Graduados made in La Plata

Por: LUCRECIA GALLO
Sábado 05 de Octubre 2013
Hay 109 mil estudiantes en las facultades de la ciudad. Más de la mitad, viene del interior. Una astrónoma, un físico, una antropóloga y una profesora en ciencias de la educación cuentan cómo la universidad les cambió la vida
Hay 109 mil estudiantes en las facultades de la ciudad. Más de la mitad, viene del interior. Una astrónoma, un físico, una antropóloga y una profesora en ciencias de la educación cuentan cómo la universidad les cambió la vida

La mercadería puede variar. Pero el ritual siempre es el mismo.
Agua estancada, limpiavidrios, aceite, vinagre, puré de tomate podrido, desperdicio de verduras, vino tinto, polenta, harina, yerba, detergente y excremento. Todo junto y revuelto en el balde. Huevos a quemarropa, mostaza, polenta, pintura, pelo, y harina otra vez. Le siguen: el corte de ropa y el paseo del flamante egresado –semidesnudo, rapado- en caravana por la ciudad. Por las calles de La Plata caminan más de 109 mil estudiantes universitarios. El 55 por ciento del interior, contando los partidos más próximos, capital federal, el Gran Buenos Aires, entre otras provincias y países. El resto, platense. Según el anuario estadístico 2012, la UNLP cuenta con 17 facultades, 137 títulos de grado, 167 de posgrado, 111 carreras, más de 12 mil docentes y casi 3 mil no docentes, eslabones -todos- de la cadena que sostiene un sistema educativo que libera 6 mil graduados al año, para engrosar el millón y medio de profesionales que hay en el país. Pero no todos son números. Entre que uno ingresa y egresa hay un trayecto: miedos, preguntas, certezas y sobre todo una historia que vale la pena contar. VA DE RETRO Jueves 3 de octubre. 5 de la tarde. Sabrina Córdoba no alcanza a llegar al recibódromo de la Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación cuando un líquido putrefacto detona sobre su cabeza. Sabe que lo que sigue será peor y más desagradable. No le importa: acaba de sacarse un peso de encima. Rindió su última materia: investigación educativa 2. La última por tachar de su lista. ¡Felicitaciones Profesora!, le gritan y cierran el festejo con un aplauso. Corría el 2005 cuando se vino, desde Las Flores, a estudiar Ciencias de la Educación. Aunque no sabía muy bien de qué se trataba tenía en claro que ésa era su ruta. “Recién entre tercer y cuarto año empecé a entender qué podía hacer con mi carrera, dice Sabrina (26) y aclara, convencida: “aunque al principio tuve dudas. Si no dejé, fue porque la academia me contuvo”. Lejos quedaron la pensión en la que vivió los primeros meses, las 16 mujeres con las que convivía en guerra. El departamento al que se mudó con una de las chicas que conoció en la pensión. El dulce de membrillo y el queso que le mandaban sus padres en la encomienda, las cartas de Johana, su hermana menor que en el 2011, también, se vino a estudiar. Los nervios al rendir finales y la ansiedad por terminar. “Viste -le dijo Juan Domingo, su padre, cuando ella le confirmó el día de la recibida- todo llega”. NUNCA UN PASO ATRAS Julieta Paz Sánchez (31) todavía no lo puede creer. El pasado 5 de julio se recibió de licenciada en Astronomía. Doce años de estudio ininterrumpidos, sin vacaciones. Disciplina, constancia y esfuerzo. Así describe su experiencia esta joven que eligió estudiar en nuestra ciudad cuando lo podría haber hecho en su San Juan natal. “Desde siempre mis padres me alentaron a conocer otros lugares, animarme a vivir otras experiencias”, dice. Al principio extrañaba horrores. Tanto, que un fin de semana sin dinero suficiente como para poder comprar un pasaje, llegó a rogarle al chofer de la compañía de ómnibus que la transportara 1.300 km para devolverla a su casa. Para ella no fue fácil, pero no se queja. Algunos años cursaba de 8 a 8 y antes de egresar le metía entre 9 y 10 horas por día frente a los libros. Recursar una materia implicaba tener que esperar un año para volver a cursarla y ella lo hizo varias veces. Análisis 1 fue su karma. Cuando ingresó, en el 2000, alrededor de 170 personas se inscribieron con ella. Y en lo que va del último año se recibieron entre 7 y 9, cuando la marca histórica, en su facultad, indica entre 2 y 3 al año. Su última materia fue Interiores Estelares, pero todo terminó con la defensa de su tesis ante un jurado evaluador. No es fanática al punto de tener posters de planetas colgados en su habitación pero se define: “estoy enamorada de la astronomía”. PONERLE EL CUERPO La historia cuenta que Enrique Neyra (29) también iba a estudiar astronomía. A pesar de que reconoce que en la secundaria era bastante vago, se había asesorado sobre esta carrera. Pero por arte del destino, el mismo día que vino desde General Roca (Río Negro) a anotarse decidió hacerlo en la carrera de física. “Y no me equivoqué, dice el licenciado, si tuviera que volver a empezar estudiaría lo mismo”. No se olvida más. En una conferencia inaugural el decano de su unidad académica comentó que nadie había aprobado el primer año de la carrera desaprobando el curso de ingreso. Pero no todo es como dice el manual. Enrique, consiguió ser la excepción a la regla. También estudiaba mucho. Cursaba 8 horas por día. En su cabeza no había otra cosa que matemática, física y química. Y aunque los fines de semana salía con amigos a bailar, en tercer año (el más difícil) dijo basta. “Tuve un episodio feo, a los 23. Venía al día con la carrera y me agarró una crisis”, relata. Empezó a sufrir fuertes dolores de cabeza y su presión arterial se alteró. “Fue la vida que llevaba”, cuenta. Aunque no era un estudiante modelo, además de cursar y estudiar, realizaba pasantías rentadas en el Museo de Física. A pesar todo, hoy no duda en recomendar su carrera: “no tenés que ser un genio, te tiene que gustar”. CON EL CARTON EN LA MANO El mundo de Sabrina no sólo se conformó entre libros y cursadas. Durante la carrera trabajó de niñera. Y con lo que ganaba podía colaborar para mantenerse. “Lo primero que hice fuera de la Facultad fue participar de un grupo de trabajo llamado: Derechos y Educación cuyo objetivo era promover los derechos de los adolescentes en el barrio El Carmen”. Le faltaba un siglo para recibirse, y aunque no sacaba un mango la experiencia la marcó. “Me sentí como pez en el agua”, afirma. Después de dos años de tirar su currículum vitae en cuanta plataforma de búsqueda laboral se le posara delante, y a un año de concretar entrevistas, el lunes pasado, justo tres días antes de recibirse, Sabrina entró a trabajar en el área de capacitación y asesoramiento de la cooperativa Monitoreo.com. Antes de esta certeza realizó encuestas para el Plan Nacer del ministerio de Salud de la Provincia y se incorporó como Guía Educadores en el Programa Mundo Nuevo de la UNLP. Sus perspectivas: seguir estudiando, hacer la licenciatura y festejar. “Lo seguro, concluye -tajante-, es que a Las Flores no vuelvo”. El Programa de Vinculación con el Graduado Universitario de la UNLP, dice que la inserción laboral de los egresados varió poco del 2005 a esta parte, con un pico en descenso en el 2008. Su registro indica que el 90 por ciento trabaja y un 25 por ciento sigue vinculado a la UNLP a través de cursos, seminarios y posgrados. “Al no avanzar en la carrera decidí empezar a trabajar dando clases de física y matemática en un instituto que prepara para entrar al ingreso de medicina”, dice Julieta. Necesitaba una ayuda económica y ganar experiencia. Nunca pensó en el rédito económico que le podía dar la carrera. “Más allá de cerrar una etapa, con el título se te abren muchísimas puertas”, reconoce. INVESTIGO, LUEGO EXISTO Como Julieta y Enrique, el 90 por ciento (por convalidar un margen de error) de los egresados de astronomía y física son candidatos a la investigación. “La mayor fuente de ingreso para los egresados es el sistema de becas para doctorarse”, asegura la astrónoma que se presentó a la convocatoria de la UNLP y del Conicet pero no quedó. Como salvataje, y hasta marzo del año que viene posee una ayuda económica que da la universidad a los egresados que, como ella, postulan y no ganan. Para Julieta, ya lo sabe, la clave es volver a intentarlo y esperar que se abra la posibilidad. Mientras tanto trabaja en la modelación de estrellas desconocidas, saca fotos y experimenta en la cocina. No sueña tanto con trabajar en la NASA como con conocer la India. DESDE ADENTRO Uno podría decir que los platenses corren con ventaja, pero a ciencia cierta no se sabe si vivir con los padres después de los 18, es una ventaja. En fin: estudiar en la ciudad donde uno nació, puede facilitarte las cosas o no. Bárbara Navazo (25), es platense y se recibió el pasado 1 de octubre. La última materia de la licenciatura en Antropología –a la que ingresó en 2006- la rindió en una de las dependencias del Museo de Ciencias Naturales. El año en que terminó de cursar inició una pasantía en su misma facultad colaborando con un grupo de investigación. Antes, no trabajó. “Es indispensable apostar a la docencia, participar de la formación académica de las nuevas generaciones”, dice esta amante de la etnografía y remarca: “la vida universitaria te ´abre la mente`”. ¿Recibirse es un punto de llegada o de partida, se le pregunta? “Punto de llegada no”, dice Bárbara, “porque la vida continúa. Esto es un punto de partida”. TRABAJAR AFUERA Ser ayudante alumno rentado de física 2, desde hace 5 años, le permitió a Enrique bancarse los gastos. Sus padres no podían cubrir todo. Supo dar clases particulares para sacar unos mangos. Al finalizar el 2012 le confirmaron: era uno de los 3.900 becados del Conicet. “Hay aspectos que la carrera de física te exige”, advierte Enrique. “Sobre todo, dos cosas: estudiar un pos-doctorado y trabajar en el exterior. En la actualidad trabaja como becario en el CIOP (Centro de Investigaciones Ópticas), está tramitando todo para comenzar el Doctorado en el área de física y espera, en el 2014, lograr una estancia en España para aprender en los laboratorios de allá. Pero en algún momento, no sabe cuándo, quiere cumplir su sueño. “¿Sabés lo que más quiero”, dice el físico. “Quiero tener mi propio bar”. La vida, para un físico, también es una fiesta.
Con información de El Día

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