Las consecuencias económicas de Madame Lagarde

Por: Emmanuel Álvarez Agis
Lunes 18 de Marzo 2019

El Gobierno acaba de anunciar la autorización por parte del FMI para que el Ministerio de Hacienda venda en el mercado u$s 9.600 millones, a razón de u$s 60 millones por rueda.
La noticia fue bien recibida por el mercado y permitió descomprimir las presiones de las últimas semanas. Esos u$s 60 millones es aproximadamente el 10% del volumen diario del mercado. El FMI expresó en reiteradas oportunidades que no quiere que Argentina “intervenga” en el mercado, alterando el precio del dólar. El tipo de cambio debe flotar, a pesar que el FMI haya aceptado reducir la velocidad de las bandas de libre flotación con el objetivo de dar la señal de “dólar calmo” para las elecciones. Con esto, más el manejo de la tasa de interés y las intervenciones en el mercado de dólar futuro, las autoridades confían en que el dólar no sea el principal tema de debate durante la campaña.
 
Sin embargo, deberíamos preguntarnos si Madame Lagarde realmente quiere evitar una devaluación. La respuesta es sin lugar a dudas negativa, como se desprende del propio accionar del FMI. Efectivamente, Madame Lagarde acaba de autorizar al Tesoro a vender u$s 9.600 millones. Sin embargo, ha sido muy clara en cómo venderlos: u$s 60 millones por día. La pregunta de fondo sería la siguiente: si el FMI está dispuesto a perder u$s 9.600 millones ¿por qué tanto interés en determinar la manera en la que los vamos a perder? ¿Por qué no autorizar al Tesoro a que venda los dólares de la manera que crea conveniente? Como quedó claro el año pasado, hay una diferencia muy grande entre subastar u$s 50 millones por día u ofertar u$s 5.000 millones todos juntos. Esta última estrategia fue efectiva para frenar la corrida de 2018 (aunque luego el gobierno la abandonara y gatillara con eso una nueva devaluación); la primera, no. Es sencillo, Madame Lagarde quiere que vendamos los dólares, como dice la canción, des-pa-ci-to ¿Por qué? Porque no quiere influir sobre el precio del dólar que determine el mercado. Si al FMI verdaderamente le interesara frenar el dólar, daría absoluta discreción al gobierno en la manera en la cual se podrían vender esos u$s 9.600 millones. Hace unas semanas escribíamos ¿Puede un solo fósforo quemar el Amazonas? Y decíamos: “La respuesta es sí, si es que el FMI no deja que el Banco Central use esos dólares en tiempo y forma”.
 
En el mismo sentido, el pasado 6 de octubre de 2018 decíamos que “la nueva conducción del Banco Central se encuentra aplicando un tradicional torniquete monetario. Si usted tarda 15 minutos camino al hospital, el torniquete lo salva, si tarda 3 horas, el torniquete lo mata”. El torniquete monetario lleva más de 5 meses y luego de la esporádica baja de tasa de principio de año, quedó claro que la autoridad monetaria no podrá aflojar el apretón si quiere mantener a raya el tipo de cambio. El problema es entonces los dos mecanismos de transmisión tasa-dólar. El primer mecanismo es el del carry-trade. Con una tasa de interés bien por arriba de la expectativa de devaluación que se encuentra semi-anclada por el achatamiento de las bandas de flotación y la venta de dólares por parte de Hacienda, la señal es hacer pesos “hasta que aguante”. Y aguantará, seguramente, hasta junio-julio (o antes), cuando la salida de capitales pre-electoral pondrá al banco central en una situación de máximo stress. Cuando esto pase, es probable que las autoridades locales consigan algo más de libertad para subastar dólares en el mercado. Pero esto significará correr al dólar de atrás, una estrategia nada recomendable. No somos adivinos ni gurúes. Esta dinámica que comentamos es exactamente la misma que implementó el anterior presidente del Banco Central, Luis “Toto” Caputo. Caputo fue bautizado como el “Messi de las finanzas”. El apodo no pudo estar mejor puesto: al igual que Messi, Caputo rindió muy bien en el exterior, pero no así cuando se puso la camiseta de Argentina.
 
El segundo canal de transmisión tasa-dólar es la recesión. En las últimas semanas los argentinos asistimos a un experimento monetarista casi de laboratorio. Incluso con un sobrecumplimiento de la meta de “emisión cero” por parte del Banco Central, el dólar continuó subiendo ¿de dónde salieron pues los pesos para correr contra el dólar? De todos lados, aunque no obviamente del BCRA, y esto debería ser evidencia suficiente para que buena parte de los analistas locales entiendan que la autoridad monetaria no puede (ni debe intentar) controlar un agregado monetario. El banco central puede dejar de emitir, pero ninguna tarjeta de crédito va a consultar al banco central cuando automáticamente autoriza a que cientos de clientes paguen sus facturas de servicios públicos a crédito. Antes lo hacían con pesos ¿no hay pesos? Lo hacen con crédito. Y esta falta de pesos tampoco frenará la inflación. Supongamos que solo hay dos empresas operando en un determinado mercado. Una de ellas funde producto del torniquete monetario, la suba de costos por la devaluación y los aumentos de tarifa. La empresa que sobrevive debe ahora enfrentar mayores costos, con lo cual deberá necesariamente aumentar los precios. La dinámica es clara: recesión (cierra una empresa) más inflación (la empresa que queda sube los precios).
 
Las consecuencias económicas de Madame Lagarde son entonces no solo recesivas, sino además inconsistentes con el propio objetivo del FMI: el superávit fiscal. Ya explicamos que el programa del FMI eleva sustantivamente los riesgos de devaluación. La tradición ideológica del FMI supone que la devaluación impulsa la economía mediante la mejora de las exportaciones. Está bastante claro que ese no es el caso de la economía argentina. Pero, para peor, la devaluación tiene bajo el actual esquema económico un efecto negativo sobre el balance fiscal. La devaluación afecta negativamente los ingresos del tesoro por la vía de la recesión: la recaudación lleva ya un semestre creciendo a una tasa menor que la inflación. Pero, además, la devaluación incrementa la inflación y esto deteriora el balance fiscal, ya que la mitad del gasto público está indexado trimestralmente. Por último, la devaluación ni siquiera ayuda por el lado de la recaudación por retenciones, debido a que el Gobierno decidió un esquema de retenciones fijas, en lugar de aplicar un porcentaje sobre el precio de exportación expresado en pesos, cosa que perfectamente habría sido aceptada por el FMI.
 
El año pasado el presidente Macri nos instó a “enamorarnos” de Madame Lagarde. Las consecuencias económicas de Madame Lagarde hacen difícil ese enamoramiento, máxime porque no somos un país de 44 millones de masoquistas. La relación que el Gobierno nacional propone con Madame Lagarde debería evitar metáforas adolescentes. No necesitamos enamorarnos de Madame Lagarde. Necesitamos un Gobierno que negocie con el FMI un acuerdo que ponga la economía a crecer. Porque crecer es la única manera de recuperar el equilibrio fiscal, de alejar a la economía de los dos dígitos de desempleo y de evitar que una nueva devaluación ponga en dudas la solvencia de Argentina.
Con información de Ámbito

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