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Cómo combatir la obesidad, una enfermedad que ya es epidemia

Por: Susana Rigoz
Sábado 21 de Abril 2018

Médica endocrinóloga, especialista en diabetes y obesidad, Juliana Mociulsky explica las principales causas y consecuencias de esta enfermedad, los tratamientos y la relación médico-paciente.
Los estudios se multiplican en el mundo y el alerta no para de sonar: el exceso de peso y la obesidad –con sus múltiples impactos en el organismo humano– ya están considerados un grave problema sanitario e incluso social y económico a nivel global.
 
Mientras se debaten todo tipo de medidas –legales, educativas, fiscales, entre otras–, la enfermedad sigue avanzando hasta alcanzar ribetes epidémicos, y los profesionales de la salud luchan diariamente para brindar ayuda a sus pacientes.
 
"Este tipo de enfermedades necesita de un tratamiento transdisciplinario, de médicos especializados y de un sistema sanitario que contemple las necesidades de los pacientes", afirma Juliana Mociulsky, médica endocrinóloga, Jefa de Nutrición en el Instituto cardiovascular de Buenos Aires (ICBA) y miembro titular de la Sociedad Argentina de Diabetes.
 
-¿Cómo se define la obesidad?
-A través del índice de masa corporal (IMC) que sirve para categorizar los riesgos en salud. El valor para definirla es de kg/m2. Cuanto más alto es ese número, mayores posibilidades de tener cáncer, artrosis, apnea de sueño, a lo que se le deben sumar las limitaciones en la funcionalidad cotidiana, la depresión y el encierro.
 
-¿Qué factores determinan la obesidad?
-Las causas son múltiples: el componente genético, la forma familiar de comer, el trabajo, el entorno obesogénico favorecido por la industria alimentaria y el sedentarismo. Por otra parte, hay un circuito en el organismo que regula la ingesta de alimentos, circuito que las personas obesas tienen desbalanceado y una de cuyas consecuencias es no recibir adecuadamente la señal de saciedad. Cuando alguien baja de peso, se elevan hormonas que aumentan el apetito, porque el cuerpo regula siempre para arriba y esa es la razón por la cual es tan difícil que puedan mantenerse en el peso adecuado.
 
-¿Cuáles son las enfermedades más importantes a las que está asociada la obesidad?
-Las más importantes son la hipertensión, la diabetes y el colesterol alto, todas enfermedades que implican riesgo cardiovascular. Hay diversas clases de obesidad: la que se encuentra en la panza genera esos riesgos porque la grasa opera como una especie de laboratorio de sustancias tóxicas; la ubicada en la cadera se asocia con problemas como artrosis o várices. Cada tipo de obesidad –fenotipo– provoca diferentes enfermedades, por eso cuando llega un paciente al consultorio, nosotros ya sabemos por dónde debemos empezar. Otras enfermedades asociadas son el cáncer de colon, de mama, de útero y, en menor medida, de páncreas.
 
-¿Hay enfermedades menos graves derivadas del exceso de peso?
-Sí, por supuesto. Hay derivaciones que provocan alteraciones en la vida de las personas como es la apnea de sueño que impide al paciente dormir bien (debido a que se sobresalta, aunque no se dé cuenta, por la falta de aire) e incrementa las chances de una enfermedad cardiovascular. Otras consecuencias comunes son, entre otros, los cálculos en la vesícula, problemas cutáneos y dificultad para higienizarse.
 
-¿Qué impacto tiene la obesidad a nivel psicológico?
-La característica común es la depresión y la negación. La persona obesa atraviesa distintas etapas. Una de ellas es la negación del problema que se traduce en inacción; en este estadío es usual que no se saquen fotos del cuello para abajo o no se miren al espejo. Después puede venir una etapa de rebeldía, una especie de enojo con la realidad que provoca también la inercia. Después empieza la etapa de negociación interna, momento en el que la persona comienza a plantearse el hacer algo y trata de limitarse en lo cotidiano. Aceptar es el primer paso para hacer algún cambio.
 
-¿Cómo llega al consultorio aquel que todavía no es consciente de su problema?
-Porque lo traen, o lo deriva su cardiólogo o médico clínico, porque está cansado de los comentarios o porque quiere cambiar y no se termina de dar cuenta. La actitud es imprescindible para poder generar cambios y también la definimos con etapas: la precontemplación, cuando el paciente no está dispuesto a nada; la contemplación, cuando comienza a contemplar la idea; la aceptación y la acción. Este proceso es el que llevaría a una persona a bajar de peso. El mantenimiento es difícil y seguro va a haber recaídas, pero estas sirven de aprendizaje y como punto de partida para retomar el cambio de hábitos.
 
-En general, ¿logran mantener lo alcanzado?
-No más del 10 % lo logra. Pero hay que tener en cuenta otro factor que es el aceptar el peso posible que va a permitir a la persona mantenerlo en el tiempo. Esto se relaciona con las expectativas, y es necesario no descuidar este aspecto para evitar la frustración.
 
-Hay muchos medicamentos destinados a adelgazar. ¿Son efectivos en la lucha contra la obesidad?
-Hasta ahora no se ha desarrollado el medicamento ideal para tratar la obesidad. Hubo algunos que fueron en cierta medida efectivos porque actuaban sobre los circuitos cerebrales, pero se los sacó del mercado porque generaban riesgo cardiovascular en gente de edad. Existen algunos fármacos, no aprobados en la Argentina, que actúan sobre el circuito de saciedad y recompensa, pero se deben valorar con rigurosidad debido a los posibles efectos secundarios. Donde ha habido avances importantes es en el tratamiento de la diabetes tipo 2 con obesidad, ya que existen fármacos, que si se utilizan en nuestro país y que tienen resultados probados en el descenso de peso y también en beneficios cardiovasculares. Estos son liraglutida, que ejerce efecto sobre el control de la saciedad, entre otras cosas, y empagliflozina, que actúa sobre la eliminación renal de glucosa y sodio. Otra cuestión clave es la relacionada con el estado anímico: un paciente deprimido no va a bajar de peso, no va al médico, no se cuida, etc. Hay una relación obesidad-depresión: es un circulo vicioso que se retroalimenta permanentemente y que también merece un abordaje diagnóstico y terapéutico.
 
-Mucho se insiste en la necesidad de evitar el sedentarismo y es común escuchar a los profesionales afirmar que menos de cuarenta minutos de actividad física no sirve para quemar grasas. ¿Está de acuerdo?
-No. Es muy poca la gente que dispone de ese tiempo y lo importante es ponerse objetivos posibles y a corto plazo. Esta afirmación, lejos de fomentar el movimiento cotidiano, logra que las personas no hagan nada porque es un objetivo muy ambicioso, improbable y desalentador. La Organización Mundial de la Salud habla de realizar 30 minutos de actividad física diaria, acumulativa. Hay que trabajar para lo posible, porque los objetivos cortos estimulan la autoestima y son motivadores.
 
-¿Qué opinión le merecen las múltiples dietas que circulan por el mercado?
-Hay diversas dietas, con distintos nombres pero con una característica común: ninguna puede mantenerse en el tiempo porque implica algo que empieza y termina. Las dietas mágicas apelan a la motivación y por eso parece en primera instancia que son efectivas, pero no sirven a largo plazo. Algunas incluso –como las que utilizan un único ingrediente– perjudican la salud. Las dietas que sí gozan de evidencia científica por los extensos estudios que las avalan son la Dieta Mediterránea y la Dieta DASH, esta última conocida por sus siglas en inglés, cuyo significado se traduce como "dieta para prevenir la hipertensión arterial"). Otro tema destacable es el de las publicidades mentirosas de aparatos que logran que bajemos de peso sin hacer nada o los suplementos alimentarios que supuestamente adelgazan. La realidad es que nada de esto es cierto ni sirve más que provisoriamente.
 
-¿Existen los alimentos adictivos?
-Sí: la grasa, la sal y el azúcar son adictivos, En el caso de la grasa, se asocia con la prehistoria de la humanidad, cuando debido a la escasez, el hombre ingería la mayor cantidad de alimentos posibles y con gran cantidad de grasas, para poder subsistir en las épocas de hambrunas, mecanismo que aún hoy perdura en nuestra memoria genética. Existen también algunas teorías que sostienen que los conservantes generan dependencia.
 
-¿Puede considerarse la obesidad como una epidemia?
-Antes hablamos de las enfermedades asociadas y creo que es un buen ejemplo para ver cómo está creciendo la obesidad. Tomemos el caso de la diabetes. Está comprobado que una de cada diez personas tiene diabetes, o sea que es una enfermedad frecuente. Hay dos clases: la tipo 1, un problema autoinmune que se da en gente joven y es provocada por la falta de producción de insulina y la tipo 2, que es la relacionada con la obesidad y responsable del 95 % de los casos. En la actualidad, esta última aparece cada vez más temprano; antes era impensable tener un paciente adolescente o niño con este tipo de obesidad.
 
-Hasta ahora hablamos tangencialmente de lo referido a los profesionales de la salud. ¿Considera que los médicos reciben una formación adecuada para tratar este tipo de enfermedades?
-Creo que la facultad brinda una formación muy académica, que no considera la obesidad como una enfermedad crónica en la que el profesional debe acompañar al paciente y darle las herramientas necesarias para controlarla. No se diferencia la enfermedad crónica de la aguda, cuyo tratamiento consiste en darle al enfermo un remedio para tomar durante 10 días, curarse y listo. El caso de la obesidad y la diabetes es distinto, los pacientes necesitan una educación terapéutica, y los médicos no suelen estar acostumbrados a tratamientos muy largos. Esta es una dificultad importante pero no la única. Otro aspecto clave es la forma de enfrentar la enfermedad: el tratamiento debe ser transdisciplinario y es tan importante el médico como el equipo de salud mental, la actividad física o la nutrición. En síntesis, aunque se sabe más respecto de la enfermedad, falta el conocimiento de cómo tratar al paciente y, a nivel sistema de salud, se deben mejorar determinados aspectos para facilitar el acceso a los pacientes obesos que muchas veces no pueden hacerse los estudios necesarios porque los centros médicos carecen de la infraestructura adecuada.
Con información de infobae

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