Sufría bullying en un colegio de la UBA y se suicidó: su mamá recibió el diploma de su hija y reclamó justicia
Miércoles 03 de
Diciembre 2025
Matilda Angeleri cursaba el último año del colegio preuniversitario Ramón Cereijo de Escobar. Decidió no ir al viaje de egresados por el acoso que sufría. Se quitó la vida a fines de septiembre. En el acto de graduación en la Facultad de Derecho, su mamá visibilizó el caso.
Rosana Plaza quiere contar la historia de su hija Matilda Angeleri. “No busco sangre, sino concientizar”, repite. Pero mientras cuenta lo que pasó, no puede contener las lágrimas. Matilda tenía 18 años y cursaba el último año en el Colegio Preuniversitario Dr. Ramón Cereijo de la Universidad de Buenos Aires (UBA) en Escobar. En la semana en la que sus compañeros viajaron a Bariloche para vivir un momento inolvidable, Matilda se quitó la vida. Venía soportando años de bullying y mucha soledad.
“No aguantó más”, dice Rosana sobre su hija. "Primer colegio preuniversitario de la Provincia de Buenos Aires bajo la supervisión académica de la UBA. Primera camada, una etapa histórica", así comienza el acto de entregas de diplomas que se celebró en el aula magna de la Facultad de Derecho.
“En estas aulas se celebraron triunfos, festejos, aprendizajes, sueños…”, siguió la conductora del evento. Pero esas palabras no se condicen con lo que vivió Matilde Angeleri. Desde el primer día de colegio, ella se encontró con un ambiente hostil, lleno de mezquindad y falta de empatía por parte de sus compañeros.
Llegó el momento de la entrega de diplomas. El primer nombre fue el de Matilda Angeleri. Su mamá Rosana juntó coraje y subió al escenario. Visiblemente emocionada, caminó conteniendo las lágrimas, recibió el diploma por parte del intendente de Escobar Ariel Sujarchuk y le dio un beso a ese simbólico papel.

Luego, Sujarchuk la abrazó y la consoló en esos instantes difíciles.
Rosana levantó el diploma mirando al público y luego al cielo. Pero su homenaje no terminó allí.
Antes de retirarse del escenario, se detuvo a un costado, sacó un cartel de su cartera y con las manos firmes mostró a todos los presentes un poderoso mensaje: "Matilda presente, Matías presente. ¡Basta de bullying en la UBA!".
El cartel no solo contenía el nombre de su hija, sino también el de Matías Rolfi (27), el chico que murió al caer del segundo piso de la Facultad de Medicina, el 31 de octubre pasado. Se cree que también se suicidó a causa del acoso que sufría.

El deseo de Rosana es mostrar lo que realmente pasa dentro de esas aulas. Un lugar que debería promover el compañerismo y la solidaridad terminó siendo para su hija todo lo contrario.
Como muchísimos adolescentes que atravesaron la pandemia, la joven quedó marcada por el encierro y la exposición permanente a las redes sociales. “Ella estaba muy acomplejada con su cuerpo, se veía distorsionada”, cuenta su mamá sobre los problemas alimenticios que padecía su hija.
Matilda sufrió bullying desde que arrancó la escuela en Escobar en 2020. “La tiraban contra la puerta y le decían: ‘Gorda, correte de acá’. En el recreo siempre estaba sola”.

Hubo compañeros que intentaron ayudarla, pero el grupo que llevaba adelante el acoso no permitía que nadie se le acercara. “Ese compañero era captado por los que dirigían el bullying y la dejaban sola”, explica su mamá, que en muchas ocasiones le sugirió a su hija cambiarse de colegio.
“Ella quería que la aceptaran, tenía la esperanza. Me decía: ‘Mami no quiero empezar otra vez, acá ya los conozco. En algún momento me van a aceptar”, cuenta. Pero ese momento nunca llegó. La muerte de la chica ocurrió el 27 de septiembre en la casa de su padre.
Matilda soñaba con el viaje de egresados a Bariloche, pero una semana antes dijo que no quería ir. “Se dio cuenta de que iba a estar sola y no la iba a pasar bien”, explica Rosana. Su amiga Catalina también decidió no ir: “Mati, ¿para qué vamos a ir si nos van a bulear a las dos?”
Rosana sostiene que la escuela falló: “La UBA no lo supo manejar. No supo preservar a las personas. No digo que sean los culpables, pero imaginate la cantidad de horas que pasan esos chicos ahí adentro”.
Incluso, Matilda y otro compañero habían pedido ayuda al colegio porque una compañera sufría lo mismo y que a causa de ello estaba con tratamiento psiquiátrico. La respuesta que recibieron aún resuena en la cabeza de Rosana: “No podemos hacer nada. Eso le dijeron a un chico de 17 y a una nena de 18”, cuenta.
En el sepelio de Matilda, la mamá de ese compañero se acercó a Rosana para contarle que su hijo también fue aislado y hostigado durante seis años. A pesar de hablar con las autoridades del colegio, la institución nunca hizo nada para integrar y detener el acoso.
“Ustedes contienen a la víctima, pero nunca se dieron vuelta a hablar con los que hacían el bullying”, les dijo Rosana a los docentes en una reunión posterior. “Ustedes tenían contacto con académicos internacionales, ¿cómo nunca se les ocurrió ver cómo articular recursos?”
“Antes salías de la escuela y el bullying se terminaba, pero ahora son 24 horas. Te llenan de ansiedad. Mi hija no pudo, mi amor, no pudo”.
Matilda era una excelente alumna. Le gustaba dibujar, preparaba pines y llaveros. Quería ser farmacéutica. Faltaban dos meses para terminar el colegio. Tenía un hermano cinco años mayor, Mateo, al que adoraba. “Se amaban”, dice Rosana.

En el funeral, maestras del jardín y de la primaria se acercaron a despedirla. Doce años después, aún la recordaban. Su hermano estaba conmocionado, no podía llorar. Un desconocido se le acercó y le dijo algo que Rosana no olvida: “Todas las alegrías pendientes de tu hermana ahora son tuyas”. Esas palabras lo sostienen en estos momentos tan duros.
Por su parte, Rosana se unió al grupo Renacer tras la muerte de Matilda: “Somos todos padres que perdimos hijos. En la primera reunión éramos seis; cuatro se habían suicidado. Vamos gente, instituciones, ¡despierten!”, grita enojada.
El dolor de Rosana volvió a encenderse cuando supo la historia de Matías Rolfi, el estudiante de 27 años que cayó del segundo piso de la Facultad de Medicina el 31 de octubre pasado. Matías tenía trastorno del espectro autista y había ido a revisar un examen de Fisiología que había preparado durante semanas. Sufría también burlas de sus compañeros y de algunos profesores.
“Ahí dije: la puta ma…, la UBA en ningún lado hace bien las cosas”, cuenta Rosana. El relato de los amigos de Matías era similar a lo que vivió Matilda los últimos seis años de su vida. Una institución inmensa que, para muchos jóvenes vulnerables, se vuelve un arma de doble filo.
Por eso, Rosana fue a la Facultad de Derecho. No quiso homenajes vacíos ni fotos, sino dejar un mensaje que se hable de Matilda, Matías, que el bullying dentro de la UBA termine. “Yo no busco sangre. Busco concientizar”, repite.
Y cuando levantó ese cartel: “Matilda presente. Matías presente. ¡Basta de bullying en la UBA!”, habló por su hija, por Matías y por todos los chicos que alguna vez se sintieron excluidos en un ambiente académico que debería abrir puertas y no cerrarlas.
“No aguantó más”, dice Rosana sobre su hija. "Primer colegio preuniversitario de la Provincia de Buenos Aires bajo la supervisión académica de la UBA. Primera camada, una etapa histórica", así comienza el acto de entregas de diplomas que se celebró en el aula magna de la Facultad de Derecho.
“En estas aulas se celebraron triunfos, festejos, aprendizajes, sueños…”, siguió la conductora del evento. Pero esas palabras no se condicen con lo que vivió Matilde Angeleri. Desde el primer día de colegio, ella se encontró con un ambiente hostil, lleno de mezquindad y falta de empatía por parte de sus compañeros.
Llegó el momento de la entrega de diplomas. El primer nombre fue el de Matilda Angeleri. Su mamá Rosana juntó coraje y subió al escenario. Visiblemente emocionada, caminó conteniendo las lágrimas, recibió el diploma por parte del intendente de Escobar Ariel Sujarchuk y le dio un beso a ese simbólico papel.

Luego, Sujarchuk la abrazó y la consoló en esos instantes difíciles.
Rosana levantó el diploma mirando al público y luego al cielo. Pero su homenaje no terminó allí.
Antes de retirarse del escenario, se detuvo a un costado, sacó un cartel de su cartera y con las manos firmes mostró a todos los presentes un poderoso mensaje: "Matilda presente, Matías presente. ¡Basta de bullying en la UBA!".
El cartel no solo contenía el nombre de su hija, sino también el de Matías Rolfi (27), el chico que murió al caer del segundo piso de la Facultad de Medicina, el 31 de octubre pasado. Se cree que también se suicidó a causa del acoso que sufría.

El deseo de Rosana es mostrar lo que realmente pasa dentro de esas aulas. Un lugar que debería promover el compañerismo y la solidaridad terminó siendo para su hija todo lo contrario.
Como muchísimos adolescentes que atravesaron la pandemia, la joven quedó marcada por el encierro y la exposición permanente a las redes sociales. “Ella estaba muy acomplejada con su cuerpo, se veía distorsionada”, cuenta su mamá sobre los problemas alimenticios que padecía su hija.
Matilda sufrió bullying desde que arrancó la escuela en Escobar en 2020. “La tiraban contra la puerta y le decían: ‘Gorda, correte de acá’. En el recreo siempre estaba sola”.

Hubo compañeros que intentaron ayudarla, pero el grupo que llevaba adelante el acoso no permitía que nadie se le acercara. “Ese compañero era captado por los que dirigían el bullying y la dejaban sola”, explica su mamá, que en muchas ocasiones le sugirió a su hija cambiarse de colegio.
“Ella quería que la aceptaran, tenía la esperanza. Me decía: ‘Mami no quiero empezar otra vez, acá ya los conozco. En algún momento me van a aceptar”, cuenta. Pero ese momento nunca llegó. La muerte de la chica ocurrió el 27 de septiembre en la casa de su padre.
Matilda soñaba con el viaje de egresados a Bariloche, pero una semana antes dijo que no quería ir. “Se dio cuenta de que iba a estar sola y no la iba a pasar bien”, explica Rosana. Su amiga Catalina también decidió no ir: “Mati, ¿para qué vamos a ir si nos van a bulear a las dos?”
Rosana sostiene que la escuela falló: “La UBA no lo supo manejar. No supo preservar a las personas. No digo que sean los culpables, pero imaginate la cantidad de horas que pasan esos chicos ahí adentro”.
Incluso, Matilda y otro compañero habían pedido ayuda al colegio porque una compañera sufría lo mismo y que a causa de ello estaba con tratamiento psiquiátrico. La respuesta que recibieron aún resuena en la cabeza de Rosana: “No podemos hacer nada. Eso le dijeron a un chico de 17 y a una nena de 18”, cuenta.
En el sepelio de Matilda, la mamá de ese compañero se acercó a Rosana para contarle que su hijo también fue aislado y hostigado durante seis años. A pesar de hablar con las autoridades del colegio, la institución nunca hizo nada para integrar y detener el acoso.
“Ustedes contienen a la víctima, pero nunca se dieron vuelta a hablar con los que hacían el bullying”, les dijo Rosana a los docentes en una reunión posterior. “Ustedes tenían contacto con académicos internacionales, ¿cómo nunca se les ocurrió ver cómo articular recursos?”
“Antes salías de la escuela y el bullying se terminaba, pero ahora son 24 horas. Te llenan de ansiedad. Mi hija no pudo, mi amor, no pudo”.
Matilda era una excelente alumna. Le gustaba dibujar, preparaba pines y llaveros. Quería ser farmacéutica. Faltaban dos meses para terminar el colegio. Tenía un hermano cinco años mayor, Mateo, al que adoraba. “Se amaban”, dice Rosana.

En el funeral, maestras del jardín y de la primaria se acercaron a despedirla. Doce años después, aún la recordaban. Su hermano estaba conmocionado, no podía llorar. Un desconocido se le acercó y le dijo algo que Rosana no olvida: “Todas las alegrías pendientes de tu hermana ahora son tuyas”. Esas palabras lo sostienen en estos momentos tan duros.
Por su parte, Rosana se unió al grupo Renacer tras la muerte de Matilda: “Somos todos padres que perdimos hijos. En la primera reunión éramos seis; cuatro se habían suicidado. Vamos gente, instituciones, ¡despierten!”, grita enojada.
El caso de Matías Rolfi, el alumno que murió en la Facultad de Medicina
El dolor de Rosana volvió a encenderse cuando supo la historia de Matías Rolfi, el estudiante de 27 años que cayó del segundo piso de la Facultad de Medicina el 31 de octubre pasado. Matías tenía trastorno del espectro autista y había ido a revisar un examen de Fisiología que había preparado durante semanas. Sufría también burlas de sus compañeros y de algunos profesores.
“Ahí dije: la puta ma…, la UBA en ningún lado hace bien las cosas”, cuenta Rosana. El relato de los amigos de Matías era similar a lo que vivió Matilda los últimos seis años de su vida. Una institución inmensa que, para muchos jóvenes vulnerables, se vuelve un arma de doble filo.
Por eso, Rosana fue a la Facultad de Derecho. No quiso homenajes vacíos ni fotos, sino dejar un mensaje que se hable de Matilda, Matías, que el bullying dentro de la UBA termine. “Yo no busco sangre. Busco concientizar”, repite.
Y cuando levantó ese cartel: “Matilda presente. Matías presente. ¡Basta de bullying en la UBA!”, habló por su hija, por Matías y por todos los chicos que alguna vez se sintieron excluidos en un ambiente académico que debería abrir puertas y no cerrarlas.
Con información de
Clarín

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