Opinión | Por Gustavo Piedra Buena

Bergoglio: El cura que pasó a ser "el Papa Francisco", sin dejar de ser "el Padre Jorge"

Domingo 12 de Enero 2014
Por: Gustavo Piedra Buena

El tiempo transcurre y la presencia del Papa Francisco, no abandona las principales planas de los medios de comunicación en todo el mundo.

Es más, parecería que la usina de noticias vaticanas por él protagonizadas, se potencia a cada momento.
 
Cuando todavía no han pasado ni 10 meses, desde cuando designaron al Cardenal Bergoglio como la máxima autoridad de la Iglesia Católica -ya sea tanto por la cantidad como por la resonancia de los pasos recorridos desde su primer día como Pontífice- nos queda la impresión de que el “Padre Jorge” ha estado sentado allí, desde hace años, en el “Sillón de Pedro”.
 
La impronta que transmite tanto por la solidez de su palabra, por su imagen más humana, por la firmeza de sus acciones, como por su estilo comprometido con una clara opción por los pobres que -aunque no se lo haya propuesto concientemente- daría la sensación de que Bergoglio hubiera estado toda su vida religiosa, preparándose por si acaso algún día le tocaba ser Papa.
 
Las imágenes que nos llegan a cada rato, nos muestran a un verdadero Conductor Natural de la Iglesia, que ejerce su función no con la “carga de un compromiso” que le ha sido encomendado obligadamente sino, por el contrario, demostrando una “felicidad alegre y comprometida” que está en plena sintonía con la alta responsabilidad que le asigna esta etapa de su vida.
 
Aquel joven con vocación religiosa; que ingresó al noviciado en 1958; que fue ordenado sacerdote jesuita en 1969 y más tarde ordenado Cardenal en 2001; desde el 13/Marzo/13 es el Papa N° 266 en la historia de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana. Un elegido de Dios.
 
Pero no es sólo eso. Además, es el 1° Papa argentino y también, el 1° Papa no europeo en 1300 años.
Pero todavía hay algo más: todo indicaría que estamos ante el Santo Padre que quiere cambiar la Iglesia, transformando una preocupante realidad que a partir de su presencia parece haber revivido al mejor estilo de los pasajes bíblicos.
 
Según se desprende de sus propias primeras palabras expresadas desde el balcón poco después de ser elegido, “Francisco” es el Papa que los Cardenales del cónclave vaticano fueron a buscar “al fin del mundo”.
 
Y fue así como lo eligieron, trayéndolo desde un lugar geográficamente lejano casi de todo y que, como país, ostenta una variopinta reputación según de qué cosa se trate.
 
Trazando un paralelo con aquella expresión que nos refleja la estampa de “un argentino en New York” podríamos decir -en este caso que nos ocupa- que el Cardenal Bergoglio al consagrarse como el Papa Francisco, pasó a ser “un porteño en el Vaticano”.
 
Un Cardenal, que viajó con la intención de ir tan sólo por unos días a Roma, y terminó mandando a buscar algunas de sus pertenencias a Buenos Aires, porque en el camino se encontró con que debía quedarse a vivir, para siempre, en la Santa Sede.
 
Un argentino como cualquiera de nosotros, bien futbolero, que toma mate en todos lados y cada vez que puede, tanto en público como en privado.
 
Un Pastor, que se acerca a su gente, a toda la gente, rompiendo históricos protocolos y rígidos esquemas de seguridad establecidos por la Guardia Suiza.
 
Un referente religioso con proyección mundial que, al ser elegido Sumo Pontífice, eligió el nombre de “Francisco” por su relación cercana a la pobreza.
 
El típico Bergoglio auténtico que, desde su primera aparición, cambió por completo la vestimenta de un Papa y que continúa usando la vieja cruz de hierro, que siempre llevó puesta en Buenos Aires.
 
Un Santo Padre austero, que rechazó el ampuloso departamento pontificio, dejando de lado lujosos aposentos, ubicados estratégicamente en el enorme complejo edilicio que abarca la gigantesca Basílica de San Pedro.
 
Ese Papa, “venido del fin del mundo”, que cambió su sillón de oro por otro mucho más discreto de color blanco, y que en su primera Semana Santa como principal autoridad de la Iglesia de Cristo, realizó el lavado de pies en un reformatorio.
 
El mismo que el último Viernes Santo, rezó acostado en el suelo.
 
Alguien que, más allá de palabras y de gustos al respecto, viene manifestando desde el  inicio de su Papado, una serie de hechos concretos como lo que dispuso con el Banco del Vaticano, al que se lo venía vinculando seriamente con temas relacionados al lavado de dinero, entre otras cosas.
 
El Papa que abandonó el Papamóvil “blindado”, en tiempos donde hay muchos personajes que, cuando llegan casi por casualidad a una función pública -por más simple o compleja que sea-  cambian su saludo, o directamente dejar de saludar, y ejecutan su “primer acto oficial” mandando a polarizar los vidrios del vehículo en el que, en adelante, habrán de movilizarse.
 
Alguien que acepta trasladarse en autobuses, compartiendo el viaje con otros religiosos, pero que jamás se subiría a una limusina.
 
El dueño de un carisma que, en menos de 10 meses, logró triplicar la cantidad de fieles que congregaba su antecesor en la Plaza de San Pedro.
 
Un líder religioso seguido por la grey católica, pero también respetado por propios y extraños, que supo convocar a millones de personas en las playas de Río de Janeiro, durante su reciente visita a Brasil.
 
Un Papa con alma y oficio de Cura, que logró impresionar al mismo Obama por su mensaje de amor y de unidad.
 
Una autoridad mundial a nivel religioso, que cuando identificó a un cura que conocía desde hace años y con el que había trabajado en la Diócesis de Buenos Aires, lo invitó a dar una vuelta en el Papamóvil por la Plaza del Vaticano, en medio de una de las multitudinarias audiencias públicas.
 
Un tipo que no se la cree y que, en muy poco tiempo, ha resignificado el valor y la función del Trono de Pedro.
 
Son muchos cambios, muchas señales. Tal vez demasiado para el tan corto tiempo que ha pasado desde que tenemos este nuevo Papa que, entre otras cosas, también supo dejar su huella en la Ciudad de Santa Fe, en tiempos donde con su “fe santa” forjaba su formación intelectual y religiosa la cual, al paso del tiempo, hoy lo ha llevado hasta el lugar de privilegio donde se encuentra.
 
Ahora bien, que nadie crea que estas líneas  pretenden ser una columna vaticanista, ni nada parecido. Pero ocurre, que parece que las cosas nunca pasan tan sólo porque sí.
 
Nadie podrá afirmar a ciencia cierta, por qué Bergoglio no llegó a ser Papa determinado tiempo atrás.
 
Lo cierto, lo concreto, lo real, es que el presente constituye su momento, su tiempo, su oportunidad de hacer ahora –quizás- lo que siempre Jorge Mario Bergoglio hubiera querido que hiciera un Papa.
 
Y es precisamente que ahora, le ha tocado la circunstancia de poder intentarlo él mismo. El tiempo dirá si consigue llevar a cabo, todo lo que se ha propuesto.
 
Por lo pronto, todo indicaría que el Papa Francisco no tiene previsto desperdiciar ni un sólo minuto, del tiempo que el destino lo sostenga en la función de ser nada menos que el sucesor de Pedro en la Tierra.
 
Por eso entonces, desde este alejado lugar del mundo, no nos quedemos simplemente con el orgullo criollo de que el Papa es argentino y nada más.
 
Más allá de la religión que profesemos. Por encima de nuestras creencias religiosas. Y a pesar de nuestras propias e inevitables limitaciones.
 
Intentemos, al menos, tratar de imitarlo con el ejemplo y por lo tanto, dispongámonos a actuar en  consecuencia. 

Con información de Especial para NOTA22.COM

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