La sombra del derrumbe de nacimientos se cierne sobre el futuro de la economía mundial

Viernes 09 de Junio 2023

En el año 2000, la tasa de fertilidad mundial era de 2,7 nacimientos por mujer, cómodamente por encima del 2,1 de la “fecundidad de reemplazo”, que garantiza que la población mundial se mantenga estable. Actualmente, esa cifra se ubica en 2,3 y sigue cayendo
La caída de la tasa de fertilidad a nivel global tiene profundas consecuencias y genera grandes problemas, pero la inteligencia artificial podría resolver una gran parte.
 
En los 250 años pasados desde la Revolución Industrial, la población mundial, al igual que su riqueza, experimentaron un crecimiento explosivo. Sin embargo, antes de que termine el siglo actual, la población del planeta podría reducirse por primera vez desde la Peste Negra, la devastadora epidemia que arrasó Europa y Asia a mediados del siglo XIV. Hoy, la tasa de fertilidad, o sea el número promedio de hijos que tiene una mujer, se está derrumbando en gran parte del mundo. Aunque esa tendencia ya nos resulta familiar, poco se habla de su gravedad y de sus consecuencias. Y por más que la inteligencia artificial (IA) genere un desbordante optimismo en algunos sectores, sobre el futuro de la economía mundial se cierne la sombra de ese derrumbe de los nacimientos.
 
En el año 2000, la tasa de fertilidad mundial era de 2,7 nacimientos por mujer, cómodamente por encima del 2,1 de la “fecundidad de reemplazo”, que garantiza que la población mundial se mantenga estable. Actualmente, esa cifra se ubica en 2,3 y sigue cayendo. Los 15 países con mayor PBI tienen una tasa de fertilidad por debajo de la fecundidad de reemplazo. Entre esos países está Estados Unidos y gran parte del mundo desarrollado, pero también China e India, que no son ricas pero juntas representan más de un tercio de la población mundial.
 
La consecuencia es que en gran parte del mundo el suave gateo de los bebés está siendo reemplazado por el trabajoso andar de los bastones, y los ejemplos más claros de ese fenómeno ya no alcanzan solo a Italia o Japón, sino a países antes impensados, como Brasil, México y Tailandia. Para 2030, más de la mitad de los habitantes del Este y Sudeste de Asia tendrá más de 40 años. Y, a medida que los ancianos mueran y sean reemplazados del todo, la población muy probablemente empiece a achicarse. Dejando fuera a África, se pronostica que la población mundial alcanzará su pico en la década de 2050 y que este siglo terminará con menos población que la actual. Pero incluso en África la tasa de fertilidad está cayendo en picada.
 
Más allá de lo que digan algunos ambientalistas, un descenso de la población global genera problemas. El mundo no está cerca ni cerca de llenarse de gente y los perjuicios económicos de que haya menos jóvenes son cuantiosos. El más evidente es que será cada vez más difícil solventar la vida de los jubilados del mundo.
 
Los ingresos de los jubilados salen de lo que produce la población económicamente activa, ya sea a través de un sistema de reparto donde el Estado retiene el aporte de los trabajadores para pagar las jubilaciones, ya sea con ahorros propios que luego se usan para comprar bienes y servicios, o porque sus familiares en edad de trabajar los ayudan y los cuidan sin ser remunerados. Pero mientras que en el mundo rico actualmente hay tres personas de entre 20 y 65 años por cada persona mayor de 65, para 2050 serán menos de dos. Eso implica impuestos más altos, aumento de la edad jubilatoria, rentas más bajas para los ahorristas y posibles crisis presupuestarias de los gobiernos.
 
Pero una proporción menor de trabajadores en relación con los jubilados es apenas uno de los problemas que entraña el derrumbe de la tasa de fertilidad. Los trabajadores más jóvenes tienen más “inteligencia fluida”, como llaman los psicólogos a la capacidad de pensar soluciones ingeniosas y totalmente nuevas para los problemas. Ese dinamismo de los jóvenes se complementa con la experiencia acumulada de los trabajadores de mayor edad e impulsa transformaciones. Las patentes registradas por inventores jóvenes, por ejemplo, suelen ser de innovaciones más revolucionarias. Los países con poblaciones envejecidas -incluso sus jóvenes- son menos emprendedores y menos dispuestos a arriesgar.
 
Además, los electorados envejecidos también osifican la política. Como los adultos mayores se benefician menos que los jóvenes del crecimiento económico, también son menos propensos a impulsar políticas de crecimiento, sobre todo en materia de construcción de viviendas. Además, las sociedades envejecidas probablemente sean menos propensas a la “destrucción creativa”, coartando el crecimiento económico al punto de convertirlo en una enorme oportunidad perdida.
 
Considerando todo eso, uno diría que el descenso de las tasas de fertilidad es una crisis que demanda una solución. El gran problema es que muchas de sus causas subyacentes son algo a celebrar en sí mismo. A medida que la riqueza del mundo creció, las sociedades tendieron a tener menos hijos y hoy el equilibrio entre trabajo y familia suele ser mejor que antes. Los populistas conservadores que afirman que la baja fecundidad es una señal del fracaso de la sociedad y piden un retorno a los valores familiares tradicionales están equivocados: tener más opciones siempre es bueno y nadie le debe la crianza de sus propios hijos a otra persona.
 
El impulso progresista de fomento a la inmigración tiene intenciones más nobles, pero adolece del mismo error de diagnóstico. Actualmente, en el mundo rico la inmigración está en niveles récord, y eso ayuda a ciertos países a compensar la escasez de mano de obra. Pero el descenso de la fertilidad se está dando a nivel global y, a menos que algo cambie, es probable que a mediados de siglo la escasez de trabajadores jóvenes bien formados sea un problema en todos los países del mundo.
 
Entre la aspiración y la realidad
¿Qué podría pasar, entonces? En las encuestas, la gente suele decir que quiere tener más hijos. En parte, esa brecha entre la aspiración y la realidad puede deberse a que los futuros padres -que de hecho subvencionan a los futuros jubilados que no tienen hijos- no pueden permitirse tener más hijos, o debido a otras fallas de políticas públicas, como la escasez de vivienda o el poco acceso a los tratamiento de fertilidad. Y aunque esas políticas se corrijan, es probable que el desarrollo económico igual conduzca a una caída de los nacimientos por debajo de la tasa de reemplazo. El historial de las políticas pro-familia es muy decepcionante. Singapur ofrece generosas subvenciones, exenciones de impuestos y subsidios para el cuidado de los niños, y así y todo su tasa de fertilidad es de 1.
 
Liberar el potencial de los países pobres aliviaría la escasez de trabajadores jóvenes educados sin necesidad de aumentar el número de nacimientos. Dos tercios de los niños chinos viven en zonas rurales y asisten a pésimas escuelas. En la India, esa misma proporción de jóvenes de 25 a 34 años no termina el secundario. En África el número de jóvenes seguirá creciendo durante décadas. Fomentar las capacitación de esos jóvenes es algo deseable en sí mismo y también puede convertirlos en jóvenes inmigrantes innovadores en economías que de otro modo quedarían estancadas. Sin embargo, fomentar el desarrollo es difícil, y cuanto antes se enriquece un lugar, más rápido envejece su población.
 
Así que, tarde o temprano, el mundo tendrá que arreglárselas con menos jóvenes, y tal vez con una población cada vez más reducida. Frente a esa situación, los recientes avances en materia de IA no podrían haber llegado en mejor momento. Una economía impulsada por una IA superproductiva tal vez tenga menos problemas para asistir al creciente número de personas jubiladas. Eventualmente, la IA podría generar soluciones por sí misma, reduciendo la necesidad de inteligencia humana. En combinación con la robótica, la IA también puede hacer que el cuidado de los ancianos requiera menos mano de obra. Y la demanda de esas innovaciones seguramente será enorme.
 
Si la tecnología termina haciendo posible que la humanidad supere la caída de la fertilidad, no haría más que repetir el patrón histórico. Los avances inesperados en la productividad siempre sirvieron para desactivar las bombas de tiempo demográficas, como la hambruna masiva predicha por Thomas Malthus en el siglo XVIII. Menos bebés implica menos ingenio humano, pero tal vez ese sea un problema que justamente el ingenio humano puede resolver.
Con información de La Nación

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