Abusar del ancla cambiaria y tarifaria generará riesgos
Por:
MARINA DAL POGGETTO | Economista y directora ejecutiva de EcoGo
Martes 14 de
Enero 2020

Lejos de bajar la inflación, el intento del gobierno anterior de combatir una inercia de 10 años en torno al "veintipico" sólo con política monetaria mientras abría la cuenta capital, financiaba con deuda al déficit fiscal, y corregía en simultáneo el dólar y las tarifas, chocó con el corte al crédito en 2018 gatillando un cambio de régimen que instaló la inflación en niveles superiores al 50% anual.
Cada salto del dólar desde abril de 2018 empezó a repercutir con mayor virulencia sobre los precios en la economía mientras las tarifas, que inicialmente acompañaron, dejaron de hacerlo cuando arrancó el año electoral y se congelaron.
Sin tomar en cuenta la contundente señal monetaria de crecimiento cero de la cantidad de dinero del BCRA, durante 2019 las paritarias empezaron a pactarse cada vez más cortas incorporando en muchos casos cláusulas gatillo, que no alcanzaron para recomponer la caída de 20% que en promedio acumulan los salarios desde fines de 2015. Caída similar a la que acumulan las jubilaciones desde entonces y que explica en gran medida el desplome del consumo y el ajuste de las cuentas externas.
La indexación creciente de contratos, los cambios permanentes en los precios y la exageración de descuentos y promociones como estrategias de las empresas para sortear la caída en el consumo, agudizan las distorsiones de partida. Esto en una economía donde se han ido perdiendo las referencias de precios y en la que los menores a 30 años, los que no vivieron durante la convertibilidad o eran muy chicos entonces, no conocen lo que es vivir en un país con baja inflación. Nadie se asombra que un mismo producto puede valer el doble o la mitad en dos negocios continuos o dependiendo del modo de pago o de la cantidad comprada.
Esta aceleración en el ritmo al cual gira la rueda de dólar, precios, y salarios, tuvo un último envión con el salto del dólar de $ 46 a $ 60 post PASO. Los primeros indicios de enero apuntan a un 3% de inflación luego del 4,3% de noviembre y el 4,1% que estimamos mostraría el Indec para diciembre. Números muy altos teniendo en cuenta que el dólar y las tarifas siguen funcionando como anclas desde la corrección del dólar de agosto y que se suma al 23% de inflación acumulada desde entonces cuando Alberto Fernández dijo que "el dólar a 60 pesos estaba bien".
Falta información sobre la nominalidad buscada en el programa. El bono de $ 4000 es más un intento inflar los ingresos en la parte de abajo de la pirámide que un intento de incidir en las paritarias teniendo en cuenta que este representa un 23% del salario mínimo y sólo un 2,3% del promedio de un empleado bancario.
Recién empieza a surgir la señal lógica de que van a buscar romper las cláusulas gatillo y aparece el numero "en torno a 30%" para la referencia buscada en las paritarias. Pero mientras esto se dilata, la señal monetaria corre y la señal fiscal incluida en el paquetazo de fines de diciembre (que incluyó además de los impuestos la ruptura en la indexación previsional) no alcanza sino se avanza rápido en un arreglo de la deuda teniendo en cuenta que no hay dólares suficientes para pagar los vencimientos de dólares ni demanda de pesos suficientes para monetizar los de pesos.
Por ahora, el cambio de régimen del BCRA bajando la tasa rápido (de 63% a 52% la tasa de las Leliq) y la señal a los bancos y a los fondos comunes de inversión para que desarmen Leliq y Pases, sumada a un salto en las utilidades del Banco Central vía "revaluación ad hoc de las letras intransferibles" ayudo a impulsar la demanda de bonos en pesos desde precios que valuaban una reprogramación compulsiva. El riesgo es que sino avanza rápido en la reprogramación de la deuda en dólares, la brecha cambiaria empiece a reaccionar.
Si la demanda de pesos se estabiliza, y el consumo empieza a recuperarse, hay margen para que las empresas prorratean los costos fijos con una menor presión sobre los márgenes unitarios y sobre la formación de precios. Pero partiendo de la inercia de partida, cualquier intento de frenar la nominalidad desde la política requiere que ningún precio se aleje mucho de la nueva nominalidad y que no se exagere con el cierre a la importación habilitando precios exagerados de los bienes locales.
La lógica indica que los salarios y las jubilaciones pueden crecer algo por encima de la inflación a fin de recomponer una parte de la capacidad de compra mientras el dólar y las tarifas deberían crecer algo por debajo. Enmarcar estos cuatro precios -jubilaciones, tarifas, dólar y la tasa de interés- en la nominalidad buscada por la política, va a definir en gran medida el éxito o fracaso del esquema.
Abusar del ancla cambiaria y tarifaria con una nominalidad muy alta, genera riesgos ciertos, lo mismo que exagerar el cierre de la economía, o pretender bajar más agresivamente la tasa de interés que remunera el ahorro y volver a colocarla por debajo de la inflación como ocurrió durante la mayor parte del kirchnerismo.
La consistencia y secuencia de las decisiones de política son fundamental para definir el rumbo de la desinflación.
Sin tomar en cuenta la contundente señal monetaria de crecimiento cero de la cantidad de dinero del BCRA, durante 2019 las paritarias empezaron a pactarse cada vez más cortas incorporando en muchos casos cláusulas gatillo, que no alcanzaron para recomponer la caída de 20% que en promedio acumulan los salarios desde fines de 2015. Caída similar a la que acumulan las jubilaciones desde entonces y que explica en gran medida el desplome del consumo y el ajuste de las cuentas externas.
La indexación creciente de contratos, los cambios permanentes en los precios y la exageración de descuentos y promociones como estrategias de las empresas para sortear la caída en el consumo, agudizan las distorsiones de partida. Esto en una economía donde se han ido perdiendo las referencias de precios y en la que los menores a 30 años, los que no vivieron durante la convertibilidad o eran muy chicos entonces, no conocen lo que es vivir en un país con baja inflación. Nadie se asombra que un mismo producto puede valer el doble o la mitad en dos negocios continuos o dependiendo del modo de pago o de la cantidad comprada.
Esta aceleración en el ritmo al cual gira la rueda de dólar, precios, y salarios, tuvo un último envión con el salto del dólar de $ 46 a $ 60 post PASO. Los primeros indicios de enero apuntan a un 3% de inflación luego del 4,3% de noviembre y el 4,1% que estimamos mostraría el Indec para diciembre. Números muy altos teniendo en cuenta que el dólar y las tarifas siguen funcionando como anclas desde la corrección del dólar de agosto y que se suma al 23% de inflación acumulada desde entonces cuando Alberto Fernández dijo que "el dólar a 60 pesos estaba bien".
Falta información sobre la nominalidad buscada en el programa. El bono de $ 4000 es más un intento inflar los ingresos en la parte de abajo de la pirámide que un intento de incidir en las paritarias teniendo en cuenta que este representa un 23% del salario mínimo y sólo un 2,3% del promedio de un empleado bancario.
Recién empieza a surgir la señal lógica de que van a buscar romper las cláusulas gatillo y aparece el numero "en torno a 30%" para la referencia buscada en las paritarias. Pero mientras esto se dilata, la señal monetaria corre y la señal fiscal incluida en el paquetazo de fines de diciembre (que incluyó además de los impuestos la ruptura en la indexación previsional) no alcanza sino se avanza rápido en un arreglo de la deuda teniendo en cuenta que no hay dólares suficientes para pagar los vencimientos de dólares ni demanda de pesos suficientes para monetizar los de pesos.
Por ahora, el cambio de régimen del BCRA bajando la tasa rápido (de 63% a 52% la tasa de las Leliq) y la señal a los bancos y a los fondos comunes de inversión para que desarmen Leliq y Pases, sumada a un salto en las utilidades del Banco Central vía "revaluación ad hoc de las letras intransferibles" ayudo a impulsar la demanda de bonos en pesos desde precios que valuaban una reprogramación compulsiva. El riesgo es que sino avanza rápido en la reprogramación de la deuda en dólares, la brecha cambiaria empiece a reaccionar.
Si la demanda de pesos se estabiliza, y el consumo empieza a recuperarse, hay margen para que las empresas prorratean los costos fijos con una menor presión sobre los márgenes unitarios y sobre la formación de precios. Pero partiendo de la inercia de partida, cualquier intento de frenar la nominalidad desde la política requiere que ningún precio se aleje mucho de la nueva nominalidad y que no se exagere con el cierre a la importación habilitando precios exagerados de los bienes locales.
La lógica indica que los salarios y las jubilaciones pueden crecer algo por encima de la inflación a fin de recomponer una parte de la capacidad de compra mientras el dólar y las tarifas deberían crecer algo por debajo. Enmarcar estos cuatro precios -jubilaciones, tarifas, dólar y la tasa de interés- en la nominalidad buscada por la política, va a definir en gran medida el éxito o fracaso del esquema.
Abusar del ancla cambiaria y tarifaria con una nominalidad muy alta, genera riesgos ciertos, lo mismo que exagerar el cierre de la economía, o pretender bajar más agresivamente la tasa de interés que remunera el ahorro y volver a colocarla por debajo de la inflación como ocurrió durante la mayor parte del kirchnerismo.
La consistencia y secuencia de las decisiones de política son fundamental para definir el rumbo de la desinflación.
Con información de
CRONISTA
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