El golpe en Bolivia aleja a la Argentina post 10-D de la región
Por:
Marcelo Falak
Martes 12 de
Noviembre 2019
La mayoría de los países se niega a condenar el desenlace de la crisis. México y Uruguay, dos islas. Curiosidades de la doctrina Faurie sobre la democracia.
México, Uruguay, Venezuela, Cuba y Nicaragua. Esos fueron los principales países de América Latina que condenaron el golpe contra Evo Morales, algo que evitaron hacer los demás, desde los Estados Unidos hasta la Argentina, pasando por la Organización de Estados Americanos (OEA). En ese sentido, el país nada a favor de la corriente, pero eso cambiará el 10 de diciembre, cuando asuma el poder Alberto Fernández, quien, reverso perfecto de Mauricio Macri, expresó su repudio más enérgico.
El dato, sobre todo en lo atinente a Donald Trump, es importante porque ilustra el riesgo de que se angoste el camino por el que Fernández pretende transitar para obtener su favor en dos negociaciones que marcarán, en buena medida, el curso general de su gestión: las que se llevarán adelante con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y con los acreedores privados.
Para pavimentar esa vía, el presidente electo ofrece una posición que, en tanto es fiel a su visión del mundo y a la del Frente de Todos que lo llevó al poder, expresa un posible punto de encuentro en un tema delicado como el de Venezuela. En efecto, Fernández planea o bien retirar al país del Grupo de Lima, eje de la línea dura, o bien mantener una participación solo testimonial, al estilo de México. En cambio, se apoyará en el Grupo Internacional de Contacto y en la actividad del propio México, Uruguay y España, entre otros, para intentar una solución negociada que incluya la salida de Nicolás Maduro y un llamado a elecciones libres.
Trump expresó su frustración con los resultados de la línea dura contra el chavismo al anunciar en septiembre el despido de quien era su asesor de Seguridad Nacional John Bolton, un duro entre los duros. “Yo estaba en desacuerdo con su actitud sobre Venezuela. Creo que se pasaba de la raya y se ha demostrado que yo tenía razón”, dijo respecto del fracaso de la política de respaldo irrestricto a Juan Guaidó y de fomento de una asonada militar.
Esas dudas encontraron eco en el propio Grupo de Lima. El canciller de Perú, Gustavo Meza-Cuadra, propuso el último viernes un diálogo “con países que apoyan al régimen, pero que entienden que existe un problema que afecta a la población” venezolana. Se refirió, claro, al Grupo de Contacto. Sin embargo, aquel foro terminó emitiendo el sábado un comunicado que ratificó la línea dura; la crisis de Bolivia estaba en plena fase de aceleración.
Lo preocupante para Alberto Fernández es que el propio Trump volvió a abrazarse este lunes al maximalismo (si es que alguna vez lo soltó), al señalar en un comunicado que la caída de Morales “preserva la democracia” y envía “una contundente señal a los regímenes ilegítimos de Venezuela y Nicaragua”. El que avisa no traiciona.
El contraste que el mandatario electo encontrará en Estados Unidos y en la región no es diferente del que vivirá la propia Argentina entre el 9 y el 10 de diciembre.
Macri ha evitado referirse a la crisis de Bolivia más allá de una declaración de “preocupación” lanzada al paso y ciertamente no acepta que allí se haya perpetrado un golpe de Estado. Para él, se trata más bien de un alzamiento popular equiparable al 2001 argentino. Primera curiosidad: ¿también mira con simpatía los reclamos sociales masivos para que renuncie Sebastián Piñera?
El canciller, Jorge Faurie, fue el encargado de articular (solo un poco) mejor la narrativa oficial. Se apegó al libreto de la OEA sobre las irregularidades constatadas en las elecciones del 20 de octubre y al llamamiento de su secretario general, Luis Almagro, a evitar “cualquier salida inconstitucional” (lo que ya se produjo), a “respetar el Estado de Derecho” (lo que ya no puede ocurrir) y a asegurar un nueva elección. A propósito, dado que sigue vigente el fallo de 2017 del Tribunal Constitucional que habilitó a Morales a buscar una nueva reelección, ¿ese proceso debe incluirlo o su proscripción será también aceptable para los laxos cánones de la OEA?
En la conferencia de prensa que brindó este lunes, el ministro de Relaciones Exteriores ratificó los términos del comunicado del domingo a la noche que calificó esos eventos como una “transición política”, sin referencia alguna al ultimátum militar contra un presidente elegido en las urnas. Así explicó que “no están los elementos para describir lo ocurrido como un golpe de Estado” porque “las Fuerzas Armadas no asumieron el poder”. Según eso, la doctrina Faurie sobre los golpes de Estado indicaría que el reemplazo de Arturo Frondizi por el presidente provisional del Senado José María Guido en 1962 fue perfectamente legítimo. Otra curiosidad.
Por otro lado, el canciller indicó que “es muy importante el rol de las Fuerzas Armadas y de seguridad simplemente para garantizar la continuidad de la vida institucional de Bolivia y no asumir ni tener un rol más protagónico que el que marcan las leyes”. Curioso de nuevo: la “zona liberada” en que las fuerzas de seguridad convirtieron a todo un país asolado por turbas descontroladas y la “sugerencia” de que Morales renuncie efectuada el domingo por el general William Kaliman no aparecen en ningún artículo de la Constitución de ese país.
Todo esto cambiará en la Argentina apenas en un suspiro dentro de apenas menos de un mes. Sin embargo, la relación con Estados Unidos, de inicio difícil, enfrentará una nueva prueba de estrés tras el golpe boliviano. Y hasta en el propio barrio es posible que Alberto Fernández que encuentre más solo que hoy: según las encuestas, es posible que Uruguay vire de izquierda a derecha el próximo domingo 24.
El dato, sobre todo en lo atinente a Donald Trump, es importante porque ilustra el riesgo de que se angoste el camino por el que Fernández pretende transitar para obtener su favor en dos negociaciones que marcarán, en buena medida, el curso general de su gestión: las que se llevarán adelante con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y con los acreedores privados.
Para pavimentar esa vía, el presidente electo ofrece una posición que, en tanto es fiel a su visión del mundo y a la del Frente de Todos que lo llevó al poder, expresa un posible punto de encuentro en un tema delicado como el de Venezuela. En efecto, Fernández planea o bien retirar al país del Grupo de Lima, eje de la línea dura, o bien mantener una participación solo testimonial, al estilo de México. En cambio, se apoyará en el Grupo Internacional de Contacto y en la actividad del propio México, Uruguay y España, entre otros, para intentar una solución negociada que incluya la salida de Nicolás Maduro y un llamado a elecciones libres.
Trump expresó su frustración con los resultados de la línea dura contra el chavismo al anunciar en septiembre el despido de quien era su asesor de Seguridad Nacional John Bolton, un duro entre los duros. “Yo estaba en desacuerdo con su actitud sobre Venezuela. Creo que se pasaba de la raya y se ha demostrado que yo tenía razón”, dijo respecto del fracaso de la política de respaldo irrestricto a Juan Guaidó y de fomento de una asonada militar.
Esas dudas encontraron eco en el propio Grupo de Lima. El canciller de Perú, Gustavo Meza-Cuadra, propuso el último viernes un diálogo “con países que apoyan al régimen, pero que entienden que existe un problema que afecta a la población” venezolana. Se refirió, claro, al Grupo de Contacto. Sin embargo, aquel foro terminó emitiendo el sábado un comunicado que ratificó la línea dura; la crisis de Bolivia estaba en plena fase de aceleración.
Lo preocupante para Alberto Fernández es que el propio Trump volvió a abrazarse este lunes al maximalismo (si es que alguna vez lo soltó), al señalar en un comunicado que la caída de Morales “preserva la democracia” y envía “una contundente señal a los regímenes ilegítimos de Venezuela y Nicaragua”. El que avisa no traiciona.
El contraste que el mandatario electo encontrará en Estados Unidos y en la región no es diferente del que vivirá la propia Argentina entre el 9 y el 10 de diciembre.
Macri ha evitado referirse a la crisis de Bolivia más allá de una declaración de “preocupación” lanzada al paso y ciertamente no acepta que allí se haya perpetrado un golpe de Estado. Para él, se trata más bien de un alzamiento popular equiparable al 2001 argentino. Primera curiosidad: ¿también mira con simpatía los reclamos sociales masivos para que renuncie Sebastián Piñera?
El canciller, Jorge Faurie, fue el encargado de articular (solo un poco) mejor la narrativa oficial. Se apegó al libreto de la OEA sobre las irregularidades constatadas en las elecciones del 20 de octubre y al llamamiento de su secretario general, Luis Almagro, a evitar “cualquier salida inconstitucional” (lo que ya se produjo), a “respetar el Estado de Derecho” (lo que ya no puede ocurrir) y a asegurar un nueva elección. A propósito, dado que sigue vigente el fallo de 2017 del Tribunal Constitucional que habilitó a Morales a buscar una nueva reelección, ¿ese proceso debe incluirlo o su proscripción será también aceptable para los laxos cánones de la OEA?
En la conferencia de prensa que brindó este lunes, el ministro de Relaciones Exteriores ratificó los términos del comunicado del domingo a la noche que calificó esos eventos como una “transición política”, sin referencia alguna al ultimátum militar contra un presidente elegido en las urnas. Así explicó que “no están los elementos para describir lo ocurrido como un golpe de Estado” porque “las Fuerzas Armadas no asumieron el poder”. Según eso, la doctrina Faurie sobre los golpes de Estado indicaría que el reemplazo de Arturo Frondizi por el presidente provisional del Senado José María Guido en 1962 fue perfectamente legítimo. Otra curiosidad.
Por otro lado, el canciller indicó que “es muy importante el rol de las Fuerzas Armadas y de seguridad simplemente para garantizar la continuidad de la vida institucional de Bolivia y no asumir ni tener un rol más protagónico que el que marcan las leyes”. Curioso de nuevo: la “zona liberada” en que las fuerzas de seguridad convirtieron a todo un país asolado por turbas descontroladas y la “sugerencia” de que Morales renuncie efectuada el domingo por el general William Kaliman no aparecen en ningún artículo de la Constitución de ese país.
Todo esto cambiará en la Argentina apenas en un suspiro dentro de apenas menos de un mes. Sin embargo, la relación con Estados Unidos, de inicio difícil, enfrentará una nueva prueba de estrés tras el golpe boliviano. Y hasta en el propio barrio es posible que Alberto Fernández que encuentre más solo que hoy: según las encuestas, es posible que Uruguay vire de izquierda a derecha el próximo domingo 24.
Con información de
Ámbito

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