Escenarios y enigmas frente a la nueva crisis con Irán y el pacto nuclear
Por:
Marcelo Cantelmi
Martes 08 de
Mayo 2018
El impacto del giro norteamericano en el convenio atómico de Viena producirá un golpe interno en la potencia persa que fortalecerá a los halcones. Y puede ser el pretexto para una internacionalización imprevisible de la guerra en Siria, donde están involucrados todos estos jugadores.
El peor de los escenarios es casi obvio. La ruptura por parte de EE.UU. del pacto de Viena, que congeló el desarrollo nuclear de Irán, provocará una crisis política en el país persa, consolidará a los halcones que habían llevado adelante el programa atómico y nunca creyeron en este pacto y se multiplicarían las presiones para restaurarlo. Ese movimiento será el pretexto para una acción coercitiva más dura de parte de los países que pujan contra Irán por la influencia en la región, Israel y Arabia Saudita, respaldados por sus aliados occidentales.
La consecuencia será una internacionalización de la crisis mucho más aguda que la actual, cuyo primer escenario inevitable será romper el actual status quo en Siria. Una muestra del alcance de la tensión sucedió el último día de abril pasado, con un bombardeo presuntamente israelí a dos bases de ese país, mucho más grave que la exhibición que hizo EE.UU. con Gran Bretaña y Francia días atrás. El ataque, al revés del aquel sin victimas y casi ningún daño importante, causó la muerte de al menos dos docenas de oficiales iraníes. Eran el blanco. Un aviso.
La decisión de Donald Trump de reimponer las sanciones, si se confirma el anticipo de The New York Times, hace visible ese escenario, con el enorme costo de pulverizar el poder disuasorio de Washington en la región. También con vistas a sus inminentes diálogos face to face con el dictador de Corea del Norte Kim Jong-un que estarán contaminados por este antecedente.
Conviene aclarar que el eje de esta controversia no es el pacto atómico que negoció en 2015 Barack Obama con el gobierno moderado iraní de Hassan Rohani al que ahora se reprocha que no limitó el desarrollo misilístico y de otras armas de los persas. La cuestión central es el escenario que fue consolidando la guerra en Siria, patio trasero histórico de Teherán.
Ese mismo año, el inicio de la intervención militar por parte de Rusia contra los enemigos de Damasco y en respaldo a la potencia persa, giró el cuadrante frente a las narices de Occidente. El régimen de Bashar al Assad que estaba acorralado comenzó a fortalecerse y recuperó territorios clave. El resultado es que la posguerra en Siria la están diseñando hoy Teherán, Moscú y parcialmente Ankara, sin la intervención de Estados Unidos y sus aliados.
Israel y sus socios sauditas han reclamado con insistencia el desmonte del pacto de Viena. Para muchos sorprende que lo hagan cuando se trata de frenar una amenaza nuclear en la región y cuando los especialistas de la ONU constatan que el acuerdo se esta cumpliendo sin objeciones. La explicación es precisamente el desarrollo de la guerra.
Irán sale de ese conflicto con una fortaleza de la que hace unos pocos años carecía, con un despliegue militar mucho más marcado en Siria, con sus milicias de Hezbollah y bases rusas que han crecido exponencialmente y la posibilidad constatale de consolidar su influencia hasta el Mediterráneo. Si cae el acuerdo nuclear ese tablero se torna aun más imprevisible, y esa imprevisibilidad es la que se busca para intentar revertir la evolución que exhibe la etapa.
Para Irán el convenio tuvo resultados relativos. No consiguió el torrente de inversiones que esperaba para restaurar su industria petrolera y gasífera. Recibió solo unos 100 mil millones de dólares que se encontraban congelados en cuentas en el exterior. Pero la intención de aquel pacto era producir un salto de desarrollo cuya esperanza entre los iraníes explica las dos victorias electorales de Rohani, una figura muy sostenida por la juventud y las mujeres, que disputó el poder con los ultranacionalistas que gobernaron los dos periodos anteriores, impulsando el plan atómico pero destruyendo literalmente la economía de la potencia persa.
El escenario alternativo al señalado al comienzo lo ha comenzado a insinuar el propio presidente iraní cuando hace horas, en un encuentro con empresarios, dio a entender que seguirían respetando el pacto de Viena aun sin EE.UU. confiando en el resto del mundo. La expresión apuntaba claramente a Europa. El presidente francés Emmanuel Macron, la premier alemana Angela Merkel y el canciller británico Boris Johnson corrieron a Washington los últimos días para intentar detener sin éxito la mano de Trump.
Los europeos advierten que una crisis en escalada recargará de refugiados sus costas, pero esencialmente agregará llamas al incendio de Oriente Medio. Los efectos en la economía global de una guerra internacionalizada son, por lo demás, obvios incluso si no se producen inmediatamente las acciones. La gestión de los europeos apuntó, además, a ganar músculo en una eventual negociación con Irán. La llave es precisamente restaurar las vías de inversión a cambio de una adenda en el pacto original. El punto es polémico. Los halcones de Washington y sus aliados piden que ese agregado incluya los misiles,pero además el retiro de Siria y el retroceso en la influencia iraní sobre Líbano e Irak, donde las elecciones de este domingo y las del próximo, respectivamente, anticipan la consolidación del poder de los proiraníes.
Es una demanda irrealista y que no necesariamente pierde músculo por la decisión de Trump. Mediarla es el desafío de Bruselas que ya ha dicho que no puede confiar en EE.UU. Otra llave en esas gestiones son las sanciones económicas que se multiplican contra Rusia, en particular con el argumento del opaco episodio del envenenamiento de un ex espía de Moscú en Londres. La intención de esas operaciones es persuadir al Kremlin a que haga cuentas y advierta que debería ceder parte de su respaldo a Irán y a Siria para aliviar esa factura.
La decisión del norte mundial es obligar a retroceder, cambiar la historia presente. La disidencia es en los métodos para esos fines: asumir a la potencia persa como un jugador de la región con la cual importa el diálogo o suponer, como cree Trump, que puede ser acorralada y desmentalada.
La consecuencia será una internacionalización de la crisis mucho más aguda que la actual, cuyo primer escenario inevitable será romper el actual status quo en Siria. Una muestra del alcance de la tensión sucedió el último día de abril pasado, con un bombardeo presuntamente israelí a dos bases de ese país, mucho más grave que la exhibición que hizo EE.UU. con Gran Bretaña y Francia días atrás. El ataque, al revés del aquel sin victimas y casi ningún daño importante, causó la muerte de al menos dos docenas de oficiales iraníes. Eran el blanco. Un aviso.
La decisión de Donald Trump de reimponer las sanciones, si se confirma el anticipo de The New York Times, hace visible ese escenario, con el enorme costo de pulverizar el poder disuasorio de Washington en la región. También con vistas a sus inminentes diálogos face to face con el dictador de Corea del Norte Kim Jong-un que estarán contaminados por este antecedente.
Conviene aclarar que el eje de esta controversia no es el pacto atómico que negoció en 2015 Barack Obama con el gobierno moderado iraní de Hassan Rohani al que ahora se reprocha que no limitó el desarrollo misilístico y de otras armas de los persas. La cuestión central es el escenario que fue consolidando la guerra en Siria, patio trasero histórico de Teherán.
Ese mismo año, el inicio de la intervención militar por parte de Rusia contra los enemigos de Damasco y en respaldo a la potencia persa, giró el cuadrante frente a las narices de Occidente. El régimen de Bashar al Assad que estaba acorralado comenzó a fortalecerse y recuperó territorios clave. El resultado es que la posguerra en Siria la están diseñando hoy Teherán, Moscú y parcialmente Ankara, sin la intervención de Estados Unidos y sus aliados.
Israel y sus socios sauditas han reclamado con insistencia el desmonte del pacto de Viena. Para muchos sorprende que lo hagan cuando se trata de frenar una amenaza nuclear en la región y cuando los especialistas de la ONU constatan que el acuerdo se esta cumpliendo sin objeciones. La explicación es precisamente el desarrollo de la guerra.
Irán sale de ese conflicto con una fortaleza de la que hace unos pocos años carecía, con un despliegue militar mucho más marcado en Siria, con sus milicias de Hezbollah y bases rusas que han crecido exponencialmente y la posibilidad constatale de consolidar su influencia hasta el Mediterráneo. Si cae el acuerdo nuclear ese tablero se torna aun más imprevisible, y esa imprevisibilidad es la que se busca para intentar revertir la evolución que exhibe la etapa.
Para Irán el convenio tuvo resultados relativos. No consiguió el torrente de inversiones que esperaba para restaurar su industria petrolera y gasífera. Recibió solo unos 100 mil millones de dólares que se encontraban congelados en cuentas en el exterior. Pero la intención de aquel pacto era producir un salto de desarrollo cuya esperanza entre los iraníes explica las dos victorias electorales de Rohani, una figura muy sostenida por la juventud y las mujeres, que disputó el poder con los ultranacionalistas que gobernaron los dos periodos anteriores, impulsando el plan atómico pero destruyendo literalmente la economía de la potencia persa.
El escenario alternativo al señalado al comienzo lo ha comenzado a insinuar el propio presidente iraní cuando hace horas, en un encuentro con empresarios, dio a entender que seguirían respetando el pacto de Viena aun sin EE.UU. confiando en el resto del mundo. La expresión apuntaba claramente a Europa. El presidente francés Emmanuel Macron, la premier alemana Angela Merkel y el canciller británico Boris Johnson corrieron a Washington los últimos días para intentar detener sin éxito la mano de Trump.
Los europeos advierten que una crisis en escalada recargará de refugiados sus costas, pero esencialmente agregará llamas al incendio de Oriente Medio. Los efectos en la economía global de una guerra internacionalizada son, por lo demás, obvios incluso si no se producen inmediatamente las acciones. La gestión de los europeos apuntó, además, a ganar músculo en una eventual negociación con Irán. La llave es precisamente restaurar las vías de inversión a cambio de una adenda en el pacto original. El punto es polémico. Los halcones de Washington y sus aliados piden que ese agregado incluya los misiles,pero además el retiro de Siria y el retroceso en la influencia iraní sobre Líbano e Irak, donde las elecciones de este domingo y las del próximo, respectivamente, anticipan la consolidación del poder de los proiraníes.
Es una demanda irrealista y que no necesariamente pierde músculo por la decisión de Trump. Mediarla es el desafío de Bruselas que ya ha dicho que no puede confiar en EE.UU. Otra llave en esas gestiones son las sanciones económicas que se multiplican contra Rusia, en particular con el argumento del opaco episodio del envenenamiento de un ex espía de Moscú en Londres. La intención de esas operaciones es persuadir al Kremlin a que haga cuentas y advierta que debería ceder parte de su respaldo a Irán y a Siria para aliviar esa factura.
La decisión del norte mundial es obligar a retroceder, cambiar la historia presente. La disidencia es en los métodos para esos fines: asumir a la potencia persa como un jugador de la región con la cual importa el diálogo o suponer, como cree Trump, que puede ser acorralada y desmentalada.
Con información de
clarin
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