Cada vez son más los alumnos que aprenden ayudando
Jueves 18 de
Julio 2013

El “aprendizaje servicio” forma parte de una nueva mirada pedagógica que apunta a que los estudiantes apliquen sus conocimientos en beneficio de la comunidad. Las claves.
Aprender puede ser mucho más que leer y estudiar: aprender también es hacer, es ayudar a transformar la realidad. Así lo creen los defensores del aprendizaje servicio, un enfoque pedagógico que promueve la formación a través del trabajo solidario, y que gana cada vez más fuerza en las escuelas.
“Aprendizaje servicio es aplicar lo que se aprende en el aula para hacer una actividad solidaria con la comunidad”, explica María Nieves Tapia, directora del Centro Latinoamericano de Aprendizaje y Servicio Solidario (CLAYSS). Algunos ejemplos: “Cuando lo que aprendimos en Lengua lo usamos para organizar una biblioteca para el barrio, o cuando lo que se aprende en Ciencias sirve para participar de un programa de forestación”.
No cualquier proyecto social impulsado desde la escuela es “aprendizaje servicio”: tiene que haber un claro protagonismo de los chicos, actividades que apunten a superar el asistencialismo, y una planificación por parte de los docentes que permita fortalecer el aprendizaje.
En Argentina, el Programa Nacional de Educación Solidaria acaba de cumplir su primera década. “En estos años se ha sostenido el deseo de las escuelas de dar una mano. Los docentes perciben estos proyectos como una manera de enseñar, ven que los alumnos se motivan”, sostiene Sergio Rial, coordinador del programa. En el proceso también cambia la mirada sobre el colegio: “Cuando los chicos descubren una escuela comprometida, se entusiasman y la valoran de otra manera”.
Las opciones son tan amplias como la imaginación de los docentes. En la Escuela República del Ecuador, de Córdoba capital, los alumnos de 4º a 6º grado, junto con los docentes de Plástica y Tecnología, construyeron dos esculturas para recordar a sus vecinos muertos como consecuencia de la violencia social. En la Escuela N° 4 de General San Martín (Mendoza), los estudiantes de 5º año organizan actividades para la inclusión social de familias vulnerables; por ejemplo, en Humanidades promueven la lectura entre los chicos de primaria, y en Economía ofrecen formación a madres desocupadas para generar micro emprendimientos.
Las buenas ideas también proliferan en Bariloche, donde los alumnos de la Escuela Técnica Nehuén Peumán desarrollan campañas de concientización sobre la importancia de separar la basura. Más al Sur, en el Colegio Antártida Argentina, de Río Grande (Tierra del Fuego), los estudiantes diseñaron un prototipo de vivienda social con materiales reciclados, y redactaron un manual de autoconstrucción para los vecinos. Estas experiencias son algunas de las que ya ganaron el Premio Escuelas Solidarias.
“Los proyectos de aprendizaje servicio articulan lo intelectual y lo manual, la teoría y la práctica, que suelen estar escindidas en el sistema educativo. Esto implica reconocer las distintas capacidades de los estudiantes, y así incluir a cada vez más chicos y mejorar los indicadores de repetición y deserción”, asegura Hernán Amar, coordinador del programa Escuelas Solidarias de CLAYSS. Amar subraya que uno de sus principales objetivos es “lograr que las escuelas institucionalicen los proyectos de aprendizaje servicio, es decir, que esos proyectos ya no dependan de un docente, sino que se incorporen a la dinámica de la institución”.
El valor pedagógico de la solidaridad también es aprovechado por las universidades. La UBA, por ejemplo, decidió que todos los alumnos que ingresen a partir de este año cumplan con 42 horas de prácticas sociales educativas.
Oscar García, secretario de Extensión de la UBA, afirma que “las prácticas van a tener un impacto curricular, porque dependerán de las cátedras, departamentos y programas de las facultades”. Los alumnos deberán hacerlas a partir del quinto cuatrimestre de su carrera. “Se aprende mejor cuando uno experimenta lo que aprende. Apuntamos a una formación integral de los estudiantes y a revalorizar la práctica, que a veces queda relegada en la universidad”, sostiene García.
Para Gustavo Mesit i, director de la Escuela Técnica N° 8 Ángel Gallardo, de Avellaneda, los proyectos de aprendizaje servicio pueden generar un cambio de 180 grados en la motivación y disciplina de los estudiantes. En 2011 los chicos armaron un biodigestor (dispositivo que genera energía a partir de la basura) y lo donaron a una cooperativa. En 2012 construyeron herramientas de huerta y las donaron a la Escuela rural N° 47. Y ahora están proyectando el tendido de la instalación eléctrica para armar una sala de informática en la Escuela N° 24. A partir de su experiencia, Mesiti concluye: “Estos proyectos permiten conectar al pibe con lo social y acercarlo a la esfera del trabajo, porque requieren muchos conocimientos y mucha práctica. Tenemos que lograr que los chicos incorporen los conocimientos pero también sean solidarios y participativos. Encerrada en sí misma, la escuela pierde su esencia”.
No cualquier proyecto social impulsado desde la escuela es “aprendizaje servicio”: tiene que haber un claro protagonismo de los chicos, actividades que apunten a superar el asistencialismo, y una planificación por parte de los docentes que permita fortalecer el aprendizaje.
En Argentina, el Programa Nacional de Educación Solidaria acaba de cumplir su primera década. “En estos años se ha sostenido el deseo de las escuelas de dar una mano. Los docentes perciben estos proyectos como una manera de enseñar, ven que los alumnos se motivan”, sostiene Sergio Rial, coordinador del programa. En el proceso también cambia la mirada sobre el colegio: “Cuando los chicos descubren una escuela comprometida, se entusiasman y la valoran de otra manera”.
Las opciones son tan amplias como la imaginación de los docentes. En la Escuela República del Ecuador, de Córdoba capital, los alumnos de 4º a 6º grado, junto con los docentes de Plástica y Tecnología, construyeron dos esculturas para recordar a sus vecinos muertos como consecuencia de la violencia social. En la Escuela N° 4 de General San Martín (Mendoza), los estudiantes de 5º año organizan actividades para la inclusión social de familias vulnerables; por ejemplo, en Humanidades promueven la lectura entre los chicos de primaria, y en Economía ofrecen formación a madres desocupadas para generar micro emprendimientos.
Las buenas ideas también proliferan en Bariloche, donde los alumnos de la Escuela Técnica Nehuén Peumán desarrollan campañas de concientización sobre la importancia de separar la basura. Más al Sur, en el Colegio Antártida Argentina, de Río Grande (Tierra del Fuego), los estudiantes diseñaron un prototipo de vivienda social con materiales reciclados, y redactaron un manual de autoconstrucción para los vecinos. Estas experiencias son algunas de las que ya ganaron el Premio Escuelas Solidarias.
“Los proyectos de aprendizaje servicio articulan lo intelectual y lo manual, la teoría y la práctica, que suelen estar escindidas en el sistema educativo. Esto implica reconocer las distintas capacidades de los estudiantes, y así incluir a cada vez más chicos y mejorar los indicadores de repetición y deserción”, asegura Hernán Amar, coordinador del programa Escuelas Solidarias de CLAYSS. Amar subraya que uno de sus principales objetivos es “lograr que las escuelas institucionalicen los proyectos de aprendizaje servicio, es decir, que esos proyectos ya no dependan de un docente, sino que se incorporen a la dinámica de la institución”.
El valor pedagógico de la solidaridad también es aprovechado por las universidades. La UBA, por ejemplo, decidió que todos los alumnos que ingresen a partir de este año cumplan con 42 horas de prácticas sociales educativas.
Oscar García, secretario de Extensión de la UBA, afirma que “las prácticas van a tener un impacto curricular, porque dependerán de las cátedras, departamentos y programas de las facultades”. Los alumnos deberán hacerlas a partir del quinto cuatrimestre de su carrera. “Se aprende mejor cuando uno experimenta lo que aprende. Apuntamos a una formación integral de los estudiantes y a revalorizar la práctica, que a veces queda relegada en la universidad”, sostiene García.
Para Gustavo Mesit i, director de la Escuela Técnica N° 8 Ángel Gallardo, de Avellaneda, los proyectos de aprendizaje servicio pueden generar un cambio de 180 grados en la motivación y disciplina de los estudiantes. En 2011 los chicos armaron un biodigestor (dispositivo que genera energía a partir de la basura) y lo donaron a una cooperativa. En 2012 construyeron herramientas de huerta y las donaron a la Escuela rural N° 47. Y ahora están proyectando el tendido de la instalación eléctrica para armar una sala de informática en la Escuela N° 24. A partir de su experiencia, Mesiti concluye: “Estos proyectos permiten conectar al pibe con lo social y acercarlo a la esfera del trabajo, porque requieren muchos conocimientos y mucha práctica. Tenemos que lograr que los chicos incorporen los conocimientos pero también sean solidarios y participativos. Encerrada en sí misma, la escuela pierde su esencia”.
Con información de
Clarin

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