Para qué educamos
Por:
Guillermina Tiramonti
Martes 12 de
Abril 2022

La pregunta es como todos los interrogantes que hacen referencia a lo esencial de un tema: muy difícil de abordar y, por supuesto, da lugar a un sinnúmero de respuestas.
A través de la investigación empírica, averiguamos que los diferentes sectores socioculturales y económicos tienen propósitos distintos y en muchos casos no se han formulado nunca la pregunta “¿para qué educamos?”. Que los chicos no vayan a la escuela primaria ya no es una posibilidad para casi ninguna familia. En un porcentaje muy alto, los chicos van a la escuela secundaria, aunque sabemos que la mitad de ellos se queda en el camino.
La elección de la escuela que cada grupo hace para mandar a sus hijos es el dato que hasta ahora hemos pensado como suficiente para deducir los propósitos que tienen los padres con la escolarización de los hijos. Es cierto que para los sectores más bajos de la escala social, la elección es mucho más acotada y en general no pueden ir más allá de mantener a los hijos en la escuela pública más cercana.
Qué demanda la sociedad del sistema educativo
He aquí un tema importante para indagar en profundidad para entender un poco más qué es lo que la sociedad demanda al sistema educativo y poder avanzar en la articulación de estas demandas con las exigencias de la sociedad en este momento histórico. Llegado a este punto del razonamiento, cabe plantear: ¿sabemos como sociedad para qué educamos? ¿Es acaso una pregunta que guía los planes educativos de los diferentes grupos políticos que se preparan para competir en las elecciones del año próximo? El interrogante debería preceder toda planificación sin embargo me temo que suele estar ausente.
Las preocupaciones suelen rondar los problemas de la formación docente, las demandas para el trabajo debido a las transformaciones que se están operando en ese campo, o los déficit en los resultados escolares o en la producción de información y así al infinito. Todas temáticas superimportantes y que deben ser pensadas. Pero si no problematizamos el ¿para qué educamos? corremos el riesgo de proponer cambios para cada uno de esos temas, que no son compatibles y aún peor no lograr generar un sentido que pueda ser compartido por todos los agentes del sistema.
Entonces, ¿para qué educamos? A mi entender, la respuesta a esta pregunta debe ser precedida por un conocimiento profundo de las características del mundo en que vivimos y desde este saber avanzar en repensar el sistema educativo en diálogo con la contemporaneidad.
El sistema educativo moderno se construyó en una funcional relación con la realidad del momento en que surgió, justamente este hecho es el que lo hace inapropiado para la actualidad.
La irrupción de lo digital y su impacto en la educación
Sabemos que estamos en la era digital, caracterizada por el cambio permanente y por tanto con mucha incertidumbre sobre el futuro. La tecnología digital está modificando los modos de producir bienes y servicios, las maneras de comerciar, de desplazarnos por el mundo, la relación que tenemos con el conocimiento, las coordenadas de tiempo y espacio. Conocemos el impacto que la Big Data y la inteligencia artificial está generando en los modos de regulación de las sociedades, en la producción científica y en la generación de nuevas posibilidades de cura y continuidad de la vida humana.
Sobre la base de este mapa de la nueva era deberíamos pensar una educación que no nos deje al margen de ella. Un primer propósito para educar puede ser participar activamente en la economía, la cultura, el arte, la sociedad y el trabajo que es propio de nuestra época. Para esto, se necesita cambiar lo que aprenden los chicos y cómo lo aprenden en nuestras instituciones.
De lo que hoy hagamos para modificar un sistema que fue diseñado para una realidad que comenzó a agonizar en los años 70, dependen nuestras posibilidades de participar activamente en el tejido del futuro. Es ilustrativo pensarlo por la negativa y proponernos a través de la educación eludir un destino de marginalidad.
Ya somos un país relativamente marginal en el concierto mundial. Pero aún conocemos los códigos que nos permiten entendernos, tenemos un bajísimo porcentaje de nuestra producción que ha incorporado la tecnología de punta pero existe una cantidad interesante de empresas del conocimiento, la producción de nuestros artistas se aprecia en el mundo, algunos pocos de nuestros científicos dialogan con los centros mundiales de producción del conocimiento, podemos mandar becarios al exterior que desarrollan sus estudios con relativo éxito. En definitiva, mantenemos una marginalidad que aún nos permite asomarnos al mundo, pero si no nos proveemos de los instrumentos de la nueva cultura cada vez estaremos más al margen.
Un motivo para orientar la educación de las nuevas generaciones bien puede ser proveerlos de los recursos cognitivos y las habilidades necesarias para que no estén al margen y puedan disfrutar de las ventajas del mundo que está en construcción. Y también para tener la capacidad de neutralizar, evitar o disminuir el impacto de aquello que no nos beneficia.
Hay un punto que si bien está comprendido en lo anterior, a mi criterio es importante: todo cambio de era como el que estamos pasando implica una modificación de los valores y un proyecto educativo debe dar cuenta de estos junto con un ordenamiento que transforme a la escuela en un espacio que los difunda y arraigue en el deber ser de los alumnos.
Necesitamos entonces estar atentos a las características actuales de la ciudadanía y encontrar caminos para incentivar prácticas virtuosas. El ejercicio ciudadano debe considerar por un lado, las nuevas redes de expresión de la población y también contenidos que antes no estaban contemplados, como el cuidado del medio ambiente, el respeto a la diversidad de género y, hoy más que nunca, el derecho de todos a pensar y expresarse libremente.
Si orientamos la educación con esta perspectiva y lo hacemos considerando el derecho de todos los miembros de las nuevas generaciones a ser participes activos del mundo que les toca vivir, habremos avanzado mucho en el camino de hacer de la Argentina un país donde quieran vivir nuestros hijos
La elección de la escuela que cada grupo hace para mandar a sus hijos es el dato que hasta ahora hemos pensado como suficiente para deducir los propósitos que tienen los padres con la escolarización de los hijos. Es cierto que para los sectores más bajos de la escala social, la elección es mucho más acotada y en general no pueden ir más allá de mantener a los hijos en la escuela pública más cercana.
Qué demanda la sociedad del sistema educativo
He aquí un tema importante para indagar en profundidad para entender un poco más qué es lo que la sociedad demanda al sistema educativo y poder avanzar en la articulación de estas demandas con las exigencias de la sociedad en este momento histórico. Llegado a este punto del razonamiento, cabe plantear: ¿sabemos como sociedad para qué educamos? ¿Es acaso una pregunta que guía los planes educativos de los diferentes grupos políticos que se preparan para competir en las elecciones del año próximo? El interrogante debería preceder toda planificación sin embargo me temo que suele estar ausente.
Las preocupaciones suelen rondar los problemas de la formación docente, las demandas para el trabajo debido a las transformaciones que se están operando en ese campo, o los déficit en los resultados escolares o en la producción de información y así al infinito. Todas temáticas superimportantes y que deben ser pensadas. Pero si no problematizamos el ¿para qué educamos? corremos el riesgo de proponer cambios para cada uno de esos temas, que no son compatibles y aún peor no lograr generar un sentido que pueda ser compartido por todos los agentes del sistema.
Entonces, ¿para qué educamos? A mi entender, la respuesta a esta pregunta debe ser precedida por un conocimiento profundo de las características del mundo en que vivimos y desde este saber avanzar en repensar el sistema educativo en diálogo con la contemporaneidad.
El sistema educativo moderno se construyó en una funcional relación con la realidad del momento en que surgió, justamente este hecho es el que lo hace inapropiado para la actualidad.
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Sabemos que estamos en la era digital, caracterizada por el cambio permanente y por tanto con mucha incertidumbre sobre el futuro. La tecnología digital está modificando los modos de producir bienes y servicios, las maneras de comerciar, de desplazarnos por el mundo, la relación que tenemos con el conocimiento, las coordenadas de tiempo y espacio. Conocemos el impacto que la Big Data y la inteligencia artificial está generando en los modos de regulación de las sociedades, en la producción científica y en la generación de nuevas posibilidades de cura y continuidad de la vida humana.
Sobre la base de este mapa de la nueva era deberíamos pensar una educación que no nos deje al margen de ella. Un primer propósito para educar puede ser participar activamente en la economía, la cultura, el arte, la sociedad y el trabajo que es propio de nuestra época. Para esto, se necesita cambiar lo que aprenden los chicos y cómo lo aprenden en nuestras instituciones.
De lo que hoy hagamos para modificar un sistema que fue diseñado para una realidad que comenzó a agonizar en los años 70, dependen nuestras posibilidades de participar activamente en el tejido del futuro. Es ilustrativo pensarlo por la negativa y proponernos a través de la educación eludir un destino de marginalidad.
Ya somos un país relativamente marginal en el concierto mundial. Pero aún conocemos los códigos que nos permiten entendernos, tenemos un bajísimo porcentaje de nuestra producción que ha incorporado la tecnología de punta pero existe una cantidad interesante de empresas del conocimiento, la producción de nuestros artistas se aprecia en el mundo, algunos pocos de nuestros científicos dialogan con los centros mundiales de producción del conocimiento, podemos mandar becarios al exterior que desarrollan sus estudios con relativo éxito. En definitiva, mantenemos una marginalidad que aún nos permite asomarnos al mundo, pero si no nos proveemos de los instrumentos de la nueva cultura cada vez estaremos más al margen.
Un motivo para orientar la educación de las nuevas generaciones bien puede ser proveerlos de los recursos cognitivos y las habilidades necesarias para que no estén al margen y puedan disfrutar de las ventajas del mundo que está en construcción. Y también para tener la capacidad de neutralizar, evitar o disminuir el impacto de aquello que no nos beneficia.
Hay un punto que si bien está comprendido en lo anterior, a mi criterio es importante: todo cambio de era como el que estamos pasando implica una modificación de los valores y un proyecto educativo debe dar cuenta de estos junto con un ordenamiento que transforme a la escuela en un espacio que los difunda y arraigue en el deber ser de los alumnos.
Necesitamos entonces estar atentos a las características actuales de la ciudadanía y encontrar caminos para incentivar prácticas virtuosas. El ejercicio ciudadano debe considerar por un lado, las nuevas redes de expresión de la población y también contenidos que antes no estaban contemplados, como el cuidado del medio ambiente, el respeto a la diversidad de género y, hoy más que nunca, el derecho de todos a pensar y expresarse libremente.
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