Estamos más conectados y solos que nunca

Por: JOHN CARLIN
Domingo 08 de Octubre 2023

Cuando solo existía el teléfono fijo, era raro no conestar. El “ring-ring” despertaba ilusión.
Érase una vez una época, no muy lejana, en la que había dos maneras de conectar con gente que no estaba en nuestro espacio: el teléfono (lo que ahora llamamos “el fijo”) y la carta. Ahora estos medios se han vuelto casi obsoletos y disponemos de unos aparatos, extensiones del cuerpo humano llamados “celulares”, que ofrecen una amplísima gama de métodos de comunicación.
 
Lo curioso es que hoy la gente tiene menos amigos y menos parejas que antes. Cuanto más acceso tenemos a e-mails, mensajes de texto, mensajes de video, videollamadas, redes sociales y aplicaciones como Skype o Facetime, más solos nos sentimos. Hemos llegado al extremo de que hablar por el celular, como antes hablábamos por el teléfono fijo, nos resulta incómodo o raro. Tememos que se entienda como una indeseada intromisión en las vidas de los demás.
 
Hace unos días the Washington Post pretendió acudir al rescate con una lista de reglas para el protocolo a seguir con las llamadas por celular.
 
Primero, a no ser que estés llamando a tu mamá u a otra persona con la que tenés tanta confianza que (como mi mamá decía) da asco, siempre, siempre, enviá un mensaje de texto antes de marcar. Así establecerás la hora más conveniente para quedar y sentirás el alivio de saber que no estás molestando.
 
Segundo, si te llaman sin antes haberte demostrado la elemental cortesía de avisarte por texto, no sientas ninguna presión por contestar. Culpabilidad, cero. El que llama, así nomás, es el grosero.
 
Tercero, si llamás y no te contestan no dejes un mensaje de voz. Si la persona del otro lado no quiere oírte, es que no quiere oírte. No jorobes.
 
Cuarto, y en la misma vena, mucho cuidado con el sistema de mensajes no solo de voz sino de video, el que acaba de introducir Apple con el iPhone. Si oírte resulta molesto, verte puede provocar algo que se aproxime al odio.
 
La última regla en la lista del diario norteamericano parece contradecir las anteriores, pero es la única con la que estoy de acuerdo. “¡Las llamadas por teléfono no han muerto!” dice. “Siguen siendo una maravillosa forma de comunicarse. Hablar con una persona en tiempo real puede fortalecer las relaciones, mejorar la salud mental y disminuir la soledad.”
 
Gracias, Washington Post. Un aplauso. Ahora repasemos y corrijamos esas cuatro primeras reglas.
 
Enviar un mensaje de texto antes de llamar es señal de miedo, miedo en este caso de atravesar las barreras que la gente antepone a la intimidad. Una lástima, porque la intimidad es algo deseable. El aviso por texto significa también enfriar la relación con un amigo, o un conocido que deseás conocer mejor, y reducirla al estatus de una conexión profesional. Como si estuvieras concertando una cita con el dentista. No, si deseás hacer una llamada, hacela. Está bien la espontaneidad.
 
Pasando a la segunda regla, no sentir ninguna presión por contestar si te llaman indica desprecio. Sentir una cierta culpa por no hacerlo, en cambio, es señal de consideración por el prójimo.
 
¿No dejar nunca un mensaje de voz? Error. La voz transmite un plus de emoción del que carece la palabra escrita. Tales mensajes pueden expresar calidez o sentido del humor o, cuando toca, rabia o indignación. En cualquier caso, significa romper barreras y conectar, buena cosa ya que el ser humano es un animal social.
 
Video mensajes: no lo he probado todavía pero lo haré porque debe tener su gracia. Me imagino que podría resultar cansino si se vuelve una costumbre repetida a lo largo del día. O irritante si la persona en cuestión pone caras raras. O desconcertante si se pone a cantar o a bailar con música de fondo. Pero en principio, adelante. Sumará a la juega. Nos acercará.
 
Yo, quizá porque recuerdo los tiempos antes del iPhone, prefiero comunicarme con la gente usando los oídos y no los ojos. Aparte, no hay que preocuparse por cómo uno tiene el pelo o como está vestido, o desvestido. Pero esto solo es un gusto personal. De más relevancia, queda la pregunta, ¿por qué la gente se sentía menos sola cuando había menos maneras de conectar?
 
Cuando solo existía el teléfono fijo era raro que no contestaras. El “ring-ring” despertaba ilusión. Y una carta más todavía. Lo que parece significar que se valoraba más la conexión con otro ser humano. Hoy se da por hecho. Se ha vuelto rutina. Bah, otro mensajito de Whatsapp, o de Facebook o de Instagram a sumar a los miles que recibimos cada mes.
 
Y como resultaba complicado o lento comunicarse por teléfono o por carta la gente salía más y se veía con personas de carne y hueso. Ahora tenemos Zoom, Google Meet y tal. Representan un avance, sin duda. Pero yo los uso solo cuando no hay más remedio, por ejemplo cuando me comunico con mi tía Irma (Miss México 1957) que vive en Querétaro, o con mi hijo cuando estuvo varios meses en Ruanda.
 
Esta semana me fui de Barcelona a Madrid en tren y volví el mismo día, más de cinco horas de viaje, para una reunión de trabajo con dos personas que duró 50 minutos. Ni me quejo ni me arrepiento. El vernos y oírnos en vivo y en directo, tocarnos cuando correspondía, profundizó la conexión humana, aceleró la incipiente amistad que estamos forjando más allá de la labor en la que colaboramos y, no lo dudo, inspiró una creatividad de ideas a la que no hubiéramos llegado si nos hubiésemos visto obligados a reunirnos por Zoom. Tres dimensiones son mejores que dos.
 
Esto lo entienden los gurús de Silicon Valley. Como hemos leído, tienden cada día más a prohibir que sus hijos utilicen sus móviles durante buena parte del día. Les limita en su desarrollo intelectual y afectivo, consideran los que los inventaron. Y tienen razón. De poco sirve decirlo pero estos saltos cualitativos que hemos dado en la tecnología han significado un paso atrás en calidad de vida. Érase una vez una época, no muy lejana, en la que no éramos tan tontos y no estábamos tan solos.

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