Qué dice la ciencia del calor y el rendimiento escolar: un estudio de Harvard lo midió
Miércoles 08 de
Marzo 2023
Investigadores demostraron por qué la falta de aire y ventilación influye a la hora de rendir un examen. Cuánto baja el desempeño por cada grado que sube.
Con picos cercanos superiores a los 40° en distintos puntos del país, la ola de calor no se toma recreo. Sensación térmica y sensación social. Como respuesta al termómetro y una infraestructura deficiente, se registraron cierres escolares en diferentes distritos del conurbano bonaerense, con epicentro en La Matanza. Colegios de Avellaneda, Tres de Febrero, San Miguel, Tigre y Bahía Blanca –para nombrar algunos casos– se sumaron a las medidas.
La falta de ventilación y de aire acondicionado afecta de manera múltiple a las tareas de enseñanza y aprendizaje. Como demostró un estudio estadounidense publicado en 2018, las notas no se salvan de este golpe de calor.
Investigadores de Harvard, la Universidad de California y la Universidad Estatal de Georgia observaron el rendimiento de más de 10 millones de estudiantes en los PSAT, un tipo de examen estandarizado: concluyeron que la exposición a altas temperaturas impacta de forma acumulativa en el desarrollo de habilidades cognitivas.
Según las mediciones, los alumnos bajan su rendimiento en los exámenes un 1 por ciento por cada grado Fahrenheit que sube. Dicha variación equivale a 1,8 grados Celsius. Por lo que -para medirlo en la escala local- por cada grado Celsius que sube el rendimiento cae un 0,55 por ciento.
Las familias de bajos ingresos y/o pertenecientes a comunidades negras e hispanas resultaron hasta tres veces más afectadas. Por esto, los expertos hablan de “brechas raciales” y relativas a la condición socioeconómica, que pueden extrapolarse a otras latitudes.
Los autores realizan una comparación entre países. Remarcan que los territorios más cálidos tienden a ser más pobres; y, a su vez, suelen obtener puntajes más bajos en las mediciones de rendimiento académico.
De acuerdo con la publicación, los beneficios de contar con un equipamiento adecuado superan sustancialmente los costos de instalación y operación. En ese sentido, se constata que “la adquisición de aire acondicionado en las aulas reduce en un 78% los efectos adversos del calor”.
Además, las altas temperaturas no solo devienen en alumnos más propensos a mostrar un comportamiento irritable, sino que influyen negativamente en la percepción que los profesores tienen de ellos. Y redundan en una falta de motivación y concentración.
Aquellos que sufren de enfermedades respiratorias crónicas se ven doblemente perjudicados ante la falta de infraestructura y arrojan índices de inasistencia más altos. Por el contrario, la incorporación de modernos sistemas de ventilación se condice con una mejoría en la memoria de imágenes y un reconocimiento de palabras más precisos.
Recientemente, la empresa Johnson Controls-Hitachi remarcó la importancia de medir la calidad del aire (recambio, partículas que contiene, temperatura, entre otras variables) en escuelas y universidades.
“A la hora de medir o controlar la calidad del aire interior, hay algunos indicadores clave a tener en cuenta. El más común es la presencia de contaminantes del aire y compuestos orgánicos volátiles. Algunos de estos son sustancias químicas liberadas por los productos de limpieza, los pesticidas y las pinturas, como el formaldehído y el benceno”, explicó Daniel Sandoval, gerente de Marketing para Latinoamérica.
Sandoval resaltó que se debe apuntar a lograr un mejor confort térmico. “Este concepto se refiere a que la sensación térmica sea la adecuada, ni demasiado fría ni cálida. Según la Sociedad Americana de Ingenieros de Calefacción, Refrigeración y Aire Acondicionado, las aulas deben tener una temperatura mínima de 22º en invierno y de 24º en verano, con una humedad relativa del 40% al 60%”.
El recambio de aire, mediante mecanismos naturales o mecánicos, se torna fundamental. Las altas concentraciones de CO2, por ejemplo, son frecuentes en las salas de alta ocupación. Otros contaminantes son las esporas de moho, que prosperan en entornos húmedos, como los baños y los vestuarios.
En los establecimientos educativos se acumulan humedad, humos de la cocina, materiales de pintura y detergentes, que hacen necesaria la utilización de extractores. Sin embargo, el estado de la mayoría de los edificios dificulta la optimización del sistema de calefacción, ventilación y aire acondicionado.
Las condiciones óptimas de calidad del aire interior (IAQ, por su sigla en inglés) son parte de las políticas públicas educativas en todo el mundo. Sandoval subraya que se apunta a un apropiado confort térmico. En otras palabras, señala que “las aulas deben tener una temperatura mínima de 22° en invierno y de 24° en verano, con una humedad relativa del 40% al 60%”.
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Clarin
La falta de ventilación y de aire acondicionado afecta de manera múltiple a las tareas de enseñanza y aprendizaje. Como demostró un estudio estadounidense publicado en 2018, las notas no se salvan de este golpe de calor.
Investigadores de Harvard, la Universidad de California y la Universidad Estatal de Georgia observaron el rendimiento de más de 10 millones de estudiantes en los PSAT, un tipo de examen estandarizado: concluyeron que la exposición a altas temperaturas impacta de forma acumulativa en el desarrollo de habilidades cognitivas.
Según las mediciones, los alumnos bajan su rendimiento en los exámenes un 1 por ciento por cada grado Fahrenheit que sube. Dicha variación equivale a 1,8 grados Celsius. Por lo que -para medirlo en la escala local- por cada grado Celsius que sube el rendimiento cae un 0,55 por ciento.
Las familias de bajos ingresos y/o pertenecientes a comunidades negras e hispanas resultaron hasta tres veces más afectadas. Por esto, los expertos hablan de “brechas raciales” y relativas a la condición socioeconómica, que pueden extrapolarse a otras latitudes.
Los autores realizan una comparación entre países. Remarcan que los territorios más cálidos tienden a ser más pobres; y, a su vez, suelen obtener puntajes más bajos en las mediciones de rendimiento académico.
De acuerdo con la publicación, los beneficios de contar con un equipamiento adecuado superan sustancialmente los costos de instalación y operación. En ese sentido, se constata que “la adquisición de aire acondicionado en las aulas reduce en un 78% los efectos adversos del calor”.
Además, las altas temperaturas no solo devienen en alumnos más propensos a mostrar un comportamiento irritable, sino que influyen negativamente en la percepción que los profesores tienen de ellos. Y redundan en una falta de motivación y concentración.
Aquellos que sufren de enfermedades respiratorias crónicas se ven doblemente perjudicados ante la falta de infraestructura y arrojan índices de inasistencia más altos. Por el contrario, la incorporación de modernos sistemas de ventilación se condice con una mejoría en la memoria de imágenes y un reconocimiento de palabras más precisos.
Recientemente, la empresa Johnson Controls-Hitachi remarcó la importancia de medir la calidad del aire (recambio, partículas que contiene, temperatura, entre otras variables) en escuelas y universidades.
“A la hora de medir o controlar la calidad del aire interior, hay algunos indicadores clave a tener en cuenta. El más común es la presencia de contaminantes del aire y compuestos orgánicos volátiles. Algunos de estos son sustancias químicas liberadas por los productos de limpieza, los pesticidas y las pinturas, como el formaldehído y el benceno”, explicó Daniel Sandoval, gerente de Marketing para Latinoamérica.
Sandoval resaltó que se debe apuntar a lograr un mejor confort térmico. “Este concepto se refiere a que la sensación térmica sea la adecuada, ni demasiado fría ni cálida. Según la Sociedad Americana de Ingenieros de Calefacción, Refrigeración y Aire Acondicionado, las aulas deben tener una temperatura mínima de 22º en invierno y de 24º en verano, con una humedad relativa del 40% al 60%”.
El recambio de aire, mediante mecanismos naturales o mecánicos, se torna fundamental. Las altas concentraciones de CO2, por ejemplo, son frecuentes en las salas de alta ocupación. Otros contaminantes son las esporas de moho, que prosperan en entornos húmedos, como los baños y los vestuarios.
En los establecimientos educativos se acumulan humedad, humos de la cocina, materiales de pintura y detergentes, que hacen necesaria la utilización de extractores. Sin embargo, el estado de la mayoría de los edificios dificulta la optimización del sistema de calefacción, ventilación y aire acondicionado.
Las condiciones óptimas de calidad del aire interior (IAQ, por su sigla en inglés) son parte de las políticas públicas educativas en todo el mundo. Sandoval subraya que se apunta a un apropiado confort térmico. En otras palabras, señala que “las aulas deben tener una temperatura mínima de 22° en invierno y de 24° en verano, con una humedad relativa del 40% al 60%”.
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Clarin
