Opinión

Deporte, individuo y cultura

Martes 23 de Abril 2013
Por: Matías Dalla Fontana*
Matías Dalla Fontana. Ex integrante del Seleccionado Nacional de Rugby Los Pumas
Matías Dalla Fontana. Ex integrante del Seleccionado Nacional de Rugby Los Pumas

¿Cuánto puede aportar el deporte a la cohesión de una sociedad cada vez más fragmentada, cuyo síntoma reflota en formas de violencia que transitan desde los excesos hasta los defectos?
“el inicial desvalimiento del ser humano es la fuente primordial de todos los motivos morales” (Freud)
 

 

Los grupos –desde un equipo hasta una Nación que se precie de tal- entendidos como pura sumatoria de unidades, libradas a la satisfacción de su ánimo de éxito individual, conducen inexorablemente al desequilibrio y, finalmente, a la crisis del grupo mismo. El sociólogo Norbert Elías (1897-1990) describió el proceso de individualización creciente de la cultura occidental, desde el Renacimiento hasta la implosión, aun en curso, del capitalismo tardío que llamamos neoliberalismo. Lo que está claro es que la tarea de “ser individuo” postulada como ideal liberal es un camino no asequible para todos por igual, dada la perniciosa desarticulación de aquello que Robert Castel denominó “soportes”: condiciones de base necesarias para participar de la sociedad como actores capaces de sostenerse en sus interacciones: la propiedad con la Revolución Francesa, el Estado Social garante de ciudadanía, instituciones del trabajo, formas colectivas de protección como el sindicato. Es opinión de quien suscribe que el tejido social performativo conformado por las redes de instituciones deportivas en toda su amplitud, desarrolladas en nuestro país fundamentalmente a lo largo de todo el siglo XX, se inscriben en ese magma de espacios sociales donde el individuo se sostenía a partir de una ética de la  solidaridad, el deber compartido, las reglas colectivas y el sentido de pertenencia. ¿Debemos adherir cipayamente a las tesis del “Fin de la Historia”, de un “mundo sin trabajo localizado”, y con el quiebre de la dinámica de las protecciones sociales, y la “caída de los metarrelatos”, a un mundo “sin clubes de barrio”?.

 

La insondable crisis financiera que sume en endeudamiento a la clase media europea, destruyendo empleos y fugando recursos de jubilados, estudiantes y familias de trabajadores para salvar los bancos bajo la excusa de “la salida ortodoxa de la austeridad”, tienen su origen en un doble frente de carácter moral: el egoísmo cínico de los mismos bancos y el motor irresponsable del consumismo hedonista de los individuos que han hipotecado sus vidas y las de sus hijos. Decía Marcel Gauchet que “el individuo contemporáneo tendría la exclusividad de ser el primer individuo en vivir ignorando que vive en sociedad…”. Pero el solipsismo en lo social es un callejón: en definitiva queda a las claras que, sistemas, grupos, sociedades,  librados a la lógica del puro lucro individual, sin una regulación que se fundamente en valores cooperativos, que pongan en el centro el Bien Común por sobre las pulsiones desligadas, están condenados al fracaso. Un mundo, una Ciudad, un equipo, donde se prioriza el éxito individual, o de unos pocos, a costas del abandono de los demás, es insostenible. Las propagandas de las AFJP con abuelos rubios rodeados de perros pastores ingleses y nietos felices con greens de golf de fondo, obturaban algo del orden de la verdad que iba a retornar horrorosamente: millones de jubilados expulsados del sistema y millones de pesos de trabajadores circulando en el circuito financiero mundial. En este punto crucial, la desarticulación y privatización de los sistemas de protección social, de servicios públicos y de políticas keynesianas pro-empleo, que el Estado Social había universalizado, encontraron su base de sustentación cultural en una moral social de “descolectivización” resumible en el “no te metas”. Como en todo proceso histórico, la repartija supuso ganadores y perdedores en el orden de la transferencia de recursos, pero fundamentalmente fue cernida de transformaciones profundas en el orden cultural, mediadas por el poder financiero, comunicacional y armamentístico.

 

La búsqueda de la victoria colectiva como objetivo superior y previo a las individualidades, no significa de ningún modo la renuncia a las identidades particulares. Una perspectiva humanista que considere los derechos universales al desarrollo integral está en las antípodas de un individualismo autista, despolitizado y consumista. Entender el destino de los Bienes en el marco de la justicia social inherente a la defensa del justo medio en el ejercicio de la Propiedad, no hace más que Sincerar el origen y el destino del hombre: fundado y encaminado en la alteridad. 

 

¿Cuánto estoy dispuesto a entregar-me por los otros? Una pregunta con prioridad ontológica. Intentemos rodearla. Slavoj Zizek, filósofo esloveno, realiza un análisis, con el cual coincido en gran parte, del sustrato ético de la película “300”, la cual narra la historia del rey Leónidas conduciendo política, moral y militarmente a tan sólo trescientos espartanos, para repeler la invasión opulenta de un ejército persa más numeroso, más tecnificado, más pleno de riquezas disponibles para seducir, encandilar y sobornar. Contra ello, los ejércitos griegos, más pobres y pequeños, sólo –ni más ni menos- poseen la ética individual basada en su disciplina y espíritu de sacrificio. Son expresivos y claros los pasajes del film donde el rey griego da a sus conducidos, muestras ejemplares de descanso adecuado, dieta estricta, momentos diarios para dar lugar a reflexionar sobre la propia familia y compartir palabras significativas referidas a la patria compartida.  Foucault, preguntado sobre los modos en que se da cita en la antiguedad el problema del sujeto y las relaciones del mismo con el poder y la verdad, refería a este ethos griego como una verdadera “estética de la existencia”, donde el cuidado de uno mismo, del propio cuerpo, de las formas de conversión del uno mismo, inscribían ese egoísmo positivo en una ética social compartida que sirvió de garantía para un Pueblo.

 

Al día de hoy: ¿Qué queda para nuestros excluidos que no poseen garantía de llegar con vida al final del día? O de nosotros mismos aun en medio de excesos (“individuos hipermodernos por exceso” dirá Castel), presas de angustias e inseguridad-es. Siguiendo este hilo argumental, Zizek toma las palabras de Alain Badiou, quien expresa: “…los que carecen de poder, lo único que tienen es su disciplina, la capacidad de actuar en conjunto. Esa disciplina ya es una forma de organización”. Según Zizek proveniente de la izquierda y atravesado por el psicoanálisis lacaniano, en una cultura neoliberal donde se promueve el consumo egoísta para el lucro desmedido de unos pocos poderosos, (re)apropiarse de la disciplina y del espíritu de sacrificio como valores grupales, culturales, no tiene nada intrínsecamente de “fascista”. Quien suscribe, diría aun más: es el único camino habilitado que puede conducir al éxito de grupos más débiles por sobre los más poderosos.  En la historia mundial, el relato de la ascesis cristiana que culmina en la entrega mortal, o vital, de Jesús, poniendo en jaque a un imperio, es el extremo más potente sin dudas para pensar los fundamentos de una ética de la organización social basada en la individualidad, esencialmente creada por otros, que se actualiza al servicio de otros. Un hijo de carpintero, con un mensaje de amor, junto a doce seguidores, descalabrando la lógica de un sistema imperial. En otro orden, alguien hablaría de “comunidad organizada”.

 

Mutatis mutandis: el seleccionado nacional de rugby, Los Pumas, provenientes de clubes amateurs sin presupuesto comparable a las potencias mundiales de su deporte, compitieron durante décadas, de igual a igual, apoyados en un plus difícil de definir en términos mercantiles: mística hecha tradición y disciplina individual trasuntada en orden defensivo. Son valores que penetran una organización los que promueven la eficiencia en este tipo de grupos que superan, desde la debilidad, a los más fuertes a priori. David y Goliat. 

 

No son excepciones pueriles enunciadas por mero principismo. Las sociedades del aislamiento individual fracasan como sociedades, cual Narciso. La solidaridad, la entrega, el sacrificio y la amistad como base de grupos organizados superan desde esta óptica el optimismo ingenuo o el purismo moral: también son condición de éxito, aunque según otros parámetros. Así como a nivel mundial, la lógica cultural del lucro egoísta instalada como pensamiento único para hacer de caldo de cultivo a un modo de acumulación económico, ha demostrado ser sistémicamente ineficiente para dar comida, salud, educación y seguridad social, también a nivel comunitario la cooptación mercantil del deporte no puede concluirse como un paso, digamos, “eficiente per se”. El deporte como esfera de la sociedad no puede concebirse sin atender al ciclo histórico que lo circunda. Esto constituiría, o un acto de estupidez, o de mala fe. En el caso del rugby, no faltan encantadores que, arrogándose ser representantes de todos los clubes del país -sin haber mediado siquiera proceso de selección democrática o de participación para constituir su legitimidad de representación- promulgan el credo de la “modernización” confundiendo conceptos de “profesionalización” –obviamente necesaria por otra parte- con “rentabilidad para algunos”. No puede negarse que el porte de los saberes académicos, técnicos, profesionales, al mundo de la gestión de los clubes y federaciones puede aportar y mucho. Empero, esgrimiendo un discurso vestido de significantes tales como “inversión de franquicias”, “management”, “merchandising”, el paradigma de la privatización de las instituciones colectivas en manos de unos pocos, atrasa por lo menos tres décadas, introduciendo al deporte reformas “made in Washington” que ya desmantelaron el estado como ordenador social y la cultura Argentina como movimiento colectivo con un sentido compartido, dando paso a otro tipo de individualismo más propio de los noventa. En este contexto, debe valorizarse si el aporte que el deporte en general y el rugby en particular, tienen para con la sociedad, estriba meramente en resultados “competitivos” por la vía de la profesionalización de algunos pocos, o tiene algo más humano para donar.

 

Quede claro que no se reniega en modo alguno de los aprovechamientos que el deporte puede hacer de las disciplinas específicas y de la especialización del conocimiento aplicado a la gestión institucional. Empero, el discurso de la “profesionalización” parece ausentarse del verdadero debate –ya que hablamos de resultados y éxitos- sobre los mecanismos institucionales federativos, de distribución equitativa de recursos para la formación de base, que asegure garantizar la perennidad de aquello que hace exitosamente original a nuestro deporte Argentino: los valores. Un desafío clave es pensar las condiciones objetivas –nuevamente: “soportes”- que en el orden institucional serán la base material y moral para dar continuidad a la tradición del amateurismo, donde se origina un tipo muy particular de jugador, dotado de un plus que lo perfecciona y diferencia. El deporte tiene, en este sentido, como todo bien, un Destino Universal, sirviendo por su aporte axiológico antes que como mercado laboral.

 

Contrariamente a lo que puede proponer un planteo economicista y reduccionista de marketing deportivo, la sociedad real ya muestra su dictamen: el lucro en sí mismo, el mercado librado a sí mismo, no conduce a la eficiencia, ni social, ni de equipos, ni de individuos agregados. Sería progresivo que los gurúes de la mal llamada “profesionalización” del rugby revisaran –si quieren, pueden o saben- la evidencia económica y social de las consecuencias instaladas por la cultura del lucro los últimos 30 años. Una Europa indignada en llamas es cuanto menos una foto fiel. En nuestras sociedades latinoamericanas, empobrecidas por las mismas ideas que sumen hoy al primer mundo, la desaparición de los clubes de barrio que establecían lazos de pertenencia y vínculos de amor fraterno han dejado el vacío para el tedio y el vacío de las mayorías. Y en términos de búsqueda de resultados institucionales, está más que claro que en el mundo de los clubes super-profesionales, la diferencia entre los que obtienen mejores resultados y los que fracasan no está determinada por cuestiones económicas, sino por factores de organización humana que emergen naturalmente del amateurismo, como la identidad compartida, el respeto por jerarquías, la coordinación de objetivos, el respeto por los sistemas tácticos, la disciplina de las pasiones y, por sobre todas las cosas, la entrega de uno mismo por el Bien de Todos. 

 

* Psicólogo. Docente. Ex integrante del Seleccionado Nacional de Rugby Los Pumas. Co-Fundador de la ONG Proyecto Deporte Solidario.

 

 

Con información de NOTA 22

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