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25 DE ABRIL 2024

La Argentina, frente a la amenaza de un futuro ambiental incierto

Jueves 01 de Diciembre 2022

La definición de políticas integrales y sostenidas y la necesidad de fortalecer la independencia de la Justicia son deudas urgentes; el país presenta una de las tasas de deforestación y de degradación de suelos más altas del planeta; las amenazas del cambio climático
La República Argentina es un país cuya economía depende del clima y el ambiente. El grueso de la economía se basa en el sector agropecuario y la agroindustria y otra parte no menor en el turismo. Pasadas crisis cómo las inundaciones de El Niño y las presentes sequías de La Niña deberían llevarnos a tomar conciencia de la importancia de la previsión, de políticas integrales y sostenidas en el tiempo, la necesidad de fortalecer los sectores productivos, con políticas claras de sustentabilidad y diversificación de la economía para superar estos episodios recurrentes. Más aun, debiera llevarnos a reflexionar sobre la necesidad de prepararnos para un futuro ambiental incierto.
 
Somos un país en un cuasi permanente estado potencial. Tenemos un enorme potencial para lograr una canasta de energías renovables, tanto en el desarrollo de nuevas tecnologías, solar, eólica, undimotriz, hídrica sin embalses, generación verde y uso del hidrógeno, redes de distribución inteligentes, tanto para la exportación como para su uso en todo el territorio nacional. El país podría desarrollar una industria pesquera y una ganadería diversificada sustentables. Tiene, por ahora, el potencial humano científico-tecnológico para desarrollar todas estas actividades si contara con el financiamiento adecuado y correctamente distribuido, tanto público como privado.
 
Cuenta con una legislación ambiental adecuada, como la ley de presupuestos mínimos de bosques nativos y la ley de presupuestos mínimos para la protección de los glaciares, pero no cuenta con poderes judiciales nacional y provinciales realmente independientes, con la capacidad de aplicar y hacer cumplir la legislación.
 
Nuestro país necesita con urgencia enfocarse en una visión y gestión integral e integradora de su territorio. Decimos que la Argentina tiene casi todos los climas y no es algo alejado de la realidad. Pero olvidamos que el 70% del territorio continental es árido y semiárido, dependiendo de los glaciares y las nieves de la Cordillera para acceder al agua.
 
La Argentina es el tercer país del mundo con mayor degradación de suelos y tiene una de las tasas de deforestación más altas del planeta. Su riqueza ictícola es depredada por falta de controles y de políticas de sustentabilidad. El grueso de la población vive y produce en el sector de la pampa húmeda, generando diversos estrés ambientales y problemas sociales como en el Área Metropolitana de Buenos Aires o el Gran Rosario. La basura es un enorme problema y el país presenta un grave déficit en materia de gestión del cuidado ambiental.
 
Decadencia y destrucción
Lo peor de todo son las décadas de continua decadencia socioeconómica y destrucción de la educación y la cultura, construyendo una sociedad en la que lo inmediato es lo único que importa: no hay políticas de Estado de mediano y largo plazo que lleven a un desarrollo humano integral con cuidado del ambiente, nuestras principales riquezas.
 
Los ciudadanos-consumidores viven en un péndulo, oscilando entre periodos de bonanza ficticios y de penuria terrible, y pocos son los que se preocupan por algo aparentemente irrelevante como la naturaleza.
 
Las empresas están más dedicadas a ver cómo sobrevivir en este desorden, enfrentando el pago de una gran “biodiversidad” de impuestos o viendo cómo cosechar favores específicos de sectores políticos, antes que enfocarse en sus actividades específicas y analizar modelos de desarrollo y de producción sustentables.
 
Son contados los políticos que se acercan a estas cuestiones con seriedad. Se sigue optando más por ideología y dialéctica antes que por conocimiento y gestión. Somos un país vulnerable en lo social, lo económico y lo ambiental. Ningún sector está en condiciones de tirar la primera piedra.
 
El cambio climático
Frente a un escenario de cambio climático moderado, que el país podría aprovechar para optimizar sus producciones y posicionarse en mercados internacionales, es necesario que la cuestión del ambiente sea por fin considerada un elemento central.
 
La Argentina tiene enormes oportunidades para construir modelos que generen desarrollo integral junto con el cuidado del ambiente. También debiera ser importante la participación argentina en las negociaciones ambientales internacionales de cambio climático, biodiversidad, desertificación, contaminantes químicos.
 
Si nos decidiéramos a plantear políticas ambientales serias y sostenidas la Argentina podría volver a jugar un rol importante, promover nuestros intereses, mientras cuida el ambiente y la persona. Pero hoy, frente a posibles fracasos de los acuerdos internacionales y sus implicancias, como el de la reciente Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, conocida como COP 27 y realizada en Sharm El-Sheik, Egipto, se vislumbra un cambio ambiental fuera de control, frente al cual la presente trayectoria nacional lleva a que nuestro país y sus ciudadanos queden expuestos a situaciones de grave riesgo.
 
Veamos a continuación por qué la COP 27 fracasó, las implicancias de esta situación en el país y el mundo y cuáles serían los insumos básicos para recuperar esperanza.
 
El fracaso de Sharm El-Sheik
La COP 27 ha terminado en un mar de dudas, incertezas y gran preocupación. El requerimiento del Acuerdo de París, aparece cada vez más lejano: no se ha acordado el camino del recorte de emisiones de gases de efecto invernadero (GEIs) para lograr la meta de un calentamiento medio global acotado, preferentemente, en 1.5°C y menor a los 2°C, respecto de niveles preindustriales. Esto a pesar de que la ciencia del cambio climático es contundente en sus conclusiones.
 
Seguimos en trayectoria hacia un calentamiento muy por encima de los 2.5°C. Cada fracción de grado que aumenta la temperatura implica más cambios en la dinámica de los océanos y la atmósfera. Los eventos meteorológicos y climáticos extremos son cada vez más frecuentes: tormentas severas, inundaciones y sequías, olas de calor, derretimiento de glaciares, suba del nivel del mar, cambios en las corrientes marinas que estabilizan el clima. Cada décima de grado por encima de los 2°C aumenta riesgos y costos.
 
La humanidad sigue con el experimento de la destrucción ambiental. El cambio climático es el proceso de degradación ambiental que se vincula directa e indirectamente con todos los demás procesos destructivos de vida: pérdida de biodiversidad y de ecosistemas, degradación de suelos y desertificación, de recursos hídricos y de los océanos, de la capa de ozono... Estos procesos, una vez iniciados por el hombre, se realimentan entre sí: de no ser controlados a tiempo surgen puntos de quiebre o de cambio súbito. Lo que suponemos ocurrirá en décadas o siglos, ocurre en un abrir y cerrar de ojos: pérdida de glaciares y de ecosistemas, cambios bruscos en corrientes oceánicas, saltos climáticos regionales.
 
Nuestro país se encuentra frente a varios puntos de quiebre. La selva amazónica, principal fuente de oxígeno del mundo y fuente de la precipitación pampeana, causa y riqueza productiva de la pampa húmeda, puede convertirse en pocas décadas, en una sabana tropical, impactando al mundo y la región. Los glaciares cordilleranos cuyanos y patagónicos, reguladores de stocks de agua de buena parte del territorio nacional, sufren desde 1990 una acelerada pérdida de masa glaciar, desregulando la disponibilidad de agua presente y futura para la agricultura, el consumo humano y otras actividades productivas y sociales.
 
La incorporación de especies foráneas, como el pino en el caso de la meseta patagónica, genera múltiples problemas. En pocos años pinares han colonizado vastos sectores de la Patagonia andina, destruyendo ecosistemas autóctonos, aumentando el riesgo de incendios.
 
Enfrentar la realidad del cambio global, la suma de procesos de degradación ambiental y sus dimensiones sociales requieren grandes esfuerzos, cada vez mayores, a medida que se acortan los plazos para evitar cambios súbitos y/o catastróficos. Sin embargo, la polarización que hoy se observa aquí y en el mundo, con el “negacionismo” ignorante o premeditado, por un lado, esloganes proambiente que desconocen la ciencia, por el otro, tienen el fin de encubrir agendas políticas de diverso pelaje. La censura a investigadores de estas disciplinas, recientes ataques a obras de arte son agresiones a la cultura que hace al ambiente humano, y muestran la insensatez de la grieta.
 
¿Hay esperanza?
Existe un trípode básico para cambiar el rumbo. En primer lugar, las investigaciones del cambio global son contundentes y deben continuar, en el país y en el mundo. Se necesita generar el conocimiento tanto de procesos globales como regionales y locales. El conocimiento debe estar en la base de toda decisión pública y privada.
 
El principio precautorio ambiental, reconocido internacionalmente y por nuestro país, impide acciones que degraden o destruyan el ambiente si no se conocen las consecuencias de tales acciones, suple el conocimiento en áreas donde no es suficiente, en tanto se realicen los estudios pertinentes. Cabe preguntarse aquí si la negación del conocimiento no es ya un crimen contra la naturaleza y la humanidad.
 
En segundo lugar, la educación ambiental, tanto de los ciudadanos-consumidores como de los tomadores de decisión públicos y privados, es necesaria para ejercer las responsabilidades que a cada uno le compete.
 
Por último, el ejercicio del diálogo y la democracia plena, apoyados en información veraz, son esenciales para buscar consensos y soluciones que permitan el cuidado del ambiente en un marco de desarrollo humano integral.
 
El ejercicio pleno de la democracia necesita del funcionamiento de una justicia independiente y fuerte, libre de todo tipo de bandería política.
 
Un espectro de soluciones es necesario, pero no suficientes. Sin valores y respeto, sin el trípode aquí planteado, no sirven. Vivimos una crisis de valores: una cultura de la muerte. San Pablo VI, hace 50 años reclamaba en Populorum Progressio modelos de desarrollo basados en el respeto de la persona. San Juan Pablo II y Benedicto XVI denunciaron y reclamaron acciones firmes ante los ataques a la naturaleza y los modelos de desarrollo que agreden la creación y la ecología humana. En esta misma línea, en Laudato si Francisco sintetizó y actualizó la Doctrina Social de la Iglesia: todos los integrantes de la sociedad, creyentes o no, tienen responsabilidades y deberes, empezando por una conversión ecológica.
 
Diversas denominaciones cristianas, como el patriarca Bartolomé de la Iglesia Ortodoxa y el Consejo Mundial de Iglesias, realizaron llamamientos en el mismo sentido. Los principales credos buscan construir consensos en ambiente y desarrollo.
 
La situación es crítica. Las consecuencias están a la vista: navegamos hacia un iceberg. Las herramientas para cambiar el rumbo están disponibles. ¿Estamos dispuestos a jugarnos por la vida, en caridad y en verdad?
 
El autor es investigador Principal del Conicet y Miembro de número de la Academia Argentina de Ciencias del Ambiente.
Con información de La Nación

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