El anhelo de una escuela inclusiva
Sábado 16 de
Marzo 2019
Una de las experiencias más enriquecedoras que me ha tocado vivir en estos tres años que llevo recorriendo la provincia es, sin dudas, el trabajo sobre Educación Sexual Integral y Diversidad Sexual que desarrollamos en escuelas de toda Santa Fe. Poder conversar mano a mano con las pibas y los pibes sobre sexualidad, identidad, prejuicios, salida del armario y disidencias es una aventura educadora, sobre todo para mí.
La creciente visibilidad de lesbianas, gays y bisexuales en las aulas, el poder expresar una orientación sexual desde la infancia y la juventud o un primer amor adolescente, son experiencias que muchas y muchos no pudimos vivir. Sin dudas las sociedades avanzamos. Sin embargo, a pesar de los grandes cambios que estamos viviendo en los últimos años, hay ausencias que se miran, y mucho.
Es usual preguntar en cada charla, a cada grupo, si alguna niña o niño trans es parte de la cursada, o si algún adolescente trans es parte del entorno cotidiano. Y la respuesta, rara vez, se enuncia de manera distinta. ¿Por qué será poco frecuente compartir un espacio escolar con estudiantes trans? ¿Serán estas ausencias producto de la casualidad? Sin lugar a dudas, no!
El sistema educativo ha sido históricamente un espacio de exclusión para las infancias trans. Un lugar hostil, un espacio en el cual no se podía ser. Un no lugar. Contenidos curriculares en los cuales no era posible siquiera pensarse trans y pensarse en la escuela. Materias, filas, listados de asistencia y baños concebidos desde una lógica binaria en la cual apartarse de esa norma era castigado con la exclusión y el rechazo.
Los números son contundentes. En la provincia de Santa Fe — y este número no está nada alejado del promedio nacional— el 73 por ciento de la población trans no ha finalizado sus estudios primarios y secundarios, viendo trunca casi cualquier posibilidad de inserción social real. La escuela se convierte así en un eslabón más de la cadena de exclusiones que en múltiples ámbitos y sistemáticamente sufre este colectivo.
Mirando en perspectiva tengo un anhelo: que cada vez más, en todas las escuelas de nuestra provincia y el país, cuando vuelva a preguntarles a las y los jóvenes por personas del colectivo trans, algún niño o niña levante la mano y con orgullo responda: "Acá estoy yo, me llamo Sofi y soy una niña trans".
Es usual preguntar en cada charla, a cada grupo, si alguna niña o niño trans es parte de la cursada, o si algún adolescente trans es parte del entorno cotidiano. Y la respuesta, rara vez, se enuncia de manera distinta. ¿Por qué será poco frecuente compartir un espacio escolar con estudiantes trans? ¿Serán estas ausencias producto de la casualidad? Sin lugar a dudas, no!
El sistema educativo ha sido históricamente un espacio de exclusión para las infancias trans. Un lugar hostil, un espacio en el cual no se podía ser. Un no lugar. Contenidos curriculares en los cuales no era posible siquiera pensarse trans y pensarse en la escuela. Materias, filas, listados de asistencia y baños concebidos desde una lógica binaria en la cual apartarse de esa norma era castigado con la exclusión y el rechazo.
Los números son contundentes. En la provincia de Santa Fe — y este número no está nada alejado del promedio nacional— el 73 por ciento de la población trans no ha finalizado sus estudios primarios y secundarios, viendo trunca casi cualquier posibilidad de inserción social real. La escuela se convierte así en un eslabón más de la cadena de exclusiones que en múltiples ámbitos y sistemáticamente sufre este colectivo.
Mirando en perspectiva tengo un anhelo: que cada vez más, en todas las escuelas de nuestra provincia y el país, cuando vuelva a preguntarles a las y los jóvenes por personas del colectivo trans, algún niño o niña levante la mano y con orgullo responda: "Acá estoy yo, me llamo Sofi y soy una niña trans".
Con información de
La Capital