CÓRDOBA

Chicos "sí-sí": riesgo y oportunidad

Domingo 20 de Septiembre 2015

Unos 30 mil adolescentes de 14 a 17 años trabajan y estudian en toda la provincia. Aunque hay aspectos positivos en su experiencia, el riesgo es que abandonen el secundario o que permanezcan en el mercado de baja calificación.
 
Marianela y otros miles
Cuando se la escucha hablar de su trabajo, pareciera que Marianela Alem se convirtió en peluquera casi sin darse cuenta. De chica, observaba a su abuela cortándole el cabello a sus clientas y de pronto está aquí, a los 16 años, pasándole una máquina a un chico en barrio Providencia.
 
Marianela estudia en el 4° del Ipem Martín Miguel de Güemes de barrio Rosedal Anexo. Ahí cursa a partir de las 7.30 desde este año, porque se tuvo que cambiar de colegio para poder organizar sus horarios.
 
Pasa algunas horas en su casa y a las 15.40 ya se sube a un colectivo para llegar a la peluquería o a la academia que era de su abuela, donde también tiene algunos días de trabajo.
 
Como ella, otros 30 mil chicos de entre 14 y 17 años de toda la provincia de Córdoba son los chicos “sí-sí”: estudian y trabajan. Muchos son parte de un grupo vulnerable: la mayoría vive en hogares pobres y de clase media baja. Suelen tener empleos precarios e informales.
 
El mapa de los "sí-sí"
El censo de 2010 arrojó que en Córdoba había algo más de 221 mil chicos de 14 a 17 años en toda la provincia y que el 13,2 por ciento (casi 30 mil) estaban estudiando y trabajando.  
 
En los últimos cinco años es mayor la presencia, en este grupo, de jóvenes que viven en el 20 por ciento de los hogares más pobres de Córdoba, según un informe de Idesa.
 
Parte de esta población participa en Córdoba del tradicional Plan Primer Paso (PPP), que en la actualidad cuenta con 1.050 chicos de 16 a 17 años (el siete por ciento de los 15 mil jóvenes del total) que también estudian.
 
También está el programa Confiamos en Vos, focalizado en los jóvenes ni-ni, es decir, que no estudian y tampoco trabajan. De los 10 mil beneficiarios, el 30 por ciento son chicos de 14 a 17 años y la mayoría ha vuelto a ser contenido en el sistema educativo.
 

 
La ley Nº 26.390, que prohíbe el trabajo infantil y adolescente, establece que la edad mínima para poder trabajar es de 16 años.
 
El Barómetro de la Deuda Social de la Infancia, que elabora la Universidad Católica Argentina (UCA), advierte que "existe suficiente evidencia sobre cómo el trabajo condiciona la terminalidad educativa".
 
El nivel de informalidad laboral es muy alto y la mayoría de los chicos trabaja en comercios, servicio doméstico, construcción y algunas ramas industriales.
 
Un estudio realizado por Daniela Cristina, Héctor Gertel y José Luis Navarrete (Instituto de Economía y Finanzas de la UNC), añade que el riesgo tiene una doble escala: dejar el colegio y ser un trabajador de baja calificación.
 
Juan José Llach, economista, sociólogo y exministro de Educación de la Nación (1999-2000), advierte sobre los riesgos de exclusión y reclama que haya becas para ayudar a terminar el secundario. Considera que "estar trabajando entre los 14 y los 17 es sin duda un factor de riesgo para terminar la escuela media, y por ello también para una mayor inclusión social".
 
Los adolescentes que trabajan y estudian suelen llegar cansados a clase, faltan un poco más o llegan tarde, aunque no más que sus compañeros que sólo asisten al colegio, según los docentes.
 
En los colegios
Aunque la vida laboral los agota, en las aulas se observan beneficios. Y en las casas suelen estudiar más.
 
“Vienen con un cansancio reconfortante. El rendimiento escolar no es el mismo que cuando no trabajan, pero es de bueno para arriba… Más allá de la competencia, se nota el salto de madurez que dan, empiezan a valorar algunas cosas que no tenían en cuenta. El valor del esfuerzo, la retribución y la gratificación de sentirse útiles, valiosos”, dice Mariano Montiel, docente del Ipet 77 Gobernador Santiago del Castillo, en barrio San Felipe.
 
Los alumnos que están empleados suelen mostrarse más responsables y aprovechan más el tiempo. Valeria Foglino, vicedirectora del Ipem 154 Martín Miguel de Güemes, de barrio Rosedal, coincide:
 
“El que trabaja tiene otra visión. Al revés de lo que pareciera. Faltan menos. En general, son más responsables”. 
 
Estos chicos, sorprendentemente, en casa también le dedican más tiempo al estudio. Un trabajo de la Universidad Católica de Córdoba, realizado por Livio Grasso y Angel Robledo, revela que la cantidad de alumnos que desarrollan hábitos de estudio es mayor entre quienes trabajan (30,6 por ciento) que entre quienes no lo hacen (22,8 por ciento).
Con información de lavoz

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