A 15 años de la masacre de Coronda, habló el guardia que fue rehén: "Vi la frialdad del ser humano a la hora de matar"

Por: Ignacio Mendoza
Viernes 10 de Abril 2020

Oscar Yosviak, rompió el silencio y de manera exclusiva habló con Aire Digital en una entrevista en la que recordó cómo fue enfrentar esta encrucijada entre la vida y la muerte. Los detalles de una brutal matanza en primera persona.
Oscar Yosviak, el exagente penitenciario que en entre el 11 y 12 de abril del 2005 fue tomado de rehén en la cárcel de Coronda cuando se desarrolló la brutal matanza de un total de 14 presos, rompió el silencio quince años después y recordó cómo fue vivir en primera persona la peor masacre que tuvo la historia del servicio penitenciario provincial.
 
Retirado del mundo carcelario, Yosviak rememoró además qué pasó los días previos en el penal corondino y la posterior aventura de haber sido procesado por un juez pese a que había sido una clara víctima. El tiempo le dio la razón y con el paso de los años fue absuelto en la causa que investigó la presunta responsabilidad de empleados y autoridades directivas en torno al motín sangriento que se cobró la vida de catorce presos oriundos de la ciudad de Rosario.
 
“El Servicio Penitenciario transgrede el artículo 18 de la Constitución Nacional que dice que las cárceles deben ser limpias, sanas y deben de alguna manera contribuir con la reinserción social del condenado. Acá lo que se dio fue todo lo contrario”, dijo Yosviak en una entrevista exclusiva que dio a Aire Digital después de quince años de silencio.
 
 
“Por la cárcel no pasé más. Es inevitable estar pendiente de lo que aconteció el otro día, en los motines de Coronda y Las Flores. Siempre tengo contacto con algunos compañeros y amigos. Hablo mucho con ellos. Y están igual, es un servicio desprotegido, un servicio carente de contención”, destacó.
 
— ¿Qué pasó ese día de la masacre?
 
— Yo trabajaba en el servicio penitenciario. Tenía 25 años y recién estaba ingresado al servicio. Como primer destino tuve la cárcel de Coronda y había comenzado a trabajar en los pabellones de máxima seguridad. En ese entonces, estaba la cárcel dividida por grados de peligrosidad.
 
El 7, 8, 9,10 y 11 eran los pabellones de máxima seguridad. Comencé a trabajar en el pabellón 10 y después de ahí empecé en el 7 que fue el pabellón donde comenzó el conflicto. Aparentemente había internas entre Rosario y Santa Fe. Había cuestiones internas muy peligrosas y había vidas en juego, pero siempre cuestiones internas entre los presos. Ese día, a las tres de la tarde aproximadamente, dieron recreo a cielo abierto en el pabellón 9, el cual creo que era lindante al 7. En ese pabellón se empezaron a pelear internos.
 
Después se convocó a la guardia armada y con posterioridad solicitaron a los auxiliares de los pabellones vecinos. En ese entonces yo era un auxiliar del pabellón 7. Yo fui a prestar servicio al pabellón conflictivo para hacer recuento físico del pabellón. Cuando regreso a mi puesto de vigilancia, me voy al baño y en el momento en que yo estaba, en la planta baja, porque arriba no estaba todo instalado, siento que desde la escalera se sienten pasos y veo descender un interno con todo el rostro tapado con una faca en cada mano.
 
Entonces confronto con él y atino a agarrar sillas de plástico. Yo estaba con mi compañero que era el celador que estaba a cargo del pabellón. Empiezo a esgrimir con él preso, pero me destruye la silla con la faca a una distancia de un metro. No me mató porque no quiso.
 
Cuando finaliza la pelea y él (interno) me puso una faca en el cuello y me dijo: “Tirate al piso, perdiste”. Entonces me redujo, me sacó las esposas y me llevaron al pabellón adentro, a la celda 25.
 
— ¿Qué hizo en ese momento?
 
— Empezás a imaginar un montón de cosas, estás viviendo una situación límite. A ver cómo sobrevivís, como escapas de esa situación. Es una situación límite en la que está en juego tu vida. O sea, estás al borde de la extinción: estamos programados para vivir no para morir.
 
—¿Quisieron matarlo?
 
—No sé si en algún momento me habrán querido matar. SÍ me agredieron y me dieron una paliza. De hecho, me quebraron un diente y por eso le agradezco mucho a un dentista de Coronda que atendía en San Jerónimo y Juan de Garay. A mi otro compañero no lo vi más ya que nos separaron.
 
Estaba esposado, sentado en la silla, con una frazada en la cabeza y escuchando ruidos. Todos los sentidos se te agudizan, oles, sentís, mirás, escuchás. La adrenalina a flor de piel. Ver para el lado de una ventana y reja y pensar que puede haber una posibilidad de que puedas pasar de las rejas para escaparte.
 
Todas esas cosas pensaba, mientras escuchaba que afuera había explosiones, que empezaban a sumarse cada más gritos, ruidos de metal, que están afinando facas y una voz de alerta constante. Yo pensaba “no quiero morir acá dentro”, “no esperaba este final para mi vida”.
 
—¿Cuánto duró todo?
 
—Fui tomado de rehén a las 17.30 aproximadamente y me liberaron a la 1.30 o 2 de la madrugada.
 
—¿Qué escuchó y le tocó ver?
 
— Vi el ojo de la tormenta. Como se desenvuelve un motín y como los internos manejan y organizan un desplazamiento muy básico, muy arcaico pero muy bélico y muy agresivo. Vi lo que un penitenciario ve desde afuera, pero yo lo vi desde adentro.
 
 
Vi desde adentro falencias del Servicio Penitenciario y que no está preparado para una negociación y una situación así. También pude ver como es el ser humano en su naturaleza, como aflora lo impulsivo y como cada uno adquiere mecanismos de defensa o supervivencia. En mi caso fue la sumisión. En ningún momento ofrecí resistencia. Vi la frialdad del ser humano a la hora de matar a otro ser humano. Sentí olor a sangre.
 
—¿En un momento, cuando estaba como rehén, pensó que el servicio lo iba a dejar?
 
—El Servicio Penitenciario en algún momento me dejó. Yo siempre digo que el SP es una institución en la que está de guardia la perversión. El Servicio Penitenciario transgrede el artículo 18 de la Constitución Nacional que dice que las cárceles deben ser limpias, sanas y deben de alguna manera contribuir con la reinserción social del condenado. Acá lo que se dio fue todo lo contrario. Eso es lo que fui viendo, tanto para el interno como para el mismo empleado.
 
Es una institución que hasta hoy en día no sé por qué es un lugar donde de alguna manera te terminas quebrantando. Por eso hoy puedo hablar libremente porque no estoy ligado al servicio. Si yo estuviera dentro del servicio tendría que estar, de alguna manera, poniendo filtro a lo que estoy hablando. Por eso, después de quince años es la primera nota que hablo muy libremente.
 
Vi la frialdad del ser humano a la hora de matar a otro ser humano. Sentí olor a sangre.
 
—¿Cómo fue el proceso para superar la toma de rehén?
 
—Con mucha terapia. Es una situación límite que uno vive y que no se sale de un día para otro. Vivís con ello y lo vas a llevar para toda la vida. Esto es algo que va a ir conmigo para toda la vida.
 
Yo después de dos años y medio de los que aconteció, recién ahí yo asumí que tenía que comenzar a hacer terapia porque uno cree que lo va a superar e ir manejando pero no podes. Lidias con pesadillas. Hay días que estas irritable o susceptible. Tenés un desequilibrio emocional constante. Cualquier cosa te conmueve. Te pones agresivo. Entonces lo que uno tiene que trabajar es el sentimiento en que lo vas a recordar.
 
—¿Y cómo lo recuerda usted?
 
—Como una experiencia que yo tomé como positiva. Porque después de ese episodio traumático, así como han vivido muchos compañeros míos y amigos que están todavía en el servicio, yo lo utilicé a favor mío.Yo llegué a encontrarme en un estado de crisis como el que estamos viviendo ahora con el coronavirus. ¿Qué hago?, tengo que tomar una decisión o me hundo y sigo sumergiéndome hasta terminar en lo hondo o despego y evoluciono.
 
Entonces qué es lo que hice. Primero asumí que no era el lugar para que yo esté trabajando ahí. Es una opinión mía. Por ahí veo publicado que ser penitenciario es una “vocación” pero yo creo que no existe la vocación mientras se esté en un lugar donde haya perversión. Es muy vidrioso lo que voy a decir, pero no es un lugar donde se enseñe la reinserción social a través de violencia. Porque siempre en esos lugares hay una acción y una reacción.
 
Por ahí veo publicado que ser penitenciario es una “vocación” pero yo creo que no existe la vocación mientras se esté en un lugar donde haya perversión.
 
Por ahí veo publicado que ser penitenciario es una “vocación” pero yo creo que no existe la vocación mientras se esté en un lugar donde haya perversión.
 
—Quiere decir que se juega al gato y al ratón…
 
No sé. Acá hay una causa y consecuencia y las consecuencias siempre son malas. Tanto para el penitenciario como para quien está cumpliendo una condena.
 
Dichos del pasado
 
Durante la entrevista, la cual Yosviak transmitió a sus allegados más íntimos por medio de un Facebook Live, el expenitenciario optó por no volver a poner en duda el rol que tuvo su compañero de guardia durante el motín.
 
Es que tiempo después de la masacre Yosviak brindó una entrevista a la revista Entre Líneas (de la ciudad de Santa Fe) y destacó que su compañero le dijo al preso que salió del pabellón previo a la masacre: “Tranquilo Chino, hacé las cosas bien”, como si lo hubiera reconocido cuando el mismo interno tenía la cara totalmente tapada.
 
El Servicio Penitenciario es una institución que la que está de guardia es la perversión.
 
— Después que pasó lo de la toma de rehén y la matanza, usted declaró en una revista que tuvo sospechas sobre su compañero que también fue tomado de rehén. ¿Eso lo sigue sosteniendo?
 
—Hay cuestiones adentro, que me las voy a reservar, por respeto al otro muchacho que está trabajando. Es algo que no me sirve, en este momento, hacer hincapié en eso. Primero por respeto a la otra persona, segundo no me suma en nada en este momento y es algo que si hubo una complicidad o no allá ellos con su historia.
 
—¿Cómo tomó usted que después de haber estado durante varias horas de rehén en una situación límite, después la Justicia lo terminó procesando?
 
—Lo tomé como injusto porque se trataba de que yo había sido el rehén, yo fui víctima en ese episodio. Todo esto se da por una falencia misma de la institución, con conocimiento del personal y político.
 
En el servicio siempre se trabaja tratando de evitar el conflicto entre los internos. Es como cuando a un niño, para que no llore, le dan la tablet así no llora. En algún momento el nene te va a pedir algo que puede ser letal para él y resulta que el niño estaba pidiendo un cuchillo y lo terminó metiendo en un enchufe. Ahí se toma conciencia de la gravedad del caso. Acá en el servicio pasa lo mismo: tratar de darle la paz a la población mediante un “vamos a darle esto, vamos a darle lo otro y que se queden tranquilos”.
 
Cuando yo empiezo a expresar en un libro de novedades determinados cambios de pabellón de internos de un pabellón al siete. Se veía claramente la conformación de la banda que después iba a generar el motín. Yo dentro de mi joven antigüedad me hice un librito de novedades donde explicaba que por orden del señor fulano ingresaba fulano al pabellón 7. Nosotros estábamos viendo que eran cosas que no debían ocurrir, se estaban manejando mal los ingresos cuando vos tenés que evitar ciertas cuestiones internas. Es como en la escuela. Cuando uno se portaba mal, porque estaba haciendo bochinche en el fondo del salón y que hacía la maestra, disipaba o dividía el grupo rebelde. Bueno acá había que hacer lo mismo, pero no se hacía todo lo contrario.
 
Una semana antes nos dejaron sin comunicación telefónica. Nos sacan el segundo auxiliar, el cual era necesario porque se fortalecía más el control del pabellón. En un momento manejaban los cambios del pabellón un pastor.
 
—¿Cómo llegó el momento en que decidió desvincularse del Servicio Penitenciario?
 
—Primero tuve que comerme cerca de 9 años de estar procesado (después fue absuelto por el juez de Sentencia, Dardo Rosciani). Yo creo que al que le tuvieran que haber cortado la cabeza en ese momento fue al hijo del ministro Rosua. Es decir, el que estaba de Director General, Fernándo Rosúa.
 
Tendrían que haberle cortado la cabeza a ese pibe porque tenía conocimiento de lo que estaba sucediendo en la cárcel de Coronda en ese momento. Había libre albedrío. Una viva la pepa era, como ocurre ahora.
 
El portón que no estaba
 
Durante la entrevista, Yosviak también consideró que la investigación que debería haber realizado la Justicia tendría que haber apuntado hacia las altas esferas. Sin embargo, apuntó a “cortar el hilo por lo más delgado”.
 
“En una primera instancia toma la causa el juez Patrizi que lo tenía de secretario a Pocoví. Yo comienzo a dar declaración testimonial. En la primera declaración Patrizi me mostró un plano de la galería de la cárcel y me pregunta "¿Yosviak por qué no cerraron este portón y así hubieran evitado toda la masacre? Miro yo, y le digo "señor con todo respeto, ese portón no existe". Él (por Patrizi) lo mira a Pocoví y le preguntó si había llegado hasta el fondo de la galería y Pocoví le dijo que no”, recordó.
 
“No sé si al otro día pusieron una reja. Entonces algo estuvieron cubriendo. Hubo muchas cosas que empezaron a saltar y que me motivaron a mí a pensar que todo se había tratado de una entregada”, agregó.
 
—¿Usted cree que lo entregaron?
 
—No puedo afirmar algo en donde no tengo pruebas, pero…
 
—¿Hoy como se ve después de 15 años?
 
—Me veo un hombre que no tiene que temer. Que si no hubiese pasado por ese episodio traumático no hubiese madurado ciertas cuestiones que tienen que ver en mi personalidad. Me veo un hombre que en ese momento aprovechó la crisis y lo hago con el resto de las crisis porque es un momento de oportunidad de cambio y evolución. Me veo una persona que tiene que superarse. Que tuvo que aprender a ser conciliador y a que mi razón prevalezca sobre mi parte emocional.
 
Por qué digo esto. Porque después de meses de lo que pasó tuve que enfrentar a internos que habían estado en la masacre y verlos en libertad. Internos que me tuvieron en cautiverio.
 
 
—¿Usted cruzó a esos internos?
 
—Acá en Santa Fe a muchos.
 
—¿Y lo reconocieron?
 
— Si. De hecho, a uno yo me le acerqué y le dije "mira vos las cosas de la vida". Y el preso me dijo "jefe, que quiere que hiciera, si yo actuaba en contra de dónde pertenezco tengo que cumplir una condena".
 
En Coronda mismo, a los meses o al año, también salió en libertad uno que fue conmigo a la secundaria y en su momento me tuvo ahí -en el motín- como quien dice dentro de la jerga: verdugueandomé.
 
Si yo me pongo del lado del preso y tengo que cumplir una condena de cinco, seis o siete años, yo tengo que sobrevivir ahí adentro entre mis pares. ¿Yo me voy a poner con la gorra como dicen ellos? Ojo, no justifico, pero comprendo. De esa manera yo sano mi cuestión interior.
Con información de Aire de Santa Fe

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