconoció que esa obra de Quilmes se debía también al trabajo de De Pedro. Un detalle: Daniela Vilar es la esposa de Federico Otermín, el candidato a intendente de Lomas de Zamora, a cuyo lanzamiento concurrió Máximo Kirchner hace dos lunes. Fue por ese lanzamiento que no pudo asistir a la desafortunada presentación de Massa, en la ceremonia por la repatriación de un avión de los “vuelos de la muerte”. Sin embargo, Massa sí pudo ir al acto de Otermín. El sábado pasado, en el acto de La Cámpora de Hurlingham, contra Zabaleta, el de las zapatillas, no se mencionó a Massa. Es cierto: tampoco a Grabois. Todavía no hay una foto de Kirchner y Massa posterior a la defenestración de De Pedro. La habrá dentro de poco, ¿qué duda cabe? Manda la unidad.
 
Mientras tanto, en una burbuja de magia y fantasía, el presidente Fernández alza los ojos soñadores y explica a sus ocasionales contertulios que la proyección de Massa es el resultado de una estrategia ideada por él. Y que ahora su misión sagrada es protegerlo de las operaciones a las que lo somete la vicepresidenta. Massa reflexiona ante su círculo: “Alberto me hace operaciones para defenderme de las operaciones de Cristina”.
 
Según su doctrina convencional, el kirchnerismo se presenta como una corriente igualitaria, antiimperialista, que pretende remover el orden establecido. Una legión rupturista, que para las elecciones se disimula detrás de una pantalla moderada. Esa pantalla se llamó Scioli en 2015, Alberto Fernández en 2019, y ahora se llama Sergio Massa. Tal vez haya que revisar esa presentación. Fernández y Massa tramitan un ajuste en acuerdo con el Fondo, que se proyecta, más allá de lo simbólico, sobre la política exterior y de Defensa. La principales corporaciones empresarias, conectadas al Estado con un eterno cordón umbilical, aplauden la candidatura de Massa. Igual que los funcionarios de los Estados Unidos, que lo ven como un mal menor. El candidato se formó en la Ucedé y mutó después en descendiente del duhaldismo, típico producto del conurbano bonaerense. Boudou, otro dirigente itinerante, como los cómicos de la legua, va y vuelve desde Ciccone hasta la izquierda revolucionaria. Forman parte de un sistema transversal en el que, con diferencia de matices y por sólo citar algunos nombres, militan Rodríguez Larreta, Emilio Monzó, Rogelio Frigerio, Diego Santilli, Cristian Ritondo y buena parte del partido radical, encabezada por Morales. Cristina Kirchner no es el núcleo. Con un Banco Central sin dólares y un Estado a la miseria, es el mascarón de proa.

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