Los sicarios santafesinos: así son los perfiles de los dueños de la muerte “por encargo” en la provincia

Por: Germán de los Santos
Viernes 11 de Octubre 2019

Los casos de Milton Damario y Pablo Peralta trazan las características principales de los hombres que se dedican a matar por encargo
Alguna vez los investigadores lo apodaron “el señor de los sicarios”. Milton Damario empezó en el oficio de matar en su adolescencia, cuando apenas tenía 15 años. Hoy está preso en el penal de Coronda en un sector aislado del resto de los internos, junto con Luis “Pollo” Bassi, el narco que se sospecha lo contrató para matar a Claudio “Pájaro” Cantero, líder de los Monos. Su mujer maneja el ingreso a la cárcel, con la entrega de números, y también se sospecha la venta de drogas en el penal.
 
El “Pollo” Bassi, Milton Damario (de camisa azul a cuadros) y Facundo “Macaco” Muñoz durante el juicio por el crimen del “Pájaro” Cantero. Foto: Juan José García
 
En agosto de 2017 la justicia condenó a Milton Damario a 16 años por el crimen de Lucas Spina, un muchacho de 25 años al que acribilló por error en una esquina de barrio La Tablada de Rosario el 27 de enero de 2013. Acompañado por su hermano José –condenado a 17 años de prisión–, munidos de ametralladoras iban a matar a otro joven del barrio que estaba en un cumpleaños.
 
Norma Bustos, la madre de Lucas, corrió la misma suerte que su hijo el 20 de noviembre de 2014, luego de que denunciara seis años antes en los medios y en la justicia a los Damario como los sicarios que dominaban a sangre y muerte la zona.
 
Damario nació en el Fonavi de Lola Mora e Hipócrates, en la zona sur de Rosario, muy cerca de barrio Municipal, que fue el escenario de la batalla entre los clanes Funes y Caminos durante enero y febrero de 2018.
 
Es una zona dura y cruel de la ciudad, atravesada por bandas que manejan la distribución de drogas y se enfrentan a los tiros para mantener el territorio. Damario creció de golpe y muchos de los crímenes en los que participó quedaron impunes, por la ineficacia del sistema judicial y la propia dinámica de la calle, escenario de los ajustes muerte por muerte.
 
Milton tenía 15 años cuando el 6 de enero de 2005 fue detenido por el homicidio de Norberto Acuña. La furia de este pibe no lo hacía un sicario eficaz. Esa madrugada en Santa Rosa de Lima y Pavón no sólo mató a “Beto” Acuña, sino que también hirió a su abuela y a otro muchacho: Juan Eugenio Jaime, que se convirtió en un testigo clave del caso pero que un año después fue asesinado por esta banda.
 
Por sus jóvenes 15 años, no era imputable. En aquellos días era un soldadito de la banda de Guillermo “Torombolo” Pérez, que tras su muerte en la cárcel de Piñero en 2008 dejó un lugar vacante en el barrio.
 
Los cambios en la geografía narco de Rosario situaron a Damario con la banda de los Bassi, que planearon el crimen del líder de los Monos, Claudio “Pájaro” Cantero, el 26 de mayo de 2013 en la puerta de un boliche en Villa Gobernador Gálvez. Siempre se sospechó que Milton y Facundo “Macaco” Muñoz ejecutaron el crimen por encargo que disparó una guerra narco en Rosario. Por ese caso fueron procesados los dos sicarios y “Pollo” Bassi. Pero por el beneficio de la duda los tres terminaron absueltos del asesinato que le cambió la vida y la muerte a la ciudad de Rosario.
 
Orígenes diferentes, destino común
 
Aunque se dedicaban a lo mismo, Milton Damario y Pablo Andrés Peralta, de 38 años, tienen perfiles diferentes, criados en zonas distintas de Rosario, y además con formaciones intelectuales que los separan a uno de otro.
 
Peralta hoy trata de matar el tiempo mientras permanece aislado en un sector de máxima seguridad de la cárcel de Coronda. Cree que si el policía Carlos Alberto Dolce no se hubiera cruzado en su camino, estaría a la espera de que suene su teléfono para hacer algún trabajo.
 
Peralta vivía en un departamento con vista al río en Weelrigth y Dorrego, una de las zonas más caras de Rosario. Era un “un hombre limpio” para la policía. Pero después de que lo detuvieron tras matar a Dolce, en pleno centro de Rosario, empezó a configurarse el perfil de un sicario.
 
Aquel 5 de febrero, Peralta y Hernán Núñez, de 25 años, tocaron el timbre de una clínica en busca del médico Omar Ulloa. Le dijeron a la secretaria que debían entregar “una planta de obsequio para el doctor”, que tenía un moño y una tarjeta. Ulloa salió del consultorio y recibió una golpiza y amenazas con un arma. “No abras la farmacia de Maipú y San Lorenzo. Ya te reventé a tiros la puerta de tu casa”, le advirtió Peralta. El sicario no mentía.
 
Un mes antes, el domicilio del médico había sido blanco de varios disparos. Todo se había originado, según consta en la causa, en una pelea entre cadenas de farmacias. Y quienes había contratado a los sicarios eran los Iborra, dueños de una cadena de venta de medicamentos en la zona céntrica de Rosario.
 
Cuando escapaban, Peralta y Núñez fueron interceptados por Dolce, un policía que custodiaba los comercios de la cuadra. Peralta simuló entregarse, pero sacó un arma y ejecutó al agente de cuatro disparos. A las 20 cuadras cayó detenido.
 
Peralta ya había intentado matar al abogado Alberto Tortajada en la puerta de su estudio, frente a los tribunales. Unos días antes, el letrado había recibido una llamada de un potencial cliente que requería sus servicios por un caso de narcotráfico. El abogado citó al interesado a las 17 en su oficina.
 
A la hora señalada, Tortajada estaba tomando un café en un bar de la esquina, y recibió una nueva llamada. El cliente le avisó que había llegado. El letrado entró al edificio y detrás suyo ingresó Peralta. “¿Usted me espera a mí?”, preguntó el penalista de 71 años. Y le respondió con otra pregunta: “¿Usted es el doctor Tortajada?” Tras escuchar “sí”, sacó una pistola calibre 22 y comenzó a disparar. Tres tiros impactaron en el cuerpo del abogado, que tuvo su golpe de suerte: la pistola se trabó y salvó su vida de milagro.
 
La investigación judicial estableció que los dos hechos estaban vinculados. Peralta también había sido contratado por una persona ligada al negocio farmacéutico para matar a Tortajada -quien representaba a varios empresarios del sector- y amedrentar a Ulloa, que pensaba expandir su cadena de farmacias por el centro de Rosario.
Con información de Aire de Santa Fe

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