25 DE ABRIL 2024
CÓRDOBA

El espanto tras el espanto

Por: Claudio Gleser
Lunes 22 de Enero 2018

Los ataques sexuales que terminaron en crímenes en Córdoba son calcados. Basta con escarbar y salen uno tras otro. Pasan los años y los prejuicios y patrones machistas perduran. La culpa es de los lobos sueltos, no de sus víctimas.
El espanto aún nos golpea y estremece. Pasan los días y resulta difícil dejar de pensar en ella. En lo que sufrió, en el terror dibujado en su rostro, en su inocencia arrebatada y hecha pedazos. Pasan las noches y causa escozor intentar imaginar, por un instante, lo que se le habrá cruzado por la cabecita mientras todo pasaba.
 
A una semana, el espanto y la angustia por la pesadilla de la que fue víctima Abril Sosa, de 4 años, siguen golpeándonos y dejándonos sin respuestas.
 
Es el mismo espanto que sentimos en su momento con Luna Viera (5), salvajemente violada y asfixiada en septiembre pasado en Tío Pujio; con Brenda Arnoletto (24), abusada y estrangulada en Pozo del Molle en 2016; con Rocío Barletta (11), atacada y estrangulada en Córdoba Capital; con Natalia Milán (22), ultrajada, violada y hallada tirada en un baldío en 2007.
 
Los casos se acumulan, pero el espanto siempre es el mismo: Noelia Ramos (19), violada y asesinada en una pensión en Córdoba en 2009; Romina Oliva, abusada y ahorcada en Villa Urquiza en 2006; Gabriela Pimentel (10), atacada y ultimada a golpes a la vera del Suquía en 2002; las hermanitas Valeria y Patricia González, de 18 y 13 años, asesinadas tras un ataque sexual en Villa Rivera Indarte en 2000.
 
Son ataques calcados. Es cuestión de escarbar en nuestra historia criminal y los casos surgen de a uno. Micaela Avila tenía 3 años cuando desapareció en Río Cuarto, en 1998. La hallaron violada y asesinada dentro de un pozo negro.
 
Los casos estremecen. Pasó con Cecilia Ruesch en 1990; pasó con Gabriela Ceppi en 1986.
 
Las violaciones seguidas de muerte, un capítulo brutal de la violencia de género en Córdoba, son dramas que, así como destruyeron familias, nos marcaron para siempre.
 
Una primera reacción es cuestionar a la víctima, a su círculo cercano que “no supo” cuidarla del lobo. Volvió a pasar ahora con Abril Sosa.
 
¿Quiénes somos para levantar el dedo y cuestionar? ¿Por qué poner el ojo en la víctima y no en el depravado? Pero aquí estamos, siempre juzgando.
 
Hoy se critica a los padres de Abril. Antes, se criticó a la mamá de Luna por haberla mandado a comprar caramelos; a Brenda Aimaretto por salir a caminar sola; al papá de Rocío Barletta por mandarla a comprar cigarrillos… Así fue siempre.
 
Hace 32 años muchos pusieron el dedo acusador sobre Gabriela Ceppi por haber aceptado que un desconocido, llamado Roberto Carmona, frenara en la autopista para ayudarla a ella y a sus amigos a cambiar la rueda del auto.
 
Los años pasan en Córdoba y, así como las historias de espanto se van sucediendo, siguen de pie los prejuicios y los patrones culturales machistas.
 
La culpa es de los depravados, de los lobos sueltos; jamás de las víctimas, ni de sus familias. Y los casos siguen.
 
Está claro que muchas veces, los depredadores van dejando señales claras y previas y que nadie ve o quiere verlas hasta que es muy tarde. En otros casos, los chacales terminan siendo liberados de las cárceles antes de tiempo. Otras veces, la Policía y la Justicia despiertan tarde. Y no menos cierto es que muchas veces nosotros, los ciudadanos, no alertamos a tiempo.
 
Los expertos coinciden en que curar a violadores es una tarea demasiado compleja, cuasi imposible. Los trastornos que arrastran no se curan con facilidad de un día para el otro y, lo que es peor, pueden reaparecer.
 
Si a esto se le añade que los tratamientos psicológicos y psiquiátricos en las cárceles no sobran, la situación es más seria.
 
Para peor, es necesario que el depravado brinde su voluntad para ser tratado. En el caso de los menores, además, el Complejo Esperanza pareciera seguir demostrando que es sólo un correccional de buenas intenciones y apenas con un nombre de ilusión.
 
Córdoba no deja de ser escenario del espanto. Los ataques sexuales no frenan y los casos que terminaron en crímenes se acumulan. En menos de tres años, tres víctimas de violación fueron asesinadas. La última tenía apenas 4 años.
 
Algo está mal, lo seguimos haciendo mal, y no lo estamos sabiendo ver. Mucho menos resolver.
 
Y los lobos siguen estando ahí, a la vuelta de la esquina.
Con información de lavoz

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