Él es Tomás, tiene 13 años, es superdotado y brilla en la universidad

Viernes 25 de Diciembre 2015

Tomás Perez tiene un coeficiente intelectual similar al de Stephen Hawkings y Albert Einstein. Aprendió a leer cuando tenía un año y medio, y ahora está cursando el profesorado de Matemáticas. Un chico onda “Big Bang Theory” que prefiere leer libros de estrategia militar antes que salir a jugar a la pelota.
El 29 de diciembre de 2001 los diarios publicaban en sus portadas fotos de la Casa Rosada con cubiertas de auto prendidas fuego delante de su fachada. Los zócalos de los canales de televisión sostenían frases como “Violencia en Plaza de Mayo” o “la Corte sostiene el Corralito”. La furia de la gente contra los funcionarios y las medidas económicas se dejaba ver en los cacerolazos en numerosos puntos del país y los incidentes en el Congreso. Ese día, en ese contexto, en una Argentina en llamas, nacía un chico con una inteligencia muy superior a la normal.
 
Hoy, Tomás tiene 13 años, habla inglés, árabe y chino, y cursa el profesorado de Matemática en la Universidad Nacional de La Plata. Cómo es la vida de un niño superdotado que al año y medio ya leía de corrido y a los cuatro se interesaba en gladiadores y Segunda Guerra Mundial
 
EL PEQUEÑO EINSTEIN
–Mamá, vos no tenés que trabajar más. Tenés que salir a robar–. Tomás Pérez tenía 4 años cuando deslizó esa frase tal vez tan inocente como aterradora. Un año después del episodio que puso en alerta a su mamá,  le diagnosticaron un cociente intelectual de 155, apenas cinco puntos menos que el de Stephen Hawking y el de Albert Einstein. La medida normal oscila entre los 95 y 110 y sólo el 2% de la población mundial llega a 148. Este alto nivel de inteligencia puede dar a luz a los grandes hombres de la física, a los genios que leemos en libros de historia, a chicos angustiados por no encontrar su lugar en el mundo, o a ladrones y estafadores capaces de planificar robos millonarios a los bancos  y casinos más seguros del mundo.
 
LA ESCUELA ABURRE
Claudia Fernandez es abogada y madre soltera. Vive junto a Tomás, su hijo superdotado, a quien acompaña todos los días a la Facultad de Humanidades de la Universidad de La Plata donde, con tan solo 13 años, cursa el Profesorado de Matemática. El año que viene Tomás tiene previsto arrancar la Licenciatura en Biotecnología, y el próximo, la Licenciatura en Matemática. Su madre, básicamente, vive para él:  “He tenido que renunciar al 50 por ciento de mi vida personal y mi profesión, porque hoy por hoy el que me necesita es mi hijo; trabajo para que podamos vivir, pero vas a contramano de la vida, porque cuando la gente está en la oficina vos estás adentro de un museo. Pero ¿quién te quita la experiencia de verlo maravillado?”.
 
Muchas veces, en casos como estos, se suele escuchar decir que los padres depositan extrema expectativa en sus hijos y los obligan a que sepan cada día un poco más, cargándolos de actividades para que incorporen conocimiento. Pero, ante este planteo, Tomás contesta: “A mí no me obligan a estudiar, estudiar es lo que a mí más me gusta. Mi mamá dice en broma que yo la exploto a ella porque hago mil cosas, quiero empezar más idiomas, ir al museo y cursar todas las materias en la Facultad.”
 
La historia de Claudia y Tomás está signada por los trámites burocráticos en los que se ven envueltos por la educación del nene: la necesidad de acelerar años en la escuela, el riesgo de hacer homeschooling (escuela en casa), ocuparse de que en el aula le den tarea extra para que no se aburra, de que se lo integre aun siendo dispar en los intereses con los compañeros de su misma edad, de poder tener mesas especiales en Capital Federal para poder rendir libre, entre un sinfín de trámites para cumplir con los niveles obligatorios educativos. Pero ¿Cómo hacer para no sufrir en la escuela? Si él quiere jugar al ajedrez mientras sus compañeros juegan al fútbol, si a lo largo de toda su etapa escolar los contenidos fueron para Tomás lo que una regla de tres simple para Albert Einstein. Combinar lo que se “debe” hacer con lo que el nene tiene ganas de hacer es, directamente, el problema de sus vidas. En palabras de Claudia: “Ser inteligente en este país es, al menos, una complicación”.
 
¿BENDICIÓN O DRAMA?
Los primeros indicios llegaron bastante pronto. A los siete meses Tomás dejó los pañales. A los diez meses empezó a caminar. Al año y medio leía de corrido. Cuando lloraba, su mamá y su abuela ponían conciertos de música clásica y el nene se calmaba. Ellas pensaban que era normal, porque en esa casa se leía mucho y había un especial interés por el arte; pero a los cuatro años el nene le sugirió a su madre que saliera a robar, qué él le diría cómo hacer. No es que Tomás tuviera ninguna propensión especial al delito, sino que le parecía seguramente una “idea práctica”, una buena relación de factores económicos. Otro día Claudia lo encontró con el brazo derecho en alto, en posición de 90 grados y gritando “Heil, Hitler!” y, ante la pregunta de por qué hacía eso, Tomás contestó “es que estuve revisando archivos secretos de la Segunda Guerra Mundial”. Lo llevaron a un psicólogo especialista, le hicieron el test correspondiente, y el resultado arrojó que estaban ante un nene con una inteligencia increíble.
 
Según Gabriel Vulej –titular de la Asociación Creaidea, ludoteca para chicos con Alto Cociente Intelectual– en nuestro país nacen 700.000 chicos por año y estadísticamente el 2% presenta altas capacidades intelectuales, es decir, 14.000. Pero de ese total, solamente el 10% es detectado cada año, porque en muchos casos no se llega a advertir la inteligencia del nene o nena, y se queda sin identificar casi el 90%, o sea, 12.600 chicos por año. El estímulo a la alta capacidad de estos chicos bien podría ser funcional al desarrollo del país, como también a la propia felicidad del prodigio, pero la mayoría de estos chicos se pasa la vida sin conocer su condición y otro tanto lo sufre en las aulas por un sistema que no contempla sus intereses.
 
¿Cómo detectar a un chico con altas capacidades? Un nene de dos años puede hacer un comentario a la madre no propio de esa edad, en relación a la muerte, a la maldad de la gente, a la guerra, temas ajenos a los menores. Dice Vulej: “A veces hay chicos que tienen un sentido altruista, quieren que el mundo cambie, quieren ayudar, encaran las cosas con profundidad”. El primer dato que llama la atención es que el padre se sorprende ante la actitud del chico. Esta actitud puede ser también que empiecen a escribir solos porque lo vieron en algún lado, o que vean la letra “E” y digan “si la ponemos al revés es la W o si no la M”. Cuando no se lo ha dicho nadie. Ellos solos razonan y buscan, crean la información para sí. Si los padres dejan la tele puesta en un canal de dibujos animados –porque es lo que se supone que corresponde con su edad– el chico con altas capacidades suele tomar el control remoto y buscar un canal que le atrae más: un noticiero, History Chanel o Discovery, tal vez.
 
UN NIÑO ADULTO
“En casa escucho sus opiniones, pero las decisiones las tomo yo. Aunque es inteligente, y tiene razón la mayoría de las veces”, dice Claudia entre risas. Tomás es cariñoso y tiene la mirada tierna de un nene aunque le guste jugar a pasar las oraciones a lenguaje abstracto. Muchas veces ve que sus vecinos están jugando a la pelota en la vereda y sale para sumarse: hace de árbitro. Con otros amigos –de alta capacidad como él– juega al ajedrez o comentan los libros que están leyendo pero, lo que más le gusta, es mirar programas de política y jugar solo con sus gatos en la casa. Ahora está leyendo El arte de la guerra, de Sun Tzu y mirando la serie de televisión Breaking Bad: “la miro con mi mamá, porque hay partes que no me gustan, entonces me tapo la cara y ella me avisa cuando ya pasó”.
 
Tomás no sabe andar en bicicleta y tampoco sabe atarse los cordones. Vaya paradoja, “lo difícil lo resuelven, y en lo simple se empantanan” comenta su mamá. Él argumenta que es una pérdida de tiempo aprender a hacer el nudo de un cordón, que para qué, si puede usar zapatos con abrojos. Generalmente, en los dibujos para niños al personaje nerd se lo ilustra con la camisa prendida hasta el cuello, pantalón corto, zapatos y las medias tensas hasta la rodilla. Es que, algo habitual entre los chicos con esta condición, es que están convencidos de que si una camisa tiene ocho botones, pues los ocho tienen que estar prendidos, si no para qué están; si las medias tres cuarto son aptas para usar hasta media pierna, pues así tienen que ser usadas, si no serían cortas. El nivel de racionalidad es, literalmente, extremo.
 
Hoy, en la Universidad, Tomás está tranquilo. Está culminando el año  y lleva todas sus materias al día. Al  caminar con él por los pasillos de la Universidad de La Plata, es fácil constatar que tiene buena relación con sus compañeros que son, como mínimo, cinco años mayores que él. Está donde tiene ganas de estar, camina sonriente por los pasillos. Es un ávido de saber, y ahí le enseñan. Es un ávido de los desafíos, y ahí se desafía con cada parcial, con cada final. Su comida favorita: las empanadas de carne. Su opinión sobre la política en la Argentina: “es bueno debatir las ideas”. Un sueño: “ser científico y transmitir mi saber”.

Con información de La Voz

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