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Trabajar menos horas: qué experiencias hay en el mundo y qué chances hay de aplicarlo en Argentina

Jueves 31 de Marzo 2022

El resultado obtenido en algunos países y empresas del primer mundo choca en la Argentina con el alto porcentaje de empleo informal.
En 1880, el socialista Paul Lafargue aseguraba que la generalización del uso de maquinaria permitía que las personas trabajaran menos horas y dedicaran su tiempo libre al arte, la ciencia y "las nobles virtudes".
 
"El derecho a la pereza" -folleto donde volcó estas ideas- planteaba que las largas jornadas llevaban al "agotamiento de las fuerzas vitales del individuo", que había internalizado una presión a la productividad.
 
Pasaron 140 años. La discusión sobre la duración de los tiempos de trabajo recobró actualidad en el mundo y hasta hay proyectos legislativos locales.
 
Islandia constituye el caso de referencia. Tras una prueba de cuatro años, finalizada en 2019, los expertos concluyeron que el descenso de la semana laboral a 35 horas no significó una caída del rendimiento de los empleados: en cambio, su bienestar se incrementó.
 
¿Se trata de una conclusión extensible a otras latitudes? ¿Todas las ramas de la economía están preparadas? ¿Cuál es el rol de la tecnología? ¿Y el de la legislación? ¿Se acotarían males de época como el estrés ocupacional y la ansiedad? ¿Qué pasaría en Argentina?
 
Clarín habló con la Organización Internacional del Trabajo (OIT), consultores de empresas, economistas y sociólogos para intentar responder a estas preguntas.
 
Una sociedad cansada
Luis María Cravino dirige las certificaciones en People Analytics y Desarrollo Organizacional del Instituto Tecnológico de Buenos Aires (ITBA).
 
Especialista en el uso de tecnología matemática aplicada al área de Recursos Humanos, plantea que múltiples argumentos abonan a una jornada laboral más corta. El primero es que la inclusión de tecnología (herramientas, máquinas, software) incrementó la productividad.
 
Como segundo punto, indica que ya se probaron casos exitosos. En la sede japonesa de Microsoft, por ejemplo, la disminución de horas obligatorias aumentó el compromiso de los empleados y bajó los ausentismos.
 
Por sobre todo, el profesional insiste en que rediseñar los tiempos de trabajo podría crear las condiciones subjetivas para que la gente viva mejor. "Estamos todos más agotados", afirma. Y suma: "En pandemia se trabajó más, tampoco estaría mal compensar un poco, ¿no?".
 
Cravino piensa en el beneficio para las industrias. "Una persona estresada comete más errores, tiene un peor desempeño. No debemos pensar solo en la jornada. Se trabaja con más plenitud cuando la persona es más autónoma, cuando hay un buen clima entre jefes y compañeros".
 
"Antes de la llegada del coronavirus, la gente ya estaba muy desmotivada. No creo que haya que volver al pasado", discurre.
 
El licenciado es consciente de que no todas tienen iguales capacidades. Por eso, no apunta a un solo modelo, sino a una customization (o personalización).
 
Trabajar para vivir no es lo mismo que vivir para trabajar.
 
Pasado y presente
En 1919, fue firmado el "Convenio sobre las horas de trabajo": el primer hito de la Organización Internacional del Trabajo.
 
Este establecía que "la duración del trabajo del personal no podrá exceder de ocho horas por día y de cuarenta y ocho por semana".
 
"El tiempo de trabajo continúa siendo una de las preocupaciones principales de la organización", revela Elva López Mourelo, oficial en instituciones de mercado de trabajo inclusivos de la OIT.
 
"Nuestros estándares establecen que los países pueden considerar un cambio hacia una semana laboral de 40 horas, según su desarrollo".
 
La funcionaria puntualiza que coexisten horas de trabajo cada vez más diversas, descentralizadas e individualizadas. Y define la tendencia hacia una "economía de 24 horas", en la cual la disponibilidad horaria cobra una renovada importancia.
 
En ese marco, pueden potenciarse las desigualdades de género, así como el desequilibrio entre trabajo remunerado y vida personal.
 
Por la diversidad de situaciones, desde la OIT aseguran que "el debate debería estar más orientado hacia la ordenación del tiempo de trabajo".
 
¿A qué se refieren? "A corregir las brechas existentes entre las horas de trabajo actuales y las preferidas por los trabajadores".
 
Actuando sobre situaciones en las que se trabaja demasiado; pero también sobre aquellas donde el personal part-time preferiría desempeñarse a tiempo completo; o atendiendo a una mejor distribución horaria.
 
"Una ordenación mejoraría el bienestar de las personas y beneficiaría a las empresas a través del aumento de la productividad, la reducción del ausentismo y de rotación del personal", cierra López Mourelo.
 
¿Tecnoganadores y tecnoperdedores?
Desde inicios del capitalismo, hubo utopías y distopías en relación a la tecnología. Unos auguraban el fin de las tareas repetitivas. Otros veían a las máquinas como fuentes de desempleo.
 
Como tendencia de largo plazo, las horas trabajadas se redujeron en los últimos 200 años. Tanto por la tecnificación y las nuevas formas de producción, como por la conquista de derechos.
 
Para algunos autores, este proceso se profundizaría, de la mano de cambios sociales y una "cuarta revolución industrial", reflejada en el Big Data, el 3D, la robótica.
 
"Las nuevas tecnologías digitales están generando una polarización: por un lado, empleos de alta calidad, donde quizás sea factible en el futuro que una reducción en las horas; y, por otro, empleos de baja calidad, donde las condiciones son muy malas y difícilmente haya espacio para algo de ese estilo", alega el economista Ramiro Albrieu.
 
Profesor de la UBA e integrante de la Red Sudamericana de Economía aplicada, explica que cada innovación se asemeja -al decir de Joseph Schumpeter- a un proceso de "destrucción creativa".
 
"Las personas que siguen realizando tareas rutinarias perderán terreno frente a aquellas que dedican su tiempo a tareas creativas", complementa.
 
Por eso, "hay que diseñar políticas públicas para movilizar a los sectores o grupos que representan la vieja forma de hacer las cosas, y hacerlos parte de lo nuevo".
 
El rompecabezas argentino
La ley 11.544 (o de jornada de trabajo) que rige en el país fue sancionada en 1929, durante el gobierno de Hipólito Yrigoyen.
 
Esta establecía que, en condiciones normales, no se podían exceder las 8 horas diarias o 48 horas semanales. Y que las excepciones debían hacerse previa "consulta a las organizaciones patronales y obreras", con un porcentaje de aumento estipulado para las horas extras.
 
Andrés César y Guillermo Falcone, investigadores en el Centro de Estudios Distributivos, Laborales y Sociales (Cedlas), subrayan que si bien el criterio legal argentino es el mismo que sigue la Unión Europea, la situación es muy diferente.
 
"El diseño de la letra chica de una potencial ley" sería clave para entender los incentivos sobre la decisión de los individuos de trabajar más o menos horas y de las empresas para contratar.
 
Algunas investigaciones sugieren que la reducción de la jornada laboral podría aumentar el empleo, si se complementa con políticas de entrenamiento laboral, modernización de las estructura organizacionales y sueldos que aumenten de la mano de las ganancias. El contexto es todo.
 
De forma complementaria, focalizan en adaptar el sistema educativo a las necesidades del siglo XXI, mediante el manejo de nuevas tecnologías, la robótica y el cuidado del medioambiente.
 
Solo así, los jóvenes podrían encontrar una carrera u oficio que les guste, socialmente útil y que les permita tener una buena calidad de vida. Porque "no hay peor trabajo que el que uno no quiere hacer".
 
Deudas sociales
Agustín Salvia es jefe del Observatorio de la Deuda Social de la Universidad Católica Argentina. Se especializa en los mercados de trabajo, la desigualdad, la movilidad social y la evaluación de políticas públicas.
 
El investigador está convencido de que una reducción de la jornada solo beneficiaría al sector público y privado formal (con altos salarios y productividad), que representa al 45 % de la fuerza de trabajo local.
 
Tampoco es descontable, en su opinión, que estos trabajadores y sus sindicatos presionen para trabajar fuera de horario, aprovechando los regímenes favorables de horas extras.
 
"No se pueden hacer generalizaciones en un mercado laboral segmentado como el de Argentina, donde existen microemprendedores, monotributistas, trabajadores informales. Ni hablar de los beneficiarios de planes, partícipes de programas de empleo, limpiavidrios, vendedores ambulantes".
 
Salvia arguye que solo en un contexto económicamente favorable, con alta demanda de mano de obra, la reducción de horas se podría traducir en incorporación de nuevos trabajadores. 
 
"Para las pequeñas y medianas empresas, que concentran gran parte de la fuerza de trabajo, sería inaplicable. Lo más beneficioso es generar medidas para incentivar la creación de empleo", opina.
 
¿Un sueño islandés?
Entonces, ¿se puede trabajar menos o no? No hay una sola respuesta.
 
El debate no termina en los aspectos estrictamente legales, sino que pone sobre la mesa cuestiones estructurales profundas: educacionales, económicas, tecnológicas. Incluso psicológicas y de humor social, en un contexto de crisis, desempleo, precarización y pandemia.
 
"Creo que la gente está hackeando los horarios y nos merecemos esta discusión", reflexiona Luis Cravino, del ITBA. En cien años, la realidad cambió y no se puede descartar que el reloj también lo haga.
 
 
Con información de CLARIN

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