Con la desbandada de Afganistán Biden consuma la visión de Trump
Por:
Marcelo Falak
Martes 17 de
Agosto 2021
La imagen de su Gobierno, la de él mismo y la que Estados Unidos tradicionalmente ha querido cultivar como superpotencia excluyente en términos militares están en juego tras la desordenada retirada de Afganistán, una que se parece demasiado a una fuga.
El presidente Joe Biden decidió ayer volver de su residencia de descanso en Camp David a la Casa Blanca para poner la cara en la emergencia. Sus palabras probablemente convencerán más a los ciudadanos hartos de una guerra inviable que a los afganos -y sobre todo afganas- aterrados ante la restauración del infierno talibán, pero en cualquier caso resultan cristalinas. La hiperpotencia ya no desea comportarse como un gendarme global y limitará sus intervenciones bélicas a un interés nacional mejor calculado. Curiosa coincidencia: como había proclamado Donald Trump algo más de cuatro años atrás, termina la era de las invasiones destinadas a exportar el modo en que Washington entiende la democracia.
“Respaldo firmemente mi decisión de retirar las fuerzas militares antes del 31 de este mes. Después de 20 años he aprendido por las malas que nunca hubo un buen momento para hacerlo”, añadió.
“No se suponía que la misión en Afganistán fuera construir una nación. Nuestro único interés nacional vital sigue siendo el que siempre ha sido: impedir ataques terroristas en suelo estadounidense”, explicó.
El problema es que no fue ese el discurso de Washington ni cuando se lanzó la invasión tras el 11-S ni cuando George W. Bush y Barack Obama mantuvieron la ocupación. Con Trump las cosas fueron diferentes. Tal como recordó ayer el propio Biden para poner un corralito a las críticas republicanas y hasta al reclamo de renuncia que le dedicó su deslenguado antecesor, fue aquel quien entabló negociaciones con los talibanes y quien decidió retirar a los militares al 31 de mayo. Biden, pese a todas las diferencias, no hizo más que cumplir con esa visión.
“China y Rusia estarían encantados de que sigamos gastando dinero” en ese país, recordó, una cuenta que asciende a un billón de dólares, cifra que separó en sílabas en su discurso como para ampliar el impacto. De la frase surgen varios hechos: si bien el terrorismo global sigue siendo una preocupación primordial para Estados Unidos, las amenazas vitales a su poder provienen sobre todo de la competencia con China por la hegemonía internacional. Y para hacer frente a ese desafío, el país debe concentrar sus esfuerzos en fortalecerse en lo económico. Otra vez: muy parecido a Trump. La grieta ideológica, al final, es jueguito para la tribuna que no interrumpe las tendencias de largo plazo.
¿Eso significa que ya no se verá a Estados Unidos usar su músculo bélico? No necesariamente, porque esa potencia y sus intereses son demasiado grandes como para permitirse el lujo del aislacionismo, pero sí que eso será un recurso más puntual y calculado. Las invasiones sine die probablemente se volverán escasas y el involucramiento en guerras civiles ajenas deberá estar mejor justificado en términos de interés nacional.
Biden dijo que los dos objetivos de la invasión a Afganistán fueron sobradamente cumplidos, esto es evitar que Al Qaeda siguiera contando con un santuario y terminar con Osama bin Laden. Lo segundo, claro, lo cargó a la cuenta de su mentor, Barack Obama, pero eso no evitó una crítica sutil por haber sido uno de los “cuatro presidentes, dos republicanos y dos demócratas” que mantuvieron la fantasía de que era posible construir un Afganistán democrático a través del mantenimiento de la guerra más extensa de la historia de su país. “No le pasaré este tema a un quinto presidente”, prometió.
A la hora de echar culpas, fustigó al Gobierno depuesto, que nunca terminó con la corrupción y no supo ni quiso, sugirió, defender a su propio país con un ejército “mayor que varios de los de la OTAN” y armado sobradamente por Estados Unidos.
Pese a eso, no pudo dejar de reconocer su “tristeza” ante las imágenes que recorren el mundo, muy lesivas para la reputación de Estados Unidos. Asimismo, responsabilizó por lo precipitado de la salida a la demora de los afganos que colaboraron con la ocupación, quienes, dijo, “seguían creyendo en su país”.
Como sea, es inocultable la falla -sí, otra vez- de un aparato de inteligencia demasiado bien financiado como para ser tan voluntarista. Hace tan poco como la semana pasada este había dicho que una caída de Kabul no se produciría sino hasta dentro de tres meses.
Todo es tan desordenado que la Casa Blanca no tiene cómo asegurar que Afganistán no vuelva a ser una base del terrorismo. Al Qaeda es más que nunca una franquicia invertebrada, pero la vocación del yihadismo global no termina en ella o en lo que supo ser.
El mandatario prometió “seguir alzando la voz por los derechos básicos del pueblo afgano, de las mujeres y las niñas”, pero la retirada deja a todos ellos colgando de un pincel. Además, afirmó que los auxiliará a través de los mecanismos conocidos de ayuda internacional, algo que -ya puede anticiparse- terminará el mismo día en que comiencen las sanciones económicas contra el nuevo régimen. En más, ayer mismo fuentes del Gobierno estadounidense dijeron que no permitirán que pasen a manos de los talibanes la mayor parte de los 9.400 millones de dólares de reservas que Afganistán tiene depositadas en el exterior.
Biden dijo lo suyo, pero el griterío de los periodistas que se superpusieron para demandar más explicaciones cuando se puso de espaldas y se alejó es el anticipo de lo que vendrá para él. Lo quiera o no, el suyo será el rostro de esta retirada sin honra.
“Respaldo firmemente mi decisión de retirar las fuerzas militares antes del 31 de este mes. Después de 20 años he aprendido por las malas que nunca hubo un buen momento para hacerlo”, añadió.
“No se suponía que la misión en Afganistán fuera construir una nación. Nuestro único interés nacional vital sigue siendo el que siempre ha sido: impedir ataques terroristas en suelo estadounidense”, explicó.
El problema es que no fue ese el discurso de Washington ni cuando se lanzó la invasión tras el 11-S ni cuando George W. Bush y Barack Obama mantuvieron la ocupación. Con Trump las cosas fueron diferentes. Tal como recordó ayer el propio Biden para poner un corralito a las críticas republicanas y hasta al reclamo de renuncia que le dedicó su deslenguado antecesor, fue aquel quien entabló negociaciones con los talibanes y quien decidió retirar a los militares al 31 de mayo. Biden, pese a todas las diferencias, no hizo más que cumplir con esa visión.
“China y Rusia estarían encantados de que sigamos gastando dinero” en ese país, recordó, una cuenta que asciende a un billón de dólares, cifra que separó en sílabas en su discurso como para ampliar el impacto. De la frase surgen varios hechos: si bien el terrorismo global sigue siendo una preocupación primordial para Estados Unidos, las amenazas vitales a su poder provienen sobre todo de la competencia con China por la hegemonía internacional. Y para hacer frente a ese desafío, el país debe concentrar sus esfuerzos en fortalecerse en lo económico. Otra vez: muy parecido a Trump. La grieta ideológica, al final, es jueguito para la tribuna que no interrumpe las tendencias de largo plazo.
¿Eso significa que ya no se verá a Estados Unidos usar su músculo bélico? No necesariamente, porque esa potencia y sus intereses son demasiado grandes como para permitirse el lujo del aislacionismo, pero sí que eso será un recurso más puntual y calculado. Las invasiones sine die probablemente se volverán escasas y el involucramiento en guerras civiles ajenas deberá estar mejor justificado en términos de interés nacional.
Biden dijo que los dos objetivos de la invasión a Afganistán fueron sobradamente cumplidos, esto es evitar que Al Qaeda siguiera contando con un santuario y terminar con Osama bin Laden. Lo segundo, claro, lo cargó a la cuenta de su mentor, Barack Obama, pero eso no evitó una crítica sutil por haber sido uno de los “cuatro presidentes, dos republicanos y dos demócratas” que mantuvieron la fantasía de que era posible construir un Afganistán democrático a través del mantenimiento de la guerra más extensa de la historia de su país. “No le pasaré este tema a un quinto presidente”, prometió.
A la hora de echar culpas, fustigó al Gobierno depuesto, que nunca terminó con la corrupción y no supo ni quiso, sugirió, defender a su propio país con un ejército “mayor que varios de los de la OTAN” y armado sobradamente por Estados Unidos.
Pese a eso, no pudo dejar de reconocer su “tristeza” ante las imágenes que recorren el mundo, muy lesivas para la reputación de Estados Unidos. Asimismo, responsabilizó por lo precipitado de la salida a la demora de los afganos que colaboraron con la ocupación, quienes, dijo, “seguían creyendo en su país”.
Como sea, es inocultable la falla -sí, otra vez- de un aparato de inteligencia demasiado bien financiado como para ser tan voluntarista. Hace tan poco como la semana pasada este había dicho que una caída de Kabul no se produciría sino hasta dentro de tres meses.
Todo es tan desordenado que la Casa Blanca no tiene cómo asegurar que Afganistán no vuelva a ser una base del terrorismo. Al Qaeda es más que nunca una franquicia invertebrada, pero la vocación del yihadismo global no termina en ella o en lo que supo ser.
El mandatario prometió “seguir alzando la voz por los derechos básicos del pueblo afgano, de las mujeres y las niñas”, pero la retirada deja a todos ellos colgando de un pincel. Además, afirmó que los auxiliará a través de los mecanismos conocidos de ayuda internacional, algo que -ya puede anticiparse- terminará el mismo día en que comiencen las sanciones económicas contra el nuevo régimen. En más, ayer mismo fuentes del Gobierno estadounidense dijeron que no permitirán que pasen a manos de los talibanes la mayor parte de los 9.400 millones de dólares de reservas que Afganistán tiene depositadas en el exterior.
Biden dijo lo suyo, pero el griterío de los periodistas que se superpusieron para demandar más explicaciones cuando se puso de espaldas y se alejó es el anticipo de lo que vendrá para él. Lo quiera o no, el suyo será el rostro de esta retirada sin honra.
Con información de
Ámbito
