La historia de la mujer cuya vagina le impide tener sexo
Viernes 29 de
Julio 2016
Esta historia fue escrita por Jamie Manelis quien relató en primera persona, para la edición norteamericana de Vice, cómo es vivir con una incapacidad sexual de la que poco se habla, pero que es más común de lo que parece…

“Mi novio del colegio y yo lo intentamos todo: lubricantes, vino rojo, velas aromatizadas, marihuana, canciones como “Glory Box” de Portishead, ejercicios de respiración, estimulación del clítoris, analgésicos, mirarnos a los ojos fijamente repitiéndonos “te amo, y todo va a estar bien”. Pero nada de eso funcionó.
De adolescente tuve una libido sana; es decir, vivía arrecha 24/7. Mi cuerpo, sin embargo, reaccionaba a la penetración como el de una anciana decrépita. Me mojaba y me excitaba como cualquier persona lista para tener sexo, pero en el momento de la penetración mi flor simplemente se cerraba. Además de la frustración de no poder tener coito, el dolor físico y los esfuerzos eran agotadores. Cuando trataba de tener sexo sentía como si me pusieran un embudo con ácido caliente. Emocionalmente me acababa: terminé sintiéndome aislada, incompetente y totalmente jodida.
Después de un tiempo entendí por qué para mí era tan difícil tener sexo: tenía vaginismo, un desorden en el que los músculos del suelo pélvico se contraen involuntariamente en el momento de la penetración. Los síntomas del vaginismo y de la disfunción eréctil han sido registrados durante siglos. Para los hombres la solución está en una píldora, pero para el vaginismo no existe tal milagro. Los dos únicos tratamientos son la terapia y los dilatadores, y con ninguno se garantiza cuándo será posible la penetración. Claramente contarle a alguien que tienes esta aflicción no es la mejor forma de romper el hielo; además, el nombre suena al de una enfermedad venérea y esto no ayuda en lo más mínimo.
La idea de tener adentro cualquier objeto extraño me causaba espasmos involuntarios. Mi primera y única experiencia con un tampón fue cuando tenía 15 años. Me tomó 45 minutos, dos amigas y un ataque de pánico. Sólo logré calmarme cuando mi amiga Érica me acomodó en el baño y lo sacó.
“¡El tampón estaba apenas adentro y se tiró al piso a llorar!”. Érica se atacaba de la risa cada vez que le contaba la historia a nuestros amigos y a extraños. Aunque el cuento siempre hacía que gente indeseable terminara comentando mi vagina, finalmente era ella la que había sacado un pedazo gigante de algodón con sangre de mi interior. Creo que si lo miramos como un “balance del universo”, estábamos a mano las dos.
Aunque este desorden no está muy bien documentado, es una de las disfunciones sexuales más comunes entre las mujeres. Doctores especialistas estiman que dos de cada 1.000 mujeres padecen vaginismo; sin embargo, como la mayoría de las mujeres siente vergüenza de tener este cinturón de castidad integrado, no pide ayuda profesional. Incluso algunas mujeres nunca han experimentado tener relaciones sexuales con penetración porque se sienten sexualmente incompetentes. Durante algunos años, pensé que sería una de ellas.
Con información de
El Ciudadano

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