25 DE ABRIL 2024

Modelos educativos basados en distintas concepciones de la justicia

Lunes 23 de Mayo 2016

El investigador Axel Rivas estuvo en Santa Fe para debatir sobre los modelos de justicia educativa. Se refirió a los desafíos de la Argentina en esta nueva etapa y marcó que hay que valorar a los docentes
 
“La repitencia como modelo-sanción tiene poco efecto, genera mucho más daño que bien”, aseguró Axel Rivas pero alertó que una educación donde la vara se baja demasiado también genera problemas para los alumnos. Meritocracia, inclusión y valoración del docente, algunos de los ejes de la discusión sobre la educación argentina.
 
Axel Rivas, es máster en Ciencias Sociales y Educación y defensor de la escuela pública como motor de justicia social. Esta semana estuvo en Santa Fe para brindar la charla “Tres modelos de justicia educativa” en el instituto Nº 8 Almirante Brown.
 
El investigador definió tres modelos: la meritocracia, el compensatorio y el de justicia pedagógica. “Los modelos educativos están basados en distintas concepciones de la justicia, sobre qué pensamos de nuestros alumnos porque eso define cómo enseñamos”, dijo.
 
Y reconoció: “No se trata tanto de elegir un modelo sino saber que hay un modelo en el que podemos aspirar a tener mayor justicia porque reconoce la diversidad pero, al mismo tiempo, no se puede dejar atrás la meritocracia que es valorar los esfuerzos de los alumnos”.  


Sobre el primero dijo: “Es un modelo meritocrático, en el que se privilegia la posición en la cual el docente enseña y el alumno aprende. Por lo tanto, el educador tiene como responsabilidad dar los contenidos a todos por igual y toda la responsabilidad de aprender o no cae en el alumno. Es muy tentador porque parece facilitar el trabajo de los docentes pero es muy riesgoso porque puede ampliar las desigualdades sociales. Al poner todo el peso sobre los alumnos, los que tienen mejor condición social tienen más facilidades para esa carrera que es, falsamente, igualitaria. Se terminan reproduciendo desigualdades”.
 
Y agregó que el segundo “es compensatorio, el que pone el acento en dar más a los que menos tienen. Es el que rompe la falsa igualdad del modelo meritocrático. Es más justo y genera muchos sistemas de apoyo a los alumnos, que pueden ser desde becas hasta tutores. Pero es un modelo también limitado porque no discute la forma de enseñanza”.
 
En cuanto al tercero, el de la justicia pedagógica, marcó: “Pone en crisis la forma de enseñar tradicional. Pone mucho más el acento en que el trabajo de los docentes es involucrar a los alumnos, tener distintas vías de llegada a ellos, hacerlos participar y es el camino para apoyarlos. No se piensa con evaluaciones al final del camino sino con evaluaciones continuas, apoyo a los alumnos, seguimiento, entender sus contextos, movilizarlos de distintas maneras. Es el modelo de justicia que puede superar a los anteriores”.
 
De todas maneras alertó que no se trata de un cambio de paradigma inmediato. “Es una propuesta que muchos docentes trabajan y buscan consolidar y que necesita siempre una combinación. Es decir, muchas veces necesitamos un modelo  flexible pero que, al mismo tiempo, tenga reglas, enseñanza de contenidos, una vara común para todos”, marcó.
 
—¿Es válido hablar de meritocracia y de aplazos, como líneas de la discusión inclusión-calidad educativa?
—Me parece que hay una discusión equivocada, peligrosa y falsa. Es la oposición de dos modelos como si fuesen los únicos caminos. Uno es, simplificándolo, el más rígido y tradicional con una vara única donde el que no llega se queda afuera, repite o es aplazado. Y otro, en el que bajamos la vara para que todos puedan pasar pero aprenden poco y los que están más avanzados tienen que esperar a los otros sin seguir aprendiendo. Es una discusión falsa y planteada así es peligrosa. Hay que salir de ese debate. El aprendizaje verdadero funciona cuando logra involucrar a los alumnos. Por lo tanto, el trabajo de un docente es generar un espacio desde el cual, por distintos caminos se llega a conectar con el conocimiento y se logra generar el deseo de aprender.
 
Rivas explicó que ninguno de los extremos es positivo y que ya hay pruebas de sus problemas. “Ya sabemos que la repitencia como modelo-sanción tiene poco efecto, genera mucho más daño que bien. En todas las evaluaciones internacionales, los alumnos que repiten son los que tienen aprendizajes más bajos, independientemente de otros factores. Es un modelo que rompe la autoestima, genera mucho daño en el niño que queda desfasado y, además, es un modelo pedagógicamente anacrónico porque supone que enseñar lo mismo, exactamente igual que antes va a ser que uno, de pronto, lo aprenda. Además, es costoso para el Estado porque cada alumno que repite le cuesta el doble”, marcó.
 
Y explicó que los docentes también saben que la promoción sin los aprendizajes también genera daños en un alumno que no adquiere las herramientas necesarias para desempeñarse en el mundo.
 
“Ese dilema se evita cuando un docente logra enseñar en la diversidad y construir un proceso desde el cual, desde distintos puntos de partida se puede avanzar, no es necesario mantener una única vara, donde se generan actividades de distinto tipo para los alumnos, donde hay integración y aprendizajes por proyectos, donde se involucra al alumno y hay retroalimentación de la evaluación. La relación inclusión-calidad como antinomia es falsa desde que existe la pedagogía. Cuando uno plantea un desafío a los alumnos, los está incluyendo y están aprendiendo. El problema es cuando pensamos que hay un único modelo y solo sabemos enseñar igual para todos”, manifestó.
 
El lugar del maestro
El investigador se refirió a las trabas que existen en el país para aplicar un modelo que contemple la diversidad y que proporcione una educación de calidad. En ese sentido, hizo hincapié en el rol del docente, su capacitación y la mirada social sobre él.  
 
“Una de las trabas es la formación y la carrera de los docentes . Creo que necesitamos prestigiar mucho a los docentes. Tenemos que formarlos en capacidades y premiarlos por elegir la docencia, que sea una carrera difícil, buscada, prestigiosa y bien paga. Una carrera profesional donde se valore la formación continua y donde la formación inicial deje una base tan sólida de prácticas de la enseñanza que uno pueda lograr la justicia en las aulas. Si no tenemos esa base, lo demás será difícil de construir”, explicó.
 
Y agregó: “El primer desafío es potenciar la docencia. Eso es, muchas veces, la capacidad de articular una visión de la formación docente con incentivos concretos en la carrera como, por ejemplo, tener un mejor salario por haberse formado con una maestría o un doctorado. Todo eso es un camino en el cual Argentina tiene mucho por avanzar cuando otros países de la región ya lo han hecho”.
 
—¿Qué hay detrás del desprestigio que sufre el docente?
—Hay una larga historia. Es un desprestigio común a muchos países y es una tendencia global, no es propia de nuestro país. Sin embargo, tenemos una historia particular porque la condición docente se ha desprestigiado mucho porque el salario cayó mucho en los 80 y en los 90 no se recuperó, después tuvimos la crisis de 2002. Después hubo una recomposición salarial entre 2004 y 2008 pero desde entonces los salarios docentes siguen bastante estancados. Con lo cual hay una dimensión salarial de la cuestión del trabajo docente; y hay otra dimensión propia en la que se ve a la docencia como una profesión difícil, más difícil que antes, porque tiene que atravesar muchos problemas sociales de los alumnos, que se ha multiplicado en las cosas que tiene que hacer, la formación no los prepara para muchas de las cosas que tienen que hacer. Lamentablemente, la combinación de los dos factores precariza mucho el trabajo de los docentes. Los pone en una condición de exigencia para la cual su formación los deja sin herramientas concretas para actuar. Es un camino difícil, complejo, y quizás una de las grandes batallas de la Argentina sea cómo lograr revertir ese ciclo.
 
“Siempre digo –agregó– que una medida del sistema educativo es preguntarle a los jóvenes de 16 o 17 años qué quieren ser y ver cuántos de ellos quieren ser docentes, quiénes y por qué. Si son muy pocos o son solo los que quieren un salario seguro o estar con chicos, entonces tenemos un futuro preocupante. Si son muchos o son los que tienen desafíos, quieren cambiar la sociedad, la injusticia social, ser protagonistas del conocimiento científico, entonces tenemos un futuro muy promisorio. Para llegar a ese punto hay que construir el prestigio social y la carrera profesional, pagar mejor, exigir más, formar con más exigencia y todo eso en conjunto, no se puede hacer por separado. Puede llevar cinco o 10 años pero si no se empieza no se va a llegar nunca”.
 
—¿Y hoy están dadas las condiciones para dar ese debate en conjunto?
—No lo sé. Creo que es necesario tener un contexto económico que acompañe, en este momento vivimos una situación económica muy difícil. Me parece que hay que priorizar la inversión educativa y protegerla y pienso que hay condiciones para generar muchos de esos pasos pero sin un crecimiento económico, todo lo demás va a ser siempre muy parcial.
Con información de unosantafe

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